Antares: Una estrella que no tuvo infancia.
“La verdadera patria del hombre es la infancia”. R. M.Rilke
Este es un acontecimiento pedagógico, parafraseando la Guía 49 (MEN, 2014,
41), que sobreviene en un liceo en el que no se prohíbe terminante la entrada a
los alumnos al sitio de material didáctico –como en el relato de Yolanda Reyes-
porque no existe el lugar. Tampoco Porki, el profesor de inglés, labora en ese
establecimiento, ni contesta lista Hernández Sergio, “El terror de sexto B”. La
galaxia de Séptimo B tiene otras historias, otros agentes y otras
problemáticas, una de ellas el periplo de Antares. Si por casualidad encuentra
a un mortal, con ese nombre y esas características, en algún colegio de Macondo,
es pura coincidencia.
El firmamento
de la Estrella
La infanta fue criada literalmente en las calles de una ciudad confusa por
el aleteo de las palomas, en vigilia por los susurros de las hojas, engalanada por
los colores de sus jardines- como en la Peste de Camus- pero putrefacta por los
olores nauseabundos de las alcantarillas. Su predecesora, es una mujer que
refleja en su rostro el sufrimiento de muchas madres del País de las
Maravillas. Es una ascendiente que sabe qué es ganarse la vida honradamente
recogiendo residuos sólidos, tirados en las aceras, envueltos en tersas bolsas
de plástico, como en la Leonia de Ítalo Calvino, esquivándose y soslayando a su
linaje de los hampones, de los carros, de
los gozques y los roedores; resguardándose de las bajas temperaturas que
entumecen a las altas horas de la noche y en las primeras horas del Alba. Es
una aleccionada dama que le puede enseñar a cualquier educador formal y a cualquier
universitario, cuáles son las pautas de crianza de niños que nacen, crecen,
comen y habitan temporalmente en la calle de la también ciudad del “vídeoclip”,
evocando a García Canclini.
Una madre desplazada por el conflicto armado de un municipio caldense, en el decenio del 80. Una estoica señora que conoce qué es la violencia rural,
la violencia urbana, la violencia familiar, la violencia simbólica y el matoneo
escolar, porque su pimpollo lo ha padecido, sorteando la posibilidad de
consumar el suicidio. Es una madre perspicaz que echa de ver cómo mangonean las
entidades que, en la letra, mantienen corresponsabilidad con los establecimientos
escolares. “La tengo clara”, aduce cuando de hablar del ICBF, de la Policía, de
la Comisaría de Familia, del hospital, de la Personería, de Juzgados, de los
sindicatos y hasta del papel de las organizaciones defensoras de los derechos
Humanos, se trata.
Pero también es un impertérrito cónyuge que ha sabido sobrellevar su
existencia dentro y fuera de un presidio. Es una aguerrida mujer, que con su
lenguaje gestual y con el verbo manifiesta lo que siente, primordialmente lo
que le hastía. No escribe bien, pero lee el mundo, porque –como lo escribió
Freire- “la lectura del mundo precede la lectura de la palabra”. En fin, es una
pariente que supo consentir a su hija en la interrupción de un embarazo en el que
el blastocito se desarrolló en tejidos distintos de la pared uterina. Es una colombiana que no es aunque sea y que no figura
en la historia de los vencedores, como lo incorpora Eduardo Galeano en Los nadies.
Es una
denodada dama que no renuncia al sueño de ver a sus hijos estudiando en la
Universidad Nacional, que no dimite al ejercicio de su sexualidad y de la
recomposición familiar, que cuida su cuerpo y el de su alcurnia, que se gana la
vida –en términos bíblicos- “con el sudor de la frente”. Es una mujer, cabeza
de familia, que la quieren poco los vecinos porque: “es muy buscapleitos” o,
dicho de otro modo, porque reclama sus derechos y los incita a reclamar los
suyos y los de su comunidad, en fin, es una sentipensante colombiana - evocando a Fals Borda -que no
requiere ser budista para comprender que el dolor es inevitable mientras que el
sufrimiento es opcional. Esa es la madre de Antares: Una estrella
que no tuvo infancia en la constelación conocida como 7B, siguiendo con
secuencia de la escritora mencionada.
Antares
en la constelación Séptimo B
La estrella emerge, -como lo expone Piedad Bonnet (2014) en: A criar se aprende- “en dolorosas
condiciones de pobreza e insalubridad en que viven muchos niños colombianos a
los que la inequidad les escamotea los derechos que deberían tener para crecer
dignamente”. Sobrevive ingiriendo alimentos procesados, llenos de aditivos y
azúcares, que no les crean hábitos de higiene. Sobrevive horas sentada, con sus
hermanitos, frente a las escenas de violencia callejera, sin acercamiento a la
lectura de cuentos ni al estimulo con juegos creativos.
A diferencia del 83% de los niños que- según el flamante estudio,
adelantado por el Programa “Inicio parejo de la vida” y apoyado por Colciencias
y entidades como la Fundación Corona, la Fundación Santafé y la Universidad de
la Sabana, realizado en 17 municipios de Cundinamarca y Boyacá- no permaneció
encerrada en su casa, porque literalmente no la ha tenido, su refugio era la
calle, medio que le posibilitaba a su madre reciclar.
Antares crece en un contexto hostil a la infancia, aunque, por denuncias de
su lejano progenitor, recibe una medida de protección que la asume su padre
biológico, por unos años, mientras su mamá litigia la medida, de la niña y de
los otros 2 consanguíneos, una vez abandona el cepo, por un delito cometido
contra la integridad física de un pariente, en primer grado de afinidad. Luego de
incontables calamidades ingresa al preescolar de una escuela pública de la Leonia,
susurrada por las hojas, confusa por el
aleteo de las palomas y colmada de filósofos sin pañales, parafraseando a Alison Gopnik (2010).
La escolarización transcurre sin mayores acontecimientos pedagógicos
destacados, salvo la actitud juiciosa, solidaria y emprendedora de una esplendente
estrella, que pese a vivenciar conflictos, que la ley de matoneo tipifica como
“situación I” o de la disciplina tradicional, sale adelante. A los 13 años
tiene su primera relación de noviazgo con un solecito, desplazado de la primigenia
constelación hacia el seno de su abuela paterna y luego hacia la vaivén del
papá, un joven que llega a la metrópoli en busca de mejores condiciones de
vida, encontrándose con una vinculación laboral precaria y con la reconfiguración
de un nuevo grupo familiar, que comparte con una consorte y siete descendientes,
de varios maridos, pero con la esperanza de que los hijastros suplan la socialización
primaria del pretendiente de Antares, un chico que apenas se acercaba a los 14
años y del cual hoy no se tiene noticia de su existencia.
La estrella combina el liceo, el “amigo con derechos” y los menesteres
hogareños. Su madre, esa mujer nada amiga de la procastinación, coadyuva con el
estudio de la adolescente y no es proclive a la relación amorosa de su retoño,
con ese lucero fugaz de una galaxia familiar polimórfica. Los dos culminan sus
años escolares, la fémina con laureles y el chico con espinas, no obstante los
dos emprenden el bachillerato.
El eclipse de la estrella y el lucero.
Emprendido el
bachillerato en el año2013, continuando con el Ciclo 3, como le llaman en esa
metrópoli, florece un acontecimiento esponsalicio inesperado: la gravidez de una
de las siete mil niñas embarazadas (El Espectador, mayo 28 de 2013), con edad
no superior a los tres lustros, en Macondo.
Todo
va bien hasta el momento en que Antares exterioriza, a través de una señal hemorrágica,
la existencia del embarazo. No es cualquier germinación, es una fecundidad
ectópica. La potencial abuela acude a los galenos para que la intervengan,
coligiendo que se trata de la interrupción del embarazo, generado por las
características del mismo. “Sin más remedio”, como lo relató la malograda abuela,
los galenos procedieron con los protocolos de rigor, poniendo a salvo a la joven
materna, pero quedando en la memoria un duelo, per se, por la pérdida emocional.
No
obstante la protección requerida por una paciente de tal magnitud , vuelve al
liceo la semana siguiente, como si lo ocurrido no fuese un asunto altamente
delicado, como si llanamente nada hubiese pasado, tal como lo hacen millares de
campesinas, indígenas y mujeres trabajadoras del legendario País de la canela . La incapacidad establecida
por la Ley no contó ni para la familia ni para el liceo. Eso no constituye un
patrón significativo en la cultura escolar todavía. Empero, la madre de la estrella
pone en aviso a uno de los profesores que le da clase, precisamente para que en
su sabiduría pedagógica, más que disciplinar, coadyuvara con la recuperación
emocional de su alumna.
Las
pretensiones de la abuela en cuestión se empiezan a ver malogradas, porque el
docente, a cambio de activar la Ruta de Atención Integral al Escolar, se
detiene en la realización de juicios a priori con algunos colegas, conduciendo todo ello a la ofensividad de la adolescente y por esa vía a la
depresión y a adoptar una conducta suicida, como fue verificarlo, a posteriori,
por profesionales de la salud mental. A buenahora, no fue un menor más, de esos
que cada dos días se suicida en Angosta.
La estrella que se quiso apagar…
En
esta vorágine de impulsos anatómicos, fluidos de la crisis emocional y de la
interacción de los neurotransmisores, Antares presenta demandas a la familia y
al colegio. Su lenguaje corporal exige, a sus profesores y a las directivas del
liceo, una lectura, intrínseca, extrínseca y contextual del malestar que la
está afectando, pero de eso, -según la sicóloga- “ni una remisión de los
profesores”, a sabiendas de que el liceo ya debía contar con la Ruta de
Atención Integral al Escolar, porque la Ley que la contiene ya ha sido
promulgada y está en vigencia. Probablemente, que la siempre exteriorización de
la alegría, la disposición al estudio, la camaradería con sus compañeros, el
acercamiento al director del curso y su imborrable sonrisa, afirmaban el
analfabetismo de los educadores frente a la gramática de los trastornos
mentales. “La enfermedad pone un velo sobre la cara del paciente que nos dificulta
descifrarlo” escribe Piedad Bonnett (2013, 51)
No
obstante los avatares y el sorteamiento silencioso de una pérdida emocional, la
adolescente desencadena su crisis: “El jueves 10 de junio del año en curso,
hacia las 2:48 de la tarde, la progenitora de Antares se acercó al quinto piso
del plantel, con sus pupilas empañadas, nerviosa y con unas hojas de esquela en
la mano, para manifestar que su hija quería terminar con su existencia…se iba a
suicidar. Ante la cara despavorida de la sicóloga, Resura pone la misiva sobre
la endeble baranda del corredor, para que la descodificara la joven profesional.
La orientadora, nada bisoña ni ajena en el manejo de los asuntos de la muerte y
de las pérdidas emocionales, lee el mensaje y fija la mirada en el apesadumbrado
rostro de Resura, palpa sus labios y huye al Laberinto de la Soledad, para ratificar que la palabra muerte,
ciertamente “jamás se pronuncia porque quema los labios” y los corazones.
“La nuestra es una cultura negadora de la
muerte…jugamos a ser inmortales” escribe Isa Fonnegra (1999, 22), pionera de la
tanatología en Colombia. Pareciera una verdad de Perogrullo, pues 2 de cada
tres colombianos prefieren no hablar de la muerte, aunque el 99% haya tenido
alguna conexión con el dolor por ese motivo. Y, quienes asumen la conducta
suicida, sobre todo quienes quieren que su suicidio sea “exitoso”, lo mantienen
en silencio. Antares escapó al suicidio pero no a esa conducta silenciosa,
porque quería tener “éxito” en su pretensión dentro del liceo. De ahí, que mientras
esto trascurría, la estrella se encontraba en el único patio de recreo, para un
millar de estudiantes, tutelando el ensayo de un baile a sus compañeros del
grado, quizá la última pantomima, sin dar pistas en lo tocante a su lúgubre
intención, al problema filosófico realmente serio- como lo calificase Albert Camus,
en El Mito de Sísifo: el suicidio.
Aunque
la Ley 1620, el Decreto 1965 y la Guía 49 no contienen especificidades acerca
de la ruta de atención a un episodio como el de Antares, sobre todo para la
atención in situ y para la prevención, la sicóloga, sin hacer comentarios y sin
exteriorizar en su rostro el miedo y la angustia que ello causa en un ser
humano, apela a las alertas existentes: llama a la línea 123 desde el celular,
para evitar que se cortara la comunicación, porque generalmente las líneas
telefónicas de los planteles educativos tienen temporizador y, en una llamada
de esta envergadura suele haber una demora inaudita. El agente receptor
recolecta la información y activa las alarmas en las entidades de salud, de
donde se direcciona llevar a la chica al hospital más cercano y pedirle cita de
urgencia con siquiatría.
Hacia
las 3:10 de la tarde, los porteros escuchan el insistente golpeo a las puertas
de la entrada principal del liceo. Los escolares gozan de su recreo en el
estrecho patio, cuando avistan a la policía: ¿Uyy qué pasaría? exclamaron los
niños que estaban contiguo a la puerta. “Venimos a recoger a una niña que se
quiere suicidar” acota un agente de la patrulla policial. “Nosotros no sabemos
nada de eso” replica el portero. ¿Quién dijo eso? ¡Aquí no hay nada! ¿Será en
otra parte?…La sicóloga se percata lo ocurrido y sale con el gendarme hacia la
calle, le manifiesta que eso no se hace así, que ese un problema delicado, no de
orden público, que no hay escándalo para fustigar y por lo tanto se debe tener
mesura y guardar las esposas…”Nosotros no sabemos nada de eso, venimos a llevar
a la niña antes de que se suicide o sino nos la cobran es a nosotros”…“Si usted
nos impide el procedimiento le toca asumir las consecuencias de lo que pase…”
En el
intermedio de estas disímiles interacciones, por los roles de las entidades que
tienen corresponsabilidad- según la Ley de Infancia y Adolescencia-, Resura
interviene en las deliberaciones para colocar su punto de vista: “Yo no voy a
dejar que mi hija se la lleven en una patrulla de la policía…porque ustedes son
unos…así que ábranse del parche”… enseguida entra al liceo a continuar
abrazando a la fulgurante estrella que quiere apagarse. Madre y orientadora
acuerdan llevar a Antares por su cuenta a la policlínica más cercana, notifican
a los gendarmes de la decisión y de la necesidad de pedir una ambulancia. El
vehículo, como casi siempre suele pasar, no llega, porque culturalmente asisten
es a personas lesionadas en accidentes, los trastornos mentales no tienen
cabida en esa conmensurable lógica. La menor arriba a urgencias en el carro de
una profesora, acompañada por su madre. Allí, luego de varias horas fue
valorada, le asignaron su custodia en el pabellón de Salud Mental, lugar
inhóspito para los menores ya que comparten con los adultos, espacios y
actividades propias del manicomio, corriendo muchos riesgos, observando
prácticas inhumanas que se hacen a nombre del restablecimiento de la razón y de
la rehabilitación
Una astronauta restableciendo la rutilante estrella
Resura,
una ciudadana activa, que tiene claro cómo contribuir con el mejoramiento de la
convivencia escolar, a quien no quieren los vecinos “por buscapleitos” y por
“pendenciera”, ha puesto en conocimiento de la entidad nominadora el episodio
de la estrella, con el profesor a quien le confió “el secreto” de la
interrupción del embarazo, cuando le justificaba la inasistencia a sus clases.
Como el “secreto” no se mantuvo, sino que llovieron los juicios a priori, el
escarnio público de la nobel materna y por esa vía la depresión y la adopción
de la conducta suicida, la señora ofició cartas a distintas entidades afines al
control estatal, para que se investigara al educador y se trasladara, porque,
en términos skinerarianos era un estímulo negativo para el aprendizaje de la
alumna y para la convalecencia; además creyendo que los derechos de los niños
son prevalentes y superiores, como lo reza la Constitución Nacional.
No
sobra un paréntesis, en este acápite, para recordar, que los “secretos” que
saben los profesores sobre los estudiantes tienen su procedimiento legal y su
tratamiento ético y moral, por parte de los mismos. El posparto de una escolar,
que apenas se acerca a los 15 años, no es un secreto, al igual que el estado de
preñez, la conducta suicida, la sustracción de bienes ajenos, el consumo o la
distribución de sustancias psicoactivas, el porte de armas, los victimarios de acoso
escolar, tan solo por nombrar algunos casos. La normatividad reciente, sobre la
violencia escolar, es clara en exigirle a los centros escolares la
explicitación de los protocolos y la Ruta de Atención Integral Escolar, para lo
cual se debe recolectar la información del hecho, con la participación activa de
las partes inmersas en el problema, la contextualización del mismo, la
clasificación si es una situación tipo I, II o III, la remisión y puesta en
conocimiento de quien corresponde.
El
procedimiento, lamentablemente, no lo aplicó ni el rector ni el profesor en el
caso de la estrella de la constelación, entre otros motivos, porque se adolece
de una cultura escolar en la que el educador, cualquiera sea su campo
disciplinar, debe actuar como formador mas que instructor o surtidor de
conocimientos o como administrador de currículo. Los contenidos del área y del
cargo no son un fin per se, son un medio para la formación integral del alumno,
porque el educador es “un orientador…del proceso de formación, enseñanza y
aprendizaje de los educandos, acorde con las expectativas sociales, culturales,
éticas y morales de la familia y la sociedad”, coherente con la Ley General de
la Educación y con la “Ley de Matoneo” que ratifica el rol del docente “de
orientador y mediador en situaciones que atentan contra la convivencia escolar
y el ejercicio de los derechos…”.
Del
liceo al asilo
“En
los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el
conocimiento”, adujo Einstein. Sin duda que Antares, su familia y el liceo
experimentan una crisis, es decir, una oportunidad para crear y para aprender;
sin embargo, la canalización de esa crisis, acudiendo a una institución como el
asilo, no fue la mejor, porque la imaginación se mutila. Y ¿cómo no se va a cercenar
la imaginación, si el cerebro se ve perturbado en la producción de endorfinas, oxitoxina,
serotonina, cortizol y otras hormonas, por efecto de la ingesta obligada de medicamentos
siquiátricos?
¿Cómo
no se va a afectar la imaginación de un ser humano en un lugar tan inhóspito,
frío y soporífero y letárgico como lo es un hospital siquiátrico, espacio donde
los gritos, los olores a enfermedad, el sufrimiento, la inconsciencia y el
malestar engalanan el ambiente cotidiano? Para una alumna como Antares, cuyo modus
operandi es la interacción directa con sus pares, el juego y la alegría juntos,
el contacto con sus maestros y el ritual de la escolarización, la reclusión en
un centro hospitalario no propicia la imaginación, porque pierde hasta la
esperanza, ese “sentimiento irracional, pero necesario”, como la denomina
Santiago Rojas (2013, 229).
Pero
el ideograma chino crisis también es leído como oportunidad. La situación de
Antares dio la oportunidad para examinar los valores de los interlocutores de
la adolescente. En el caso de los profesores, verbi gracia, quienes enseñan
ética, religión , sociales y demás áreas, se percibió que los proclaman en el
aula pero no hacen praxis de ello, porque, dadas las circunstancias de su
alumna, nunca la visitaron ni en la clínica ni en su humilde morada. Del 100%
de enseñantes, incluido el director del curso, solamente el escaso 10% la
visitaron y animaron a Resura, cifra preocupante, puesto que la interrelación
con un educando enfermo hace parte de las relaciones pedagógicas, y si se asume
que la pedagogía es un acto de amor, entonces ¿dónde está la pedagogía y dónde
el amor de los educadores y directivos docentes de Antares? Si el amor es la
fuerza motivadora de la vida y la “materia” de la que está hecho el universo,
entonces ¿Con qué se motiva la vida de Antares para seguir existiendo?
Los
compañeros de 7B, en cambio, asumieron una actitud contraria a la de sus
docentes. Sin saberlo y sin tener formación como galenos, demostraron que
aunque no podían hacer nada para detener la enfermedad de Antares, no les
significaba que no hubiese nada que hacer; antitéticos ante el comportamiento
de sus educadores, tomaron la iniciativa de escribirle cartas a su compañera y
de hacérsela llegar por medio de su director de curso de la paciente. La clase
de Lengua Castellana y la clandestinidad fueron los escenarios apetecidos.
Insistieron los niños en la consecución de un teléfono para comunicarse con
ella y en ir a visitarla. Estos hechos pueden leerse como cuidados paliativos
que han repercutido en el fortalecimiento de la calidad de vida de Antares y en
el apoyo a sus allegados. Además, dejan en evidencia la vivencia de valores positivos,
como los denomina Adela Cortina (1993).
Los estudiantes, también se
sensibilizaron frente al dolor de la progenitora e hicieron suya la situación colocándose, en
el lugar de la madre de cada uno de ellos. Resura, verbalizó la experiencia con
el grupo, escuchó las preguntas y los comentarios de los chicos y los animó a
valorar más la vida y a “no hacer sufrir a los padres de esta manera”.
Explicitó el viacrucis que vivió en la policlínica y con la EPS, para que
atendieran a una menor y sacó en limpio una verdad que viene haciendo carrera
en Colombia: “Los Derechos de los niños no son prevalentes ni superiores, lo
son en el papel solamente”.
La
niña no guardó silencio con sus compañeros, fue corresponsable; no obstante las
vicisitudes de una clínica siquiátrica, escribió con su puño y letra un diario
de campo y remitió varias cartas: Luego de unos cuantos días retornó al liceo,
una vez resueltos cualesquiera inconvenientes propios de la incertidumbre y la
ignorancia de directivos y docentes y de la iniciación de una nueva experiencia
pedagógica.
El liceo: pedagogía y siquiatría.
Aunque
el magisterio sabe que cerca del 35% del gremio afronta problemas de salud
mental, asociados con el ejercicio profesional y ligados, principalmente, al
Síndrome de Agotamiento Profesional, al estrés, al manejo inadecuado de las
emociones negativas y a todas las implicaciones del Shock del Futuro, no
expresa conciencia acerca de la polisemia de los trastornos en los niños,
particularmente los de tipo mental. La etiología de esta actitud obedece a las
falencias en el proceso de su formación, en la universidad y en el ejercicio
docente. Por eso, esta experiencia y muchas que no se han escrito, junto con
las que vendrán, llaman la atención acerca de la importancia de ir más allá de estas
políticas educativas centradas en lo cognitivo.
Jesús
Palacios, en La Cuestión Escolar, sugiere
la corriente: La Crítica Antiautoritaria, engrandecida con tributos de las
escuelas de sicoterapia y de la profiláctica. Acá fluyen las orientaciones de
Freud sobre la “voluntad del placer”; Alfred Adler con la “voluntad del poder”,
Carl Roger con la “Terapia centrada en el cliente”, Neill con la “curación de
la escuela” Gerard Mendel con el sociosicoanálisis y otros. Viktor E. Frankl (Lukas,
2003) encajaría muy bien, dentro de esta corriente, con la logoterapia y sus aportaciones
sobre la “voluntad de sentido”. La
educación, con esta mirada, dejaría de ser un proceso de trasmisión de
conocimientos, tal como sigue primando, y se convertiría en una actividad
terapéutica o, al menos, profiláctica, con nuevas herramientas para el abordaje
de los serios problemas de consumo, suicidios, hurto, violencias, discapacidades,
patologías, enfermedades anatómicas y mentales, síndromes y trastornos en
general, que hoy azotan a los estudiantes, educadores y padres de familia y
ante lo cual el magisterio no sabe cómo actuar.
El
retorno de Antares al liceo se ve cruzada por muchas posturas, la mayoría sin
fundamento ético ni científico. Hay quienes sostienen que “lo mejor es
retirarla del plantel”, sin tener una previa recomendación de los profesionales
de la salud mental; otros: “mejor que se vaya para evitarnos más problemas”; no
faltaron quienes interpelan la desescolarización: “que la niña se quede en la
casa y del liceo se le envían las lecciones”. Finalmente, hay un grupo de
maestros que defienden la permanencia de la estudiante, sobre la base de que
Resura, los directivos del liceo, los profesores y las entidades de salud
asuman su rol. Sin consenso, solamente con la voluntad, con el argumento, con
el apoyo de la familia de la niña, con la ruptura de la zona de confort de
directivos y docentes y con la convicción de que una nueva experiencia “es
posible”, la chica vuelve a su aula.
Los
niños, quienes en ningún momento opusieron resistencia, fueron los primeros en
preparar la llegada de la alumna de la constelación 7B. Consiguieron bombas,
compraron una torta, se organizaron en grupos, dispusieron dibujos, letreros en
las paredes y en el tablero y escribieron sus mensajes para entregarle
personalmente a Antares. La adolescente retomó su puesto, se adelantó en las
tareas con cuadernos prestados, notificó al director de curso sobre los
medicamentos y el horario de ingesta.
Los
educadores y directivos, entre tanto, recibieron curso de cualificación in situ
sobre: Manejo de pérdidas emocionales; pautas respecto a la conducción del
duelo sobre la base de los aportes de Carlos Bianchi; leyeron los libros: Lo que no tiene nombre de Piedad
Bonnett: (2013), De cara a la muerte
de Isa Fonegra de Jaramillo, Los niños y
la muerte de Elizabeth Kuble-Ross, El
sentido de la vida de Elisabeth Lukas (2008), El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl (2010) y Morir es nada de Pepe Rodríguez (sf), El manejo del duelo (2005), Anímate (2013), y La
estrategia del Ave Fenix (2013) de Santiago Rojas, entre otros. Accedieron en
internet a los Derechos escolares del niño en duelo; recibieron formación acerca
de la conducta suicida y leyeron La
cuestión escolar de Palacios y el Poema
Pedagógico de Makarenko. Exploraron películas sobre el duelo, han escrito
sobre los aprendizajes que deja este episodio y se han preguntado: "¿Bueno, y qué sentirán los alumnos cuando regresa al salón de clase un maestro que está en tratamiento psiquiátrico?... porque nosotros ya lo vivimos con un niño y sabemos que no es fácil comprenderlos, cómo será para ellos?"
La aceptación restablece lo que la negación agrede.
Esta podría ser una de las tantas síntesis de las enseñanzas que deja esta
experiencia reflexionada. Asumir la
crisis no como final sino como principio y como oportunidad, “ganar la batalla
a la enfermedad sin tener que pelear contra ella” (Rojas, 2013, 221), practicar
la inofensividad como lo recomienda el médico en mención; no ser indiferente ni
actuar con desidia; convivir con nosotros mismos, porque proferimos, casi
siempre, convivir con los demás, pero nos olvidamos del Yo; abrirse paso a las
innovaciones, “tener siempre fría la cabeza, caliente el corazón y larga la
mano”, como dijese Confucio, para ayudar a quien pide ayuda, es el epilogo que
queda de esta reflexión.
En El terror de sexto “B”, el
rector anheló volver a presenciar el ingreso de Porki, por la puerta del salón “como
si nada”; en la galaxia, Antares esperó ver que el rector removiera, del liceo,
a ese profesor que le hizo juicios de valor a priori a cambio de auxiliarla en
la elaboración del duelo. Contrario a lo esperado, Porki no retornó, pues
estaba hospitalizado; el docente de Antares renunció al gremio, para dedicarse
a disfrutar del estipendio pensional, sin ninguna sanción legal y sin el resarcimiento
moral que exige la ofensividad a un menor y máxime a una niña. Igualmente, en
este epilogo, Antares y Resura ponen en duda la solidaridad de género de que tanto se habla en
la sociedad y en el magisterio, pues su situación ameritó la aceptación, no el
rechazo y la reprobación como efectivamente se patentizó.
Cuentan los moradores de la nebulosa que la estrella fugaz sigue destellando
el curso, que pese a las trances que genera una realidad como la descrita,
socorrida en duelos, permanece amando su liceo y queriendo estar hasta el grado
12, con las otras estrellas que le dan también luminiscencia. Los astronautas
que asumieron el viaje en esa cápsula, expresan su satisfacción por los logros
obtenidos y se muestran dispuestos a compartir la experiencia, porque saben que
éxodos como el de Antares están por venir muchos. “Ese año escolar no fue como
el de todos los años, fue distinto al de los docentes Baktiaritas, fue un año
nuevo, porque hubo reencuentro con la pedagogía”. Y la escuela debe estar como
Perséfone, dispuesta con la granada de Hades, para sacar del submundo a quienes
se están sumergiendo y ofrecer la luz a quienes están ad portas de caer en la
obscuridad del consumo, del suicidio, de las emociones negativas, de los
valores negativos, la soledad, la angustia y de la desesperanza.
Esta experiencia ratifica la hipótesis de que la escuela sigue siendo uno
de los pocos establecimientos, en el país de los habitantes más felices del
planeta, que está sirviendo de muro de contención a los múltiples problemas
escapados de la vasija de Pandora; la escuela sigue siendo la patria de la infancia
y de la imaginación de los niños y adolescentes. Pero, para no dejar fugar la
esperanza, que se halla en el fondo del receptáculo, demanda del magisterio postura
ética, moral y pedagógica, coraje, imaginación y conocimiento de las oportunidades o
crisis que brinda el medio, para crecer y hacer que Colombia emerja en la
resolución de sus conflictos, uno de ellos la guerra, otro la pobreza, otro la
corrupción, flagelos contemporáneos, catastróficos para la humanidad “tan
terribles, tan profundos y sobre todo tan vertiginosos -Apunta Sábato (2006,
61) -que aquellos que provocaron la desaparición de los réptiles resultan ser
insignificantes” ¿Por qué contentarnos
con vivir a rastras cuando sentimos el anhelo de volar?, preguntaría H. A.
Keller.
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