A finales
de agosto del año en curso, El Tiempo publicó una columna titulada: Colombia, un país donde hasta el lenguaje se
corrompe. La lectura del texto de Gossain no la pude escindir del paisaje educativo;
al contrario, mantuve un estrecho vínculo con la vida escolar, llegando a
colegir, cual verdad de Perogrullo, que la escuela no escapa a tal corrupción,
o si se quiere a la suplantación del
discurso pedagógico y didáctico por términos que enrarecen su estirpe
disciplinar. Pero en la médula espinal de la corrupciòn del lenguaje está la estupidez de nuestro idoma, que al decir de Fernando Vallejo "sigue cediéndole espacios al inglés por no adoptar
un sistema ortográfico basado en la fonética y no en la etimología".
Para
incitar el debate: a las vacaciones ya no se les dice asuetos sino receso
escolar; los rectores suelen nominarse gerentes o jefes; a los maestros no se
les designa pedagogos sino guías, acompañantes; el centro que educa ya no es la
escuela sino la institución; a la Urbanidad de Carreño se le conoce como Manual
de Convivencia; al recreo se le señala como descanso; al avío, medias nueves u
onces se les echa de ver como refrigerio o lonchera; al salón que tiene
computador o tablero electrónico se le aclama Aula inteligente; al acto de
subir a un niño de un curso a otro se le dice promoción anticipada; al buen
rendimiento de un estudiante se le menciona desempeño aceptable; a la capacidad
de aprendizaje, competencia; el niño inquieto, bribón, es hiperactivo; la
inversión en educación posa ser una relación costo beneficio; al maestro que
está a punto de chiflarse se expresa que padece el Síndrome de Agotamiento
Profesional y que ese episodio lo puede llevar, no al asilo sino a la Clínica
de reposo; a la maestra se le inviste como cucha; el retardado mental es un
individuo con déficit cognitivo y al de coeficiente intelectual alto llegará el
momento en que se le sitúe: con superávit cognitivo.
No cabe la menor duda de que las palabras significan lo que los
seres humanos queremos que signifiquen, como no cabe duda de que quienes las
imponen buscan el poder. Ya lo expensaba Mäder “Todo el que pretende imponerle
su dominio al hombre, empieza por apoderarse de su lenguaje”. La Economía
entonces ya no es una ciencia auxiliar de la Pedagogía, como nos lo enseñaba el
profesor Rafael Ávila, sino una disciplina que se viene marchitando el discurso
de la pedagogía y de la didáctica, con la mirada complaciente de muchos docentes,
porque los verdaderos pedagogos no abdican a la descendencia.
“Yo quiero que puedan hablar las palabras…
Conversar es escribir palabras en el aire, así
lo hizo Pitágoras quien desdeñó la escritura o Platón quien inventó el diálogo
filosófico para obviar los inconvenientes del libro, conversar no es “echar
cháchara”, ni “perder el tiempo”, como escucha uno de los labios de muchos
maestros y directivos docentes, alienados seguramente por el dominio de la
economía financiera y alejados de la pedagogía, esa economía empotrada en la
escuela que no ve ni al maestro ni al estudiante como persona, sino como
recurso, como instrumento de producción, como objeto de las políticas y no como
sujeto de las mismas, como un código per
capita.
Ya
no se conversa en la escuela como otrora, la escuela no es el telar de la
palabra sino el taller del activismo y de la mudez; se descree en la palabra y
se privilegia la evidencia, vale lo que es observable, medible y cuantificable,
cual precio Positivista, como si toda la vida humana no ocurriese en conversaciones,
desde antes de la cuna hasta después de la tumba, porque con los muertos
también se habla y con los dioses. Por eso-
evocando a Galeano: “ Yo quiero que puedan hablar las palabras” que son mejores
que la mudez.
Mudez
y silencio son abyecciones de la conversación, aunque el silencio tiene su lenguaje. Maturana sostiene que lo que
hace que algo sea una conversación no es el hecho de enseñar lo nuevo, sino de
encontrar en el otro algo que no habíamos encontrado aún en nuestra
experiencia del mundo. Los agrodescendientes siempre han encontrado algo nuevo
picando leña, aporcando la labranza, ordeñando las vacas, mirando el sol, las
nubes y las estrellas, bebiendo chirrinche, guarapo, supia o güeta. En cambio,
los alumnos de hoy no le hallan sabor a la retahíla de los profesores, pero si
a la de los maestros que les dibujan historias en su corazón, porque escribir –como lo diría Jairo Aníbal Niño- es
dibujar el pensamiento y se aprende a escribir para comunicar lo que siente el
alma, sensación que solo puede hacerse mediante el lenguaje.
Las palabras las inventamos al igual que los números, aduce Fallaci. La
palabra, que no es el vocabulario ramplón, fue una protagonista de primer plano
de la historia, porque – como lo apunta Borges- “cuando el silencio fue como
una censura propia y el mundo se cansaba de pensar, y de exigir sus verdades,
los escritores debieron asumir el papel de guías espirituales y encaminar a los
hombres que deambulaban por un camino inexistente”.
La escuela actual se niega a la mudez y al silencio obligado, porque el maestro colombiano ya vivió el “silencio obligado” al lado de las “urgencias lloradas”, tal como lo relata el profesor Martínez Boom. En los enrejados de los colegios y en los alambrados de las escuela se lee en las púas: “le tengo miedo al silencio/ por lo mucho que perdí/ que no se quede callado/ quien quiera vivir feliz”.
La escuela actual se niega a la mudez y al silencio obligado, porque el maestro colombiano ya vivió el “silencio obligado” al lado de las “urgencias lloradas”, tal como lo relata el profesor Martínez Boom. En los enrejados de los colegios y en los alambrados de las escuela se lee en las púas: “le tengo miedo al silencio/ por lo mucho que perdí/ que no se quede callado/ quien quiera vivir feliz”.
Pero la palabra, en esta
corrupción del lenguaje y en la "estupidez", no quiere dejar de ser la protagonista. La palabra
lucha por mantenerse en el palco en el que la humanidad la colocó, antes de la
urbanización y del empuje del capitalismo salvaje, en el que solo se legitima
la evidencia, se impugnan las voces y ya ni los perros ladraban
sentados. De
palabra en palabra, los ojos de los niños pueden llegar al mar y conocer las
islas, señala Castro Saavedra.
“Toda
la vida humana ocurre en conversaciones”, afirma el científico chileno
referido. La conversación es la ruptura con el pensamiento monológico. Cuando
una conversación se logra, nos queda algo, y algo queda en nosotros, que nos
transforma. El padre de la Hermenéutica, George Gadamer, decía que: “la
conversación ofrece una afinidad peculiar con la amistad. Sólo en la
conversación (y en la risa común, que es como un consenso desbordante sin
palabras) pueden encontrarse los amigos y crear ese género de comunidad en la
que cada cual es él mismo para el otro, porque ambos encuentran al otro y se
encuentran a sí mismos en el otro”. Par poder ser Yo he de ser otro, salir de
mí, buscarme en los otros, los otros que me dan plena existencia, apuntaría
Octavio paz.
Aseverar
que la conversación ofrece una afinidad peculiar con la amistad y que crea
comunidad, nos trasporta al mundo de las emociones, una de ellas: el Amor, la
emoción fundante de lo social. Pero, siguiendo con la práctica socrática, ¿Qué
es el amor? Nada ajeno a la conversación. “El amor es el reconocimiento del
otro como legítimo otro en la convivencia con uno”. Subrayo: en la convivencia
con uno. Si así se define el amor, vale la pena interpelarnos: ¿En nuestras
relaciones cotidianas y laborales hay amor? ¿Nos reconocemos unos a otros como
seres legítimos y como diferentes? ¿En nuestro quehacer diario encontramos al
otro y nos encontramos a nosotros mismos en el otro, en la otra? ¿Las palabras
que tejen nuestras conversaciones en al escuela dan vida o matan, porque no
siempre las palabras masajean el corazón ni acarician el cerebro, algunas
desencadenan corticol, porque hay personas que disparan, de ahí la advertencia
de Huidobro cuando dice que hay palabras que dan vida y hay palabras que matan.
Ahora
bien, confieso que esta situación que estamos viviendo en la huerta escolar, en
la que se intenta negar al ser humano porque conversa, esta situación que
desconoce al otro como legítimo otro en la convivencia, me lleva a colegir con
Faulkner, en ese pasaje de Réquiem por una monja, que “El pasado nunca está
muerto” o dicho de otra manera, que el pasado: “Ni siquiera es pasado”. Que
necesitamos mantenernos en la conversación, porque es dadora de vida y en el
diálogo como hacedor de comunidad. Un diálogo que
debe ser una investigación, en el que poco importa que la verdad salga de boca
de uno o de boca de otro. “Yo he tratado de pensar, al conversar, que es
indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante –
indicaba Borges -es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega
eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos”.
Sin
palabra no hay escuela, no hay familia, no hay sociedad, no hay vida humana. José Saramago, el fallecido premio Nobel de literatura,
dijo en un discurso en el 2004 que las palabras no son ni inocentes ni impunes.
"Hay que decirlas y pensarlas en forma consciente". Necesitamos seguir disfrutando y gozando de la conversación, tal como nos lo legó Estanislao Zuelta. Desterremos de la escuela y de la familia esa epidemia pestilencial que azota a la humanidad y de la cual adviritó Italo Calvino. Entonces…Usted
tiene la palabra…
José Israel González B.
Colegio Distrital Nuevo Horizonte. Bogotá DC
Octubre 8 de 2013
José Israel González B.
Colegio Distrital Nuevo Horizonte. Bogotá DC
Octubre 8 de 2013
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