LOS CINCO SENTIDOS DE UN MAESTRO A LA COLOMBIANA.
Una
reflexión a propósito del Día Internacional del Docente.
El
13 de octubre de 1989, Brecha, un periódico de Montevideo, publicó el
escrito de Corina Gobbi, intitulado: Los cinco sentidos de una maestra.
Buceando en el océano de la literatura educativa, el escrito llegó a mis manos
y con base en éste se elaboró una ponencia para el seminario
Evaluación Nacional de Docentes, organizado por la Cooperativa Editorial
Magisterio en 1999. Dada la importancia de los maestros y
maestras, en el proceso en que se halla Colombia: el postconflcito, el postacuerdo y la Evaluación Diagnóstico Formativa, coloco, en el corazón de mis colegas, una nueva versión del escrito,
como una provocación para hacer de la escuela un lugar donde se cultiva el Derecho a la Paz. También, como una invitación a visibilizar la situación del aula de clase.
La
vista: Tengo ante mí, 40 niños y
niñas. La mayoría están nerviosos, inquietos. Se mueven sin cesar. Sus miradas
no corresponden a su físico, porque delatan dialécticamente la pobreza material
y la riqueza mental; sus gestos denuncian el humor, las ganas de salir
adelante, el amor hacia sus maestros, como también el malestar de no poder gozar
de mejores condiciones de vida. Sólo unos pocos tienen esa expresión serena de
la gente que está satisfecha consigo misma. Las manos, en ocasiones, dejan
entrever la mugre que se pega en la piel como producto del trabajo y del juego;
la ropa no disimula el desgaste ocasionado por el uso y el abuso de unos niños
y jóvenes briosos, indomables y a veces agresivos.
Si miramos por debajo de los bancos y en el estrecho patio, aparece una colección de papeles corrugados, vestigios de cuadernos, lápices deformados y hasta segmentos de trapo. Los pupitres declaran su deterioro porque están desajustados, rayados, sucios y con una señal que potencia: la escritura clandestina manifestando el amor y el currículo oculto de la copialina. Las paredes explicitan el acervo eucliniano de la geometría, pues se impone en las paredes la figura rectangular de los ladrillos arrebolados, junto al frío y a la ausencia de murales que alteren esa linealidad. Más allá, el pequeño patio de cemento, insuficiente para tantos niños y niñas que ven frustrado el Derecho a la Recreación abierta y al disfrute del espacio público. Ante esta disimilitudes, no falta la sonrisa de la maestra que incita a los pequeños y jóvenes a respetar el medio ambiente y a embellecer la segunda casa de la comunidad.
Si miramos por debajo de los bancos y en el estrecho patio, aparece una colección de papeles corrugados, vestigios de cuadernos, lápices deformados y hasta segmentos de trapo. Los pupitres declaran su deterioro porque están desajustados, rayados, sucios y con una señal que potencia: la escritura clandestina manifestando el amor y el currículo oculto de la copialina. Las paredes explicitan el acervo eucliniano de la geometría, pues se impone en las paredes la figura rectangular de los ladrillos arrebolados, junto al frío y a la ausencia de murales que alteren esa linealidad. Más allá, el pequeño patio de cemento, insuficiente para tantos niños y niñas que ven frustrado el Derecho a la Recreación abierta y al disfrute del espacio público. Ante esta disimilitudes, no falta la sonrisa de la maestra que incita a los pequeños y jóvenes a respetar el medio ambiente y a embellecer la segunda casa de la comunidad.
Pero,
además, 40 niños y niñas transgreden todas las leyes de La Gestalt y de la
Teoría Conductista, no hay estímulo natural que valga. No hay configuraciones
posibles para un guarismo tan grande de cuerpos movedizos, frágiles y fieros.
Mis pobres ojos son sólo dos, fijos y frontales. La naturaleza tendría que
sabiamente modificárnoslos, en una mezcla de caracol y gallina, por ejemplo,
para poder captar parte de los acontecimientos. Por ahora, siguen siendo
apropiados para enfocar abarcativamente sólo a 25 o menos, como ocurre en Cuba
y en Estados Unidas. ¡Ah! casi se nos olvida, esos ojos gustan más de las
pantallas y de los ciberespacios que de nuestra presencia; de eso no cabe la
menor duda. Reunidos los 300.000 maestros y maestras de Colombia, no podríamos
en un minuto fijar la atención que produce una pantalla, puesto que son
millones y millones los estímulos que ella produce. Ahí, tenemos una desventaja
de centurias. No obstante, los maestros y maestras tenemos mirada de lince.
El
oído: el ruido que soportamos
supera ampliamente los 90 decibeles que un ser humano puede tolerar, el salón
de clase es como un lugar donde hay más de media docena de locutores con sendos radios encendidos con prédicas
distintas. Pero no es sólo esto. Hay 40
y más voces que llaman: “profe, no tengo lápiz”: “profe, esta niña me molesta”,
“profe, ¿me deja ir al baño.?”, "profe, ¿ya vamos a salir al recreo?"
Pues, no todo el tiempo la clase es activa y ordenada, ni se sumerge en una
pasión creativa y unificadora. La entropía anuncia la existencia del Caos y la
Complejidad, teorías emergentes en el siglo XX
y augurales en el siglo XXI. Además, hay ruido en el patio, en la calle,
siempre aparece “algún acontecimiento” distractor. Un niño se lastimó, otro se
escapó de la clase, a fulanito le robaron el mendrugo de pan, aquélla perdió la
moña, a perencejo le dio la pálida, porque su estómago está vacío, a la niña
del rincón se le bajaron las defensas por la infección renal, a un buen número
de educandos les motivan otras cosas menos los contenidos de clase.
Pero, sobre todo, estos niños exigen atención, requieren afecto, que se les hable al oído, que su maestro o su maestra les diga palabras que dan vida, buscan hallar en la voz del maestro algo que no han encontrado aún en su experiencia del mundo ni en la de su familia, persiguen por todos los medios el amor. Y yo estoy ahí, horas a su disposición y a veces me toman por asalto para que los escuche con cualquier pretexto. Es cuando uno dice, para ser maestro se necesita además tener oídos atentos, porque aquí se invierte la ecuación: mil palabras valen más que una imagen, entre otras cosas porque las imágenes que a diario ven no satisfacen sus deseos como sí las palabras amorosas y los potenciadores gestos de sus maestros y maestras.
Pero, sobre todo, estos niños exigen atención, requieren afecto, que se les hable al oído, que su maestro o su maestra les diga palabras que dan vida, buscan hallar en la voz del maestro algo que no han encontrado aún en su experiencia del mundo ni en la de su familia, persiguen por todos los medios el amor. Y yo estoy ahí, horas a su disposición y a veces me toman por asalto para que los escuche con cualquier pretexto. Es cuando uno dice, para ser maestro se necesita además tener oídos atentos, porque aquí se invierte la ecuación: mil palabras valen más que una imagen, entre otras cosas porque las imágenes que a diario ven no satisfacen sus deseos como sí las palabras amorosas y los potenciadores gestos de sus maestros y maestras.
El
tacto: y cuando digo por asalto, es
en un sentido literal; 40 niños son 80 manos,
400 dedos y millares de sinapsis que se producen; te acarician, te
alcanzan el cuaderno para corregir, te interrumpen el paso, te dejan las huellas
del sudor y del dulce en el vestido y las de sus desgracias en el corazón y en
el cerebro. Mi cuerpo no da para 80 manos y para más de 40 cuerpos que se
recargan, momento a momento, sobre los hombros. ¿Y tantos estímulos, cómo
llegan a mi rica corteza cerebral? Yo qué sé. Pero, eso no es todo. Yo también
quisiera acariciarlos, tener un gesto, abrazarlos, ser tierno o tierna,
sentirlos y ayudarles a ser mejores personas, excelentes ciudadanos, brillantes
profesionales, diligentes padres y madres de familia en el mediano plazo.
Pero
son muchos, insisto, son cerca de medio millar de dedos. Así, mi cuerpo recibe
órdenes contradictorias. Eso es lo que
explica por qué a los docentes nos duele tanto la espalda y el cuello. Puro
estrés, la transducción se vuelve corto circuito. Encima el frío, el polvo, los
problemas familiares, laborales, personales, ambientales y a veces cuando
llueve, las goteras, la música desafinada que produce la caída de la lluvia
sobre las tejas de zinc o de eternit. El frío nos tensa, nos encierra, nos
distancia, pero nos convoca a unirnos. Estamos desde los cero hasta los 3000 metros más cerca de las
estrellas. ¡Ah!, ¿cómo lo sienten? Pese a las adversidades, mi tacto sigue
esparciendo sin reparo el calor humano que demandan los educandos.
El
olfato: esta es la parte más difícil
de explicar. Hay que amar verdaderamente, amar lo que se hace, o no tener más
remedio, para poder husmear lo que los maestros y maestras olemos. Es que la
mugre y la miseria huelen, y huelen fétido, son los olores putrefactos del capitalismo
salvaje. Son los olores más recónditos, inhóspitos, más íntimos, más
regresivos, más estimulantes del rechazo. Aquellos que la civilización ha
aprendido a sublimar. Cada parte del cuerpo, cada intercambio no controlado,
huele. Y nosotros les decimos: “tienes que bañarte, tienes que lavar la ropa,
tienes que usar desodorante, hay que lavar las medias, los pantis, los dientes
y los calzoncillos. En una palabra, hay que quererse más y tratarse mejor, hay
que luchar por la dignidad. Se necesita verdaderamente amor y coraje en este
asunto, sin el amor la enseñanza no fluye.
En
no pocas ocasiones está el olor a “picho”. No controlan los esfínteres, porque
tienen frío, toman mucha agua para mitigar el hambre, porque el hambre da sed;
piden ir mucho al baño; se angustian porque, los niños más grandes los asustan,
les quitan las onces, los hostigan, los amenazan “a la
salida nos vemos”; porque tal vez, en su casa se les generaron miedos y formas
de sobrevivencia a través de la agresión al otro, incluso hasta de la
eliminación física. Pero claro, ¿quién no se asusta cuando lo amenazan o cuando lo maltratan? Cualquiera, ¿no es
cierto?. No es un secreto para los maestros que, “la extorsión, el insulto,
la amenaza, el coscorrón, la paliza, el azote, el cuarto oscuro, la ducha
helada, el ayuno obligatorio, la comida obligatoria, la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa, la prohibición de hacer lo que se
piensa, la prohibición de hacer lo que se siente y la humillación pública", son
algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales de la vida
familiar.
Les asiste la razón a un grupo de escritores latinoamericanos, quienes en el año 2000 expresaron: “En las puertas del próximo milenio el hombre está conquistando las estrellas, pero aquí en la tierra no ha llegado al corazón de los niños”.Sin embargo, la enseñanza de los Derechos Humanos comienza en la familia. "Para los espiritus fuertes y temerarios, para los que tienen el genio en las narices, para los que no se hunden ante la falta de sentido de la existencia, está la risa", diría Nietzsche.
Les asiste la razón a un grupo de escritores latinoamericanos, quienes en el año 2000 expresaron: “En las puertas del próximo milenio el hombre está conquistando las estrellas, pero aquí en la tierra no ha llegado al corazón de los niños”.Sin embargo, la enseñanza de los Derechos Humanos comienza en la familia. "Para los espiritus fuertes y temerarios, para los que tienen el genio en las narices, para los que no se hunden ante la falta de sentido de la existencia, está la risa", diría Nietzsche.
El
gusto. Después de todo ésto, ¿qué
sabor le puede quedar a un maestro o a una maestra en la boca?. Cuando
tomamos una aguadepanela hirviendo, cafecito, tinto, o aromática para
reconfortarnos un poco, en un lugar estrecho, donde casi no hay condiciones
locativas para intercambiar entre nosotros, o conversar o para chismosear
pacíficamente y casi ni un saludo, apenas si lo disfrutamos. Junto con el
líquido caliente nos tragamos la angustia. No está previsto. La masticamos como
un cuero que no se puede engullir, como un borrador, junto con la frustración, la
humillación, el desasosiego. Y cuando llegamos a casa ¿qué? Más angustias, más
temores, más sospechas, más tensiones, más trabajos, más psicosis, porque en
nuestra mente están encarnados los 40 y más seres humanos y todo lo que
implica la humanidad de unos pequeños educandos, que si bien es cierto sus
casas son humildes- como lo expresó un día el viejito de las Cenizas de Ángela,
en una escuela de Irlanda, -“sus mentes pueden ser como palacios”, que exigen
mejores posibilidades de desarrollo emocional, intelectual, moral, ético,
político y cultural.
Pero
las glándulas salivales y las hormonas también se alteran al escuchar expresiones como ésta de
un padre hacia el hijo: “Ama a tu
maestro porque pertenece a esa gran familia de trescientos mil maestros de
educación preescolar, primaria y media esparcidos por toda Colombia, los
cuales son como los padres, intelectuales de millones de muchachos que crecen
contigo; trabajadores no reconocidos y mal pagos, que preparan para nuestro país
un pueblo mejor que el presente...
Yo
no estoy satisfecho del cariño que me tienes si no tienes también para todos
los que te ayudan, y entre éstos, tu maestro es el primero, después de tus
padres. Ámalo como amarías a un hermano mío, ámalo cuando te acaricia,
cuando es justo y cuando te parece que es injusto, ámalo cuando es alegre y
afable, y ámalo todavía más cuando lo ves triste. Ámalo siempre. Y pronuncia siempre con respeto este nombre:
maestro, que después del padre es el más noble, el más dulce nombre que
pueda dar un hombre a otro hombre”.
“Nosotros
no somos apóstoles ni mártires,-
decía un maestro a los padres de familia -somos trabajadores y trabajadoras
de la cultura, de la pedagogía, somos los arquitectos del saber: los apóstoles
eran tipos muy macanudos; pero a ellos no le llegaban los recibos de teléfono,
energía, gas, acueducto y alcantarillado, sin subsidio y upaquizados, ni
pagaban arriendo, ni colegio, ni universidad, ni les tocó padecer la privatización ni la
globalización, ni la revolución de la información, ni sufrieron la catástrofe
neoliberal”.
Pensemos que a nuestro alrededor tenemos dulzura, algo que nos incita a golosinear, digamos amorosamente que se trata de 40 postres. ¿Cómo podemos saborear esas cuarenta inteligencias?; ¿será posible realizarlo en tan poco tiempo?, ¿si los consumo todos o la mayoría me indigestaré?. Los maestros somos un cuerpo cuyo sentidos, a diario, se ponen en juego abarcando otros dimensiones como el sentido del humor, el sentido de la responsabilidad, el sentido de pertenencia y el sentido pedagógico de nuestras prácticas. Los maestros no estudiamos para ser la “segunda mamá”, "la tía" diría Freire, ni el “segundo papá”, y sin embargo, en ocasiones toca serlo. Hoy, los padres y madres de nuestros educandos trabajan, tienen muchos hijos, están sobrecargados de problemas, siendo los maestros y las maestras el apoyo invaluable en la formación de sus hijos e hijas.
Pensemos que a nuestro alrededor tenemos dulzura, algo que nos incita a golosinear, digamos amorosamente que se trata de 40 postres. ¿Cómo podemos saborear esas cuarenta inteligencias?; ¿será posible realizarlo en tan poco tiempo?, ¿si los consumo todos o la mayoría me indigestaré?. Los maestros somos un cuerpo cuyo sentidos, a diario, se ponen en juego abarcando otros dimensiones como el sentido del humor, el sentido de la responsabilidad, el sentido de pertenencia y el sentido pedagógico de nuestras prácticas. Los maestros no estudiamos para ser la “segunda mamá”, "la tía" diría Freire, ni el “segundo papá”, y sin embargo, en ocasiones toca serlo. Hoy, los padres y madres de nuestros educandos trabajan, tienen muchos hijos, están sobrecargados de problemas, siendo los maestros y las maestras el apoyo invaluable en la formación de sus hijos e hijas.
La
persona que no ha tenido la oportunidad de olfatear en la práctica pedagógica,
quien no ha escuchado sus ruidos, quien no ha degustado los sabores y
sinsabores, quien no ha visto su panorama in situ, y quien no ha sabido
qué es tener la piel erizada en el arduo trabajo de enseñar y de dejar
aprender, difícilmente puede hacer juicios de valor justos con los maestros y
maestras. Lo que diferencia al proceso de enseñanza y aprendizaje de otros
procesos, su peculiaridad, es que la transformación no acontece con objetos
materiales inanimados como en una fábrica, sino con seres humanos particulares,
con personas que se modifican a sí mismas con la ayuda de otras personas más
capaces; es decir, con los pedagogos, sujetos preparados para guiar, orientar,
mediar, compartir, investigar, comprender y afirmar la cultura, el
conocimiento, los valores, la tecnología y el amor. "El Amor es Luz, decía Einstein, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es
gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras.
El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite
que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y
desvela. Por amor se vive y se muere"
En
un panorama como este, la importancia del magisterio no tiene discusión, el
valor de su trabajo es colosal, porque prácticamente los maestros y maestras
somos de los pocos agentes de la sociedad que le estamos dando al niño lo mejor que puede dárseles. Los
maestros, en medio de la ingratitud y el olvido, como lo escribe Castro
Saavedra, hacemos el más noble de los oficios: cultivar la inteligencia de los
niños, niñas y jóvenes, estimular su pensamiento, animarlos a encontrar la
rosa de la razón en la cruz del presente, como lo dijese Hegel.
José Israel González Blanco, Trabajador Social, Colegio Nuevo Horizonte. 2015.
José Israel González Blanco, Trabajador Social, Colegio Nuevo Horizonte. 2015.
Nota: Este artículo fue publicado por la Revista Latinoamericana
de Estudios Educativos, Vol XXXVII, 1 y 2 trimestres. México DF, 2007,
p..141-146. A