En el artículo 262 del Código Civil Colombiano se lee: “los padres o
la persona encargada del cuidado personal de los hijos, tendrán la facultad de
vigilar su conducta, corregirlos y sancionarlos moderadamente”. Las historias gráficas de vida de los
niños y niñas de sexto grado señalan que, en su infancia, el 47% recuerda
episodios dolorosos, obrados por el maltrato de sus padres. En la escuela
colombiana es muy común escuchar a los estudiantes referir el castigo de sus
padres, incluso hay casos en los que el directivo docente o el profesor activa
la Ruta de Atención Integral al Escolar por ese motivo. Según el ICBF, en el 2014, cada día, 121
niños fueron maltratados en Colombia, es decir, 1 niño cada 12 minutos.
¿Cuál facultad de vigilar su conducta, de
corregirlos y sancionarlos moderadamente?. El maltrato infantil, es un denominador
común en la mayoría de los estudiantes y padres de familia de los colegios
públicos, es una práctica que se inscribe dentro del conflicto socioeconómico y
cultural de los colombianos. Es el efecto de la “Pedagogía Negra” de Katharina
Tutschky (Miller, 1985) y la herencia asentida por Moisés de honrar a padre y
madre, para vivir más tiempo. Generalmente, los padres que maltratan provienen de
familias abusivas o que utilizan medios violentos para resolver los conflictos.
El padre –anota Silvina Cohen Imach (2010, 83)- suele ser agresivo, tener baja
autoestima…es una figura dominante y controladora en su familia, atribuye
maldad a ciertos comportamientos de sus hijos”. “Vigilar y castigar, de Foucault y La muerte de la familia de David Cooper, son dos lecturas que no
pueden dejarse de lado en esta discusión.
Los duelos registrados por los estudiantes de grado
sexto y los que están por escribirse son apenas la punta del iceberg de las
intrincadas situaciones que han tenido que afrontar, pasivamente, los niños y
niñas de Macondo, en su estadio de renacuajos, pero cuando comienza la
metamorfosis, en la adolescencia, “el cuerpo grita lo que la boca silencia”. Es
decir, los educandos expresan con golpes, peleas, palabras soeces, con
trastornos de la personalidad y con enfermedades, las lesiones causadas por el
maltrato. En Colombia, todavía reina la creencia entre padres de familia,
incluso entre educadores y funcionarios, de que los castigos, “son medidas
educativas”, son “correctivos” efectivos y que no hacen daño alguno.
Hoy día, en las comunidades académicas es parva la discusión
sobre el daño que causa el maltrato infantil a lo largo de la vida. Las
consecuencias físicas pueden ser determinantes, incluso fatales. Las
deficiencias sicomotoras, los problemas neurológicos y el deterioro
neurosicológico y las dificultades en el desarrollo afectivo son evidentes en
la vida escolar. Pero, en la escolaridad, el fracaso escolar, en el niño, puede tomarse como una forma de
maltrato emocional y social porque, como lo escribe Perrenoud (2010, 39), “ la
repitencia afecta su autoestima y su imagen frente a los otros, el retraso
escolar es una limitante al momento de todas las decisiones ulteriores”. Es
confuso, entonces concebir, que en un colegio inmerso en la Reorganización Curricular por Ciclos,
haya una pérdida de año escolar cercana al 25% de los cursantes de grado sexto,
con la tendencia, al menos en el primer semestre a ensancharse. ¿Acaso, un
ciclo de aprendizaje no es un ciclo de estudios en el cual la repitencia no
existe?
En lo afectivo y conductual estos niños manifiestan
baja autoestima, altos niveles de conductas internalizantes tales como:
aislamiento, ansiedad, depresión, miedo, conductas autodestructivas y
externalizantes como: hiperactividad, agresividad con adultos y pares,
conductas antisociales como robo y fuga del hogar o de las instituciones donde
se hallan. Cohen Imach (2010, 95) asevera que los niños maltratados, en la
segunda infancia, es decir en la que están nuestros renacuajos de sexto,
“tienen un bajo rendimiento académico intelectual y su comportamiento es
disruptivo; se enfrentan no solo con sus iguales, sino también con el propio
maestro, lo cual contribuye al fracaso escolar”.
Quienes trabajan clínicamente con niños maltratados
han encontrado que el autoconcepto general es pobre y que las áreas más
afectadas son la percepción que tienen de su propio comportamiento, el control
de la ansiedad y la popularidad entre los pares. Esto, según Cohen Imach (2008,
134) explica “gran parte de los mecanismos que ponen en juego tales como su
tendencia a justificar los golpes que reciben por su mala conducta como así
también a autoculparse, ya que perciben su propio comportamiento dentro del
ámbito familiar y escolar de modo negativo”. No es raro oírlos decir, a
algunos, “mi mamá me pega porque yo me porto mal”, “me sacaron de clase, porque
molesto mucho en el salón”, “me cascaron por caspa”, “me sacaron del colegio
porque me gané la sacada”, “si rectora, expúlseme porque yo no merezco estar en
el colegio”.
Albert
Bandura y otros (1977), a partir de los principios del Aprendizaje Social,
advierten que si un individuo aprende que la violencia constituye un
comportamiento apropiado para resolver problemas, la agresividad se transforma
en una respuesta válida para esa persona. Los niños que entran al
sistema escolar, en espacios usuales, así no vivan en contextos de guerra o de
violencia, rápidamente interiorizan los patrones de deshumanización, aquellos
que Martín-Baró (1990) y otros definen como “el resultado de la socialización
en medio de la violencia”.
Sadlier
Cuervo (1986), hace un cuarto de siglo, en un estudio sobre los efectos de la
violencia crónica en los niños, en el plano internacional, concluía que el
Estrés Postraumático y la exposición a la violencia crónica comunitaria “es un
serio problema en el mundo de hoy. Los niños que viven en ambientes peligrosos
tienden a desarrollar una sintomatología sicológica asociada a su exposición a
la violencia”, sintomatología que parece relacionarse con una mayor
probabilidad de que los niños utilicen violencia para resolver los conflictos;
volviéndose, por esa vía, responsables de la violencia de la cual fueron
víctimas originalmente.
“Somos lo que hacemos y como lo hacemos” escribe
Mihai Nadin. Si los educadores y los padres de familia se interesaran por
conocer la infancia de Dostoievski, Chéjov, Hitler, Proust, Kafka,
Schiller, Rimbaut, Mishima, Joyce, Virginia
Woolf, Nietzsche, Stalin, Mussolini, Saddam Hussein, Bacon, El Bosco, Salvador
Dalí, Efraín González, Sangre Negra, el Monstruo de los Andes, el Sádico de El
Charquito, el Monstruo de Cañaduzales, el Doctor Mata, Luis Alfredo Garavito,
el Monstruo de Tenerife, el Monstruo de “La Sierrita”, el monstruo del Modelaje
“y todos los monstruos que ha tenido Colombia, probablemente comprenderían que
la escuela debe cambiar el rumbo que la está llevando al abismo.
Igualmente si los educadores y gobernantes
accedieran al conocimiento de historias como la de Patrice Alégre, el caso de
Adolf Eichmann y el de Mary Ellen. Si se interesaran por hacer un ejercicio biblioterapeútico
sobre el Síndrome del Niño Golpeado de Tardieu, el Síndrome del Niño Apaleado,
el Síndrome del Niño Maltratado, el Síndrome de Munchausen y el Síndrome de
Polle, sin duda, su accionar frente a los síntomas de “indisciplina” de niños y
niñas les tendría otra lectura, porque hallaría parte de la etiología y su
actitud cambiaría rotundamente. Más aún,
si repasan la mitología Griega y Romana podrán comprender los actos de Licurgo,
Hércules, Ifigenia, Agamenón, Tántalo y conocer las formas de malos
tratos, el infanticidio y el filicidio.
El episodio en que Abraham está a punto de matar a su hijo Isaac es un ejemplo
de los rituales de la época.
Sin
ir muy lejos, Carlos E Climent (2014), en La locura lúcida, describe a muchos colombianos, que detrás de una
fachada de aparente normalidad esconden perturbadores trastornos mentales;
verbi gracia: los narcisistas, los dominantes, los prepotentes, los egoístas,
los avivatos, los mala paga, los vecinos abusivos, los conductores
irresponsables, los manipuladores, los antisociales en el hogar, los
antisociales en las relaciones afectivas, los antisociales en el mundo
empresarial, los antisociales en la política, las conductas del borderline o Trastorno fronterizo de
personalidad, los antisociales en
otros caminos de la vida, como los camuflados con una bata blanca y en
el mundo de la farándula, el sabelotodo, el dictador y el docente inclemente,
entre otras patologías. Todos ellos configuran el zoológico de la aparente
normalidad, mordidos con el maltrato en la infancia.
BANDURA, Albert (1990) Aprendizaje social y desarrollo de la
personalidad. Madrid: Alianza editorial.
CLIMENT E. Carlos (2015) La locura lúcida. Antisociales, narcisistas,
y borderline. Bogotá DC. Panamericana.
COHEN IMACH, Silvina (2010) Infancia maltratada en la posmodernidad. Buenos Aires, Paidós.
CRUZ NIÑO, Esteban (2013) Los monstruos en Colombia si existen.
Bogotá DC, Grijalbo.
PERRENOUD, Philippe (2010) Los ciclos del aprendizaje, un camino para
combatir el fracaso escolar. Bogotá DC, editorial Magisterio.
José Israel González B. Trabajador social, Universidad Nacional de Colombia.
María del Pilar Herrera. Licenciada en Ciencias Sociales, U. Distrital Francisco José de Caldas
Colegio Distrital Nuevo Horizonte, Bogotá, DC.
Agosto 29 de 2015
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