De
la escuela rural a la escuela urbana de varones…
El ingreso a la escuela era
a los 7 años, edad en la que según los eruditos del sentido común, empezaba “el
uso de razón”. La vereda que me vio nacer tenía una profesora para tres cursos,
un tablero de madera color negro, tiza, almohadilla, un salón amplio hecho en
adobe, con techo de caña brava, pañetado con muñiga de caballo y tierra y
pintado con cal. El piso era de listón, ventanas de vidrio y una sola puerta de
madera. Los alrededores estaban demarcados con árboles de eucaliptus, una cerca
de piedra y el camino real. No había preescolar ni en el campo ni en el casco
urbano.
Mis compañeros de primero
vestían pantalones de dril de variados colores y con múltiples remiendos,
alpargatas de tela, botas de caucho, camisa de manga larga y franela de
bayetilla, terciaban su ruana y lucían el sombrero de paja o de pasta, para
proteger la cabeza del sol y del aguacero. Las niñas siempre cubrían su cuerpo
con falda y blusa, algunas usaban la ropa de las hermanas mayores. Calzaban sus
píes con alpargatas o con zapatos de caucho, de su cabeza, también cubierta con
un sombreo, adornado con plumas de gallineta y pavo real, descendían los moños
tejidos en forma de crineja por las mamás, colgaban en su espalda o en el
hombro el carriel con los útiles escolares, que no eran otra cosa que un
cuaderno Cardenal de 100 hojas, el lápiz, los colores, la cartilla Charry y el
catecismo…Pero no todos poseían los útiles ni todos calzaban sus píes, hubo
quienes concurrían descalzos y prácticamente con el mismo traje de lunes hasta
el sábado al medio día, cuando terminaba la semana escolar.
Los de segundo y tercero
vestían de manera análoga. Las clases iniciaban a las 8 de la mañana, hora en
la que la profesora hacía sonar un cacho de res. Todos sabíamos que el sonido
era la voz de la normalista rural, quien se paraba en un mojón de arena en la
cabecera del corredor grande, para dar esa orden militar que todavía se oye en
los patios de algunos colegios: “a discreción, atención, firmes”. Cada curso
organizaba una fila india alternando niños y niñas. Ahí, todos firmes
entonábamos el himno Nacional… en seguida a discreción, tarareábamos la oración
matutina: “Esclarece la Aurora del bello cielo…” y, para completar, se rezaba
el rosario, finiquitando con la persignación.
Culminada la ceremonia
inaugural, se llevaba a cabo el ingreso al aula, un salón cuyo aseo era hecho
al finalizar el día, por los alumnos, de acuerdo con el orden de lista,
ayudados con ramas de hayuelo…Dentro del salón nos esperaban unas bancas de
madera, largas y altas en las que acomodaba la profesora entre 6 y 8 niños.
Generalmente la primera clase para los 18 niños de primero era de matemáticas,
la profesora pasaba por los puestos y con un lápiz rojo imprimía un chulito en
la hoja, luego explicaba el tema en el tablero y copiaba ejercicios para que
los desarrolláramos, mientras ella dictaba las clases en segundo y tercero. El
niño que iba terminando los ejercicios corría a donde estaba la educadora, para
que le revisara y le diera el veredicto. Si todo estaba bien, el niño sacaba la
cartilla Charry y se ponía a leer la lección que correspondía para ese día y a
pasar los dibujos al único cuaderno que cargábamos en la chácara de fique,
urdida en el telar de Don Sagrario.
A las 10 era el recreo.
Todos presurosos desfilábamos a la finca de Don Polo, a refrescar los Tunacones
con la urea expelida por los orines de los niños varones. Para las niñas y para
quienes no querían que sus glúteos fuesen acariciados por las bajas
temperaturas del aire andino, hacían fila para ingresar a una letrina o al pozo
séptico. Cumplido este ritual retornábamos al patio sin cementar y cada niño
sacaba del bolsillo el avío o la merienda, que en algunos casos era un mendrugo
de arepa derivado de los granos de trigo Pelirroja Pardito o Colnariño,
trillaos en la era de la casa, un bollo de mazorca, en otros, un pedazo de
panela con una boruga de queso, había quienes llevaban harina de maíz tostado;
no faltaba el niño que cargaba en un frasquito una porción de guarapo y lo
ingería a escondidas, bajo su gabán de lana.
Las medias nueves y las onces eran compartidas junto con cuentos y noticias del vecindario. La ingesta no demoraba mucho, porque el tiempo se prefería para jugar al Soldado libertador, las pichas, al botellón, al trompo, a la coca, al yoyo y quienes no portaban esos juguetes o no querían participar en los juegos de carreas, entonces trepaban en los árboles del entorno, accedían a construir carros con piedras, palos, tusas y a recrearse con ellos en las carretas ingeniadas por los mismos estudiantes. No faltaban quienes siguiendo el ejemplo de los adultos, organizaban equipos de tejo, bolo y turra, apostando una cerveza dulce, imitando a los mayores.
Media hora después volvía a
sonar el cuerno para revelar el ingreso al salón. Casi siempre después del
descanso un curso se quedaba en Educación Física, con el esposo de la
profesora, un hombre que dedicaba el tiempo a cuidarla y en ocasiones cazaba
palomas y torcazas con una carabina de cartucho. Entre tanto, la maestra del
programa de enseñanza extractaba los temas para los grados restantes y colocaba
al niño “más adelantado” de cada curso, a dictar, mientras que ella iba a la
cocina a prender el fogón de leña y colocar el arroz para el almuerzo…llegadas
las 11 AM, todos encumbrábamos las ruanas y los sombreros, nos santiguábamos y
partíamos presurosos a la casa a recibir el almuerzo, preparado por la mamá,
los abuelos, hermanas o vecinos.
A la 1 PM sonaba otra vez
el cacho divulgando la continuidad de las clases... Generalmente uno, luego de
caminar entre 30 y 60 minutos de la casa a la escuela, llegaba sudado y muy
entusiasmado, entraba al salón a recibir las clases de sociales y de Ciencias
Naturales. La profesora explicaba el tema y nos ponía a copiar con el lápiz y a
dibujar en el cuaderno con colores. El lapicero solamente se usaba del grado
segundo en adelante. A las 3 tañía el cuerno para el segundo recreo con
características muy afines al de la mañana…a las 5 PM, luego de copiar las
tareas venía el rezo y la largada para la casa, lugar donde los padres
esperaban a los escuelantes para ir a ordeñar, recoger agua del aljibe, apiñar
leña, asegurar el ganado, cenar y escuchar en el canto de la abuela, junto al
fogón, el rosario emitido por la radio Sutatenza.
El
examen para ingresar a segundo en la escuela urbana de varones
…Recuerdo que los niños del
campo, para poder ingresar a la única escuela urbana del pueblo, debíamos
presentar un examen oral. Los jurados eran el jefe de grupo del municipio, el
sacerdote, el alcalde, el gerente de la Caja Agraria, el médico, el personero
municipal y algunas señoras y señores de familias prestantes, generalmente
dueños de tiendas, devotos de la legión
de María y militantes asiduos del “glorioso” partido conservador. Ellos
escuchaban con atención y cada uno hacía sus propias preguntas relativas a la
historia del municipio, geografía, urbanidad de Carreño, catecismo Astete y
contenidos propios del curso...la profesora sentía mucho miedo, porque lo que
estaba en juego era su reputación, por eso insistía hasta el cansancio en
memorizar y cuando algo se le olvidaba al examinado, ella trataba de darle
pistas con señas y palabras, para que uno respondiera. Las coplas, los cuentos
de la región y las adivinanzas eran muy aplaudidas...
Aprobada la curiosa prueba,
ingreso a segundo con la profesora Tulia, una señora viuda, proveniente del
municipio de Socha, con una voz de soprano y muy rigurosa. Siempre mantenía
sobre la mesa un florero con azucenas y brisa, el cuaderno de la lista y unos
libros. Sobresalían las varas de pino y el yugo de madera con el cual se hacía
efectiva la sentencia lancasteriana de castigar a los niños desaplicados e
indisciplinados. De manera parecida a la escuela rural, las clases de matemáticas
estaban en la mañana y las tareas eran tomadas por la profesora desde su silla
de madera, estando ella sentada… Solamente se levantaba para castigar a quien
“no daba ni atrás ni adelante” o a quien estaba distraído o atrasado en copiar.
Todos los días calificaba
las tareas y los ejercicios… con el lapicero rojo registraba las notas de las
previas menores de 3 y con azul las que iban de 3 a 5… Así eran consignadas en
la libreta de jarabe Padrax, para que las leyeran los padres de familia sin tanta
dificultad. La maestra dedicaba la mayor parte del tiempo a dictar de unos
cuadernos forrados con papel a cuadros. También se valía de los niños más aptos
para dictar, destacando la colocación de la ortografía con color rojo… para
mitigar el cansancio de la mano y para romper la monotonía, sin alterar el
orden, uno expresaba cosas como: “con quien pasamos hoja”, “quién me presta el
tajalápiz”, “con quién jugamos palo libertado”, hasta que la profesora, dejaba
de comer frutas en el escritorio para gritar: “silencio… silencio, ya no más…si
siguen así los dejo sin recreo”…
En ese año me fue muy bien,
obtuve el segundo puesto…mi abuelo, con quien yo viví desde los 6 meses, volvió
a matricularme en los demás cursos hasta que culminé la primaria, conquistando
una beca… los profesores de 4 y 5 eran los únicos hombres, uno de ellos
compositor y escritor. La Sativeña (canción) y el libro: Destino histórico de un Pueblo son dos de sus magnas obras. El
libro escrito por el profesor Parra, era una guía para aprender Historia,
Geografía y cultura sativeña. Par el examen de 1º a 2º nadie podía ignorar
versos aprendidos de ahí: “De las ciencias de hoy en día/bellas, cultas e
importantes,/ como en las piedras diamantes,/ descuella la Geografía…Una
ciencia del programa/que este alumno reclama/ por lo instructiva y lo bella./ Y
repito que descuella/y es de las ciencias soporte/ y no hay nada que más me
importe/en esta culta nación/que poder dar yo razón/de este gran Sativanorte”.
Para el aprendizaje de las
veredas y sus características todos los niños recitábamos versos como los
siguientes: Comiendo por ser vecinos,/ ya la verdura o la fruta,/ encontramos
campesinos/ de El Hato y Baracuta…Si quieres clima caliente/ o buscas agua
termal/debes ir directamente/ a la vereda El Datal. De la señorita Chava, otra
brillante maestra-poetiza aprendimos las 15 estrofas en las que plasmó la
tragedia del deslizamiento del legendario Sátiva, en 1933: “/…/Entre tanto los
muertos asombrados/ al abrirse colérica la tierra,/ deajron ver sus cráneos
maltratados/ y yertos cual la nieve de la sierra…De los jardines las mejores
flores/sus corolas dolientes doblegaban/al ver que su fragancia y sus
colores/para siempre las grietas sepultaban…”
Pero no nos enseñaban
apenas aquello que los profesores ingeniaban, había lugar para personajes que
deambulaban por la población viviendo de la caridad, como María Tuturuta,
Domingo Muchillas y El Balaguera. De ellos aprendimos versos como: “Quisiera
pero no puedo/hacer mi casa en el aire/para no servir de estorbo/y no molestar
a nadie. En la puerta de un molino/me puse a considerar,/ las vueltas que ha
dado el mundo/ y las que tiene que dar…calla y no llores así/que me duele la
amargura/ calla mujer que la pena/ con aguardiente se cura…Mi suegra porque me
quiere/ me ha regalado un rosario/ y yo con mi suegra tengo/corona, cruz y
calvario…”
Lástima que no podamos
seguir evocando esas rimas con las que esas inmortales maestras y maestros, sin
poseer formación universitaria, incluso ni normalista, nos encantaron con sus
producciones. Los versos para enseñar los meses, la ortografía y la Expedición
Botánica, por ejemplo, son composiciones olvidadas hoy por el avasallador mundo
del consumo y por el empuje de la alienación cultural…Antes de volver a
relacionar a los profesores de 4o y 5º, liquido mi repertorio con El Soneto a
la Morcilla: “En el negro platón yo te imagino/ con el cuero sutil que te
reviste;/ nadie, al olerte, tentación resiste/ de morderte con hambre de
canino…Sé que tu pobre padre fue un cochino/ que tus entrañas son de pura
papa,/ tus dos ombligos con fique te tapan/ y que morir fritada es tu
destino…Al percibir tu deliciosa aroma/un chorro de saliva al labio asoma/ que
sin querer, se escurre silencioso./Cuánto no diera por comerte ahora/morcilla morenita
y tentadora,/bocado de marrano silencioso”…
…El compañero de formula de
nuestro maestro escritor, músico, compositor y cantautor, era un desertor de la
Escuela Militar de Cadetes, músico, jugador de billar y amigo del Tiro al
Pichón…su fuerte era “sacarnos la leche” mediante la milicia, las cuclillas, el
trote, el balón sexto y preparar revistas gimnásticas para las efemérides
patrias, para las fiestas reales y los Tedeum…Ese hombre de ojos verdes, con
voz de mando y discursos elocuentes, es artificie de mi amor por la historia,
la Geografía y la escritura… Los horarios en la escuela urbana eran los mismos
de la rural, asunto que exigía de los muchachos del campo más tiempo para llegar
a clase…el tramo a recorrer requería en promedio una hora. Las niñas tenían su propia sede, muy cercana
a la nuestra, pero nadie podía pasar de
un lado al otro, porque era castigado bañándolo con agua fría en el patio...de
las veredas no había niñas en la escuela urbana.
…Por esa época no se
hablaba de capacitación a los profesores, cada uno con lo que sabía y apoyados
en sus cuadernos de apuntes y en los programas de Enseñanza primaria y secundaria,
impuestos para cada grado por el MEN, publicados por la editorial Bedout. El
programa en sí lo estructuraban los contenidos, los procedimientos y las
actividades. Las áreas de estudio fueron: Educación Religiosa y Moral,
Castellano, Matemáticas, Estudios Sociales, Ciencias Naturales, Educación
Estética y Manual, Educación Física…El total de días de clase era de 198,
incluyendo 36 sábados, con tres horas, los otros días los profesores laboraban
6 horas, para un total de 1080…para el curso 5 femenino, la maestra debía tomar
la mitad del tiempo determinado, para enseñar Puericultura y Educación
Hogareña.
Los supervisores de
primaria de la SEPB visitaban a los profesores en las escuelas y en los cursos,
les revisaban los libros y en cada salón examinaban, al azar, a los niños con
preguntas sobre los contenidos de las materias curriculares…Había asuetos a
mitad de año, en Semana Santa, a finales de noviembre, todo diciembre y enero, el año escolar empezaba en febrero…Las
aulas de la escuela urbana tenían techo de guadua, piso de madera, paredes de
ladrillo, tableros grandes de madera, material didáctico, sobretodo mapas y
láminas, cancha múltiple…algunas personas vendían enseres perecederos como
limonada, ponche, melcochas, ariquipe, empanadas, morcilla, envueltos, jalea y
roscones. En varias ocasiones, a la hora del recreo las profesoras repartían
leche Klin en polvo, sobre las manos de los educandos.
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