La escuela colombiana es un agente social
afectado severamente por el conflicto armado. No son solamente las 5450
violaciones a la vida, a la libertad e integridad personal de los afiliados a
Fecode, en el último cuarto de siglo (Cuello: 2011,68), ni los 40 maestros asesinado
en promedio por año, sino los miles de niños, niñas y adolescentes, que día a
día, llegan a las aulas, con el dolor de haber visto lapidar a sus familiares,
con la pena de dejar a los vecinos, a los animales, la labranza y la tierra que
los vio nacer y crecer. Del 100% de los municipios colombianos, más del 95% ha
sido perturbado por el conflicto armado. En el caso de Bogotá, cerca de un 12%
de escolares pertenecen a ese prototipo, sin que la escuela citadina esté
preparada para integrar a esa franja de colombianos tal como lo exigen sus
circunstancias.
El relato acerca de La hija de “La leona es una tipología de las muchas
que se hallan en las aulas de clase, algunas veces sin que los educadores y
directivos docentes se percaten de su existencia, más allá del baladí dato. El
sentido de la publicación, no es otro que llamar la atención de la escuela
acerca de la invisibilización en que se halla el flagelo; la segunda pretensión
es convocar a los educadores a la escrituración de las situaciones, para su
reflexión y actuación pedagógica; y, el tercer deseo, emplazar a las entidades
de las que habla la Ley de Infancia y Adolescencia y el decreto 1965 del 2013,
para que se apersonen y le brinden a la escolarización, la atención remedial y
preventiva que ella impetra.
La hija de “La leona”
Leona, es el apodo con el que apellidaron a la
madre de una criatura desplazada, de la Costa Caribe, por el conflicto armado y
por la violencia intrafamiliar, junto con un hermano cachorro y el felino
progenitor de un cuarteto de progenies. Con La
hija de la leona se conoce en la literatura una novela de Vicente García
Oliva. El relato, además de parafrasear el título de la obra, posibilita el uso
del nombre de la primogénita real del Duque: Rosalinda. Así se podrá leer en
adelante el nombre de la niña protagonista del escrito, el nombre del padre, de
la madre, de los hermanos de sus consanguíneos y afines.
“José, ¿Qué hacemos con Rosalinda?” Pregunta la
directora del grado 6X. “Yo creo que a esa niña le pasa algo, porque pelea a
cada nada con los compañeros”, asienta el profesor de una de las áreas. ¡Hay
que hacer algo con Rosalinda!…los niños dan muchas quejas, porque les pega y
los amenaza que cuando salgan del colegio se van a enganchar…”, apunta otro colega.
“A esa muchachita hay que entenderla, porque tiene sus problemas…”, apuntala el
coordinador. “Es urgente llamar a la mamá, porque la alumna anda diciéndole a
los otros que siente unas cosas raras, que la persiguen espíritus…en fin, algo
le está pasando y a eso hay que ponerle atención…”, expone el profesor de Educación
Física. “Esa es una loca, corean de manera burlona algunos estudiantes del
curso”. “Dizque en el salón de mi hija hay una niña corrida…eso nos preocupa a
los padres de familia”.
Rosalinda, como reza una canción “es linda rosa que floreció junto al
río”. Es un alinda púber de piel morena, cabellos crispados, sonrisa recóndita,
elocuencia tímida, cuerpo menudo, muy avispada, “con ganas de salir adelante” y
de mucho coraje para enfrentar los avatares que la existencia ha puesto en su
senda. Una chica que nació hace 12 años, como millones de colombianos, producto
de las pulsiones emocionales de dos adultos, que para el momento se regocijaban
del aroma de amor que expelía el jardín del noviazgo, y de la transparencia del
agua en su discurso, pero que con el paso del tiempo han dejado marchitar esas
flores, porque el río del afecto se ha ido desecando y su cause se ha
contaminado con el clima de los conflictos.
Todo marchó bien en la madriguera costera durante tres lustros,
hasta que un día la leona y su cónyuge supieron de la incursión del león abuelo
en la cuna de la hermana mayor de Rosalinda. El menoscabo que causó fue,
evocando al autor de la Divina Comedia, dantesto en la menor de 14 años: abusó
sexualmente de la nieta y la preñó. La denuncia llega al ICBF de un municipio coribeño
y pronto se hace la interrupción del forzoso e involuntario embarazo. Desde ese
entonces, el león abuelo huyó de la madriguera. Las exhaustivas investigaciones
no han dado con el paradero, sigue suelto en la selva de la impunidad, con el
agravante de que Rosalinda no puede volver, ya que ese lobo feroz puede
aparecer en cualquier momento en el bosque y devorarla, no obstante, uno de los
clamores de la leoncita de 6X es retornar a su tierra natal, porque “aquí hace
mucho frío es muy feo”.
La longeva fiera desbarajustó a la familia de los felinos,
constreñirlos a desplazarse,
en un primer momento para Urabá, pero allá no hubo acomodación de la estirpe. Otro
desalojo fue para la Guajira. En la península la leona conoce a otro león y con
él organiza un nuevo escondrijo, dejando en manos del
consorte depuesto: la niña violada, Rosalinda y dos cachorritos. “Ya no canta
el gallo viejo, como cantaba primero, porque ha venido otro gallo a cantar al
gallinero”, podría ser la síntesis de la decisión de la indómita, que se queda en la Guajira cuidando el nuevo cónyuge,
porque según él “para eso la consiguió”.
Entre tanto, el progenitor de Rosalinda, como en la canción de
Diomedes, mejor se va como hace el cóndor herido, porque la pena de la hija
mayor y la perfidia de la esposa están acabando con su vida, empero, gracias a
su coraje ha podido resistir y no se quiero morir, porque le duelen sus hijos.
Ese dolor y ese coraje se hicieron ostensibles en la visita realizada al
colegio, luego de “hacerle la cacería” en la jungla del barrio y en la floresta
del trabajo. En este último escenario, gracias al apoyo del jefe de personal de
la compañía de vigilancia, se logra obtener el permiso para un día de la semana,
conminando, tanto al jefe como al subalterno, de la gravedad de la situación,
se responsabilizara aún más.
¿Cuál gravedad de la situación? podría decir alguno de los lectores
de este relato, si en “Cien Años de Soledad” desde las primeras páginas los
personajes hierven en deseos de poseer a sus hermanos o parientes cercanos,
violando toda norma y contra toda prohibición, y donde los caprichos personales
gobiernan la vida de los hombres. Pero a Rosalinda se e le agrava aún más la
situación, a causa de en esos ires y venires subyace en escena el conflicto
armado. Ella relata, que uno de los tíos más apreciados tenía una novia, un
narcotraficante se enamoró de la jovencita y por no acceder a sus pretensiones
le asesinó al novio delante de ella y de Rosalinda.
El escenario obliga al cóndor herido a buscar un rumbo distinto.
El destino es Bogotá, ciudad a donde llega con Rosalinda y un hermanito,
dejando en Córdoba a la hija mayor y al niño menor. Esto aconteció hace apenas
dos años. En la capital, el padre de Rosalinda como pudo hizo un curso de
vigilancia y con esa formación lo enganchan y ahí se mantiene, entre otras
razones porque su semblante refleja ser un hombre joven, responsable, de coraje
y como lo precisó él mismo en la vista al colegio: “echao palante”.
Bueno, ¿Y cuál era la urgencia de ir al colegio? Pues no era otra
que entregarle la remisión que un médico siquiatra, de la Secretaría de Salud,
en visita in situ al plantel, dejó, luego de conversar cerca de tres horas con
la estudiante de 6X. En esa conversación La
hija de la leona ratificó lo expuesto a varios niños, a determinados
profesores, al coordinador, al autor de este relato y aun sicólogo de la línea 123. El único que no
sabía de la magnitud del asunto era el exhausto padre.
Rosalinda decía percibir las voces del tío asesinado y de un primo
ahogado. Expresaba también sentir, detrás de sus hombros, la sombra de esos
espíritus. Aducía, que cuando ella tenía ganas de pelear, el alma del tío le exhortaba
en el oído que no lo hiciera, que no vengara su muerte como lo había dicho en
la Guajira, el día del sepelio. Rosalinda es subvalorada en el curso.
Expresiones como: “Ella está loca”, “sáquenla del colegio” “cámbienla de curso”
dan cuenta del malestar de unos niños, que potencialmente están pasando de la
etapa del renacuajo al de la rana, sufriendo el penoso episodio de la
metamorfosis de la adolescencia.
Rosalinda niega con sus actos bruscos las afirmaciones de sus
compañeros de curso, los mira con rabia y les señala: “¡Yo no estoy loca!”, “ a
mi qué siquiatra ni que sicólogo”, yo quiero es irme a ver a mi hermanito en la
Costa y a visitar la tumba de mi tío, quiero hablar con él…Horas antes de la visita del facultativo, el coordinador y
el suscrito ingresan al aula a dialogar con los educandos acerca de Rosalinda,
se escuchan muchas voces recriminando su actitud, hay murmullo… sin embargo, al
final se les precisó que vendría un siquiatra, se les dijo qué hacía ese
profesional, se puntualizó en la importancia de ayudar a La hija de la Leona,
de no molestarla, no expresarle palabras ofensivas, sino como decía Huidobro:
“palabras que den vida, no palabras que maten” .
Culminada la visita y firmados los protocolos se le pidió al
siquiatra hablar con los niños, pero adujo motivos de tiempo, dejando esa tarea
en manos orientación, coordinación y de los profesores. Finalmente, el felino
lleva la remisión para pedir cita para la alcurnia en la EPS, porque la
enfermedad es colectiva… acá hay que potenciar más al padre sin descuidar a la
pequeña…el colegio le ofrece el respaldo para seguir adelante con sus hijos, el
colegio le pide dedicarle más tiempo y brindarles más afecto y confianza a la
niña y al niño, quien está validando el bachillerato. En el lapso en que se
dinamizaron estas acciones, huelga decir, en las últimas dos semanas del mes,
Rosalinda faltó dos días al colegio, al parecer por miedo a las acciones de
ayuda.
En el momento en que se elabora este relato, la leoncita está
dando muestras de más alegría, se está acercando más a trabajo social y a
coordinación, ha limado asperezas con las niñas candidatas a pelear, cambió de
peinado, las mejillas que la violencia quemó con el tizón encendido del dolor,
empiezan a desenrojecerse. Rosalinda, La
hija de la leona, es una heredera de Macondo que, contrario a los relatos
de José Eustasio Rivera, no jugó su corazón al azar, para que se lo ganara la
violencia, no obstante, la violencia se lo está queriendo ganar. En años
anteriores, la angustia la puso at portas de quitarse la vida. Eso también lo
vertió en el centro escolar.
Bueno, he elaborado este relato, sencillamente para reiterar la manifestación
urgente de acceder a herramientas, que nos permitan abordar, en los colegios, situaciones
como estas, que dicho sea de paso son bastantes, que no dan espera y porque
pueden llegar a estadios superiores en su complejidad. Habitamos un país donde la
realidad supera la ficción como lo expresara Carlos Fuentes y que para ver esa
realidad se necesita mucha imaginación, como lo escribe Rulfo.
José Israel González B. Bogotá DC, abril de 2013