sábado, 29 de agosto de 2015

Maltrato infantil y fracaso escolar

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En el artículo 262 del Código Civil Colombiano se lee: “los padres o la persona encargada del cuidado personal de los hijos, tendrán la facultad de vigilar su conducta, corregirlos y sancionarlos moderadamente”. Las historias gráficas de vida de los niños y niñas de sexto grado señalan que, en su infancia, el 47% recuerda episodios dolorosos, obrados por el maltrato de sus padres. En la escuela colombiana es muy común escuchar a los estudiantes referir el castigo de sus padres, incluso hay casos en los que el directivo docente o el profesor activa la Ruta de Atención Integral al Escolar por ese motivo.  Según el ICBF, en el 2014, cada día, 121 niños fueron maltratados en Colombia, es decir, 1 niño cada 12  minutos.   
¿Cuál facultad de vigilar su conducta, de corregirlos y sancionarlos moderadamente?. El maltrato infantil, es un denominador común en la mayoría de los estudiantes y padres de familia de los colegios públicos, es una práctica que se inscribe dentro del conflicto socioeconómico y cultural de los colombianos. Es el efecto de la “Pedagogía Negra” de Katharina Tutschky (Miller, 1985) y la herencia asentida por Moisés de honrar a padre y madre, para vivir más tiempo. Generalmente, los padres que maltratan provienen de familias abusivas o que utilizan medios violentos para resolver los conflictos. El padre –anota Silvina Cohen Imach (2010, 83)- suele ser agresivo, tener baja autoestima…es una figura dominante y controladora en su familia, atribuye maldad a ciertos comportamientos de sus hijos”. “Vigilar y castigar, de Foucault y La muerte de la familia de David Cooper, son dos lecturas que no pueden dejarse de lado en esta discusión.  
Los duelos registrados por los estudiantes de grado sexto y los que están por escribirse son apenas la punta del iceberg de las intrincadas situaciones que han tenido que afrontar, pasivamente, los niños y niñas de Macondo, en su estadio de renacuajos, pero cuando comienza la metamorfosis, en la adolescencia, “el cuerpo grita lo que la boca silencia”. Es decir, los educandos expresan con golpes, peleas, palabras soeces, con trastornos de la personalidad y con enfermedades, las lesiones causadas por el maltrato. En Colombia, todavía reina la creencia entre padres de familia, incluso entre educadores y funcionarios, de que los castigos, “son medidas educativas”, son “correctivos” efectivos y que no hacen daño alguno.
Hoy día, en las comunidades académicas es parva la discusión sobre el daño que causa el maltrato infantil a lo largo de la vida. Las consecuencias físicas pueden ser determinantes, incluso fatales. Las deficiencias sicomotoras, los problemas neurológicos y el deterioro neurosicológico y las dificultades en el desarrollo afectivo son evidentes en la vida escolar. Pero, en la escolaridad, el fracaso escolar, en el niño, puede tomarse como una forma de maltrato emocional y social porque, como lo escribe Perrenoud (2010, 39), “ la repitencia afecta su autoestima y su imagen frente a los otros, el retraso escolar es una limitante al momento de todas las decisiones ulteriores”. Es confuso, entonces concebir, que en un colegio inmerso en la Reorganización Curricular por Ciclos, haya una pérdida de año escolar cercana al 25% de los cursantes de grado sexto, con la tendencia, al menos en el primer semestre a ensancharse. ¿Acaso, un ciclo de aprendizaje no es un ciclo de estudios en el cual la repitencia no existe?   
En lo afectivo y conductual estos niños manifiestan baja autoestima, altos niveles de conductas internalizantes tales como: aislamiento, ansiedad, depresión, miedo, conductas autodestructivas y externalizantes como: hiperactividad, agresividad con adultos y pares, conductas antisociales como robo y fuga del hogar o de las instituciones donde se hallan. Cohen Imach (2010, 95) asevera que los niños maltratados, en la segunda infancia, es decir en la que están nuestros renacuajos de sexto, “tienen un bajo rendimiento académico intelectual y su comportamiento es disruptivo; se enfrentan no solo con sus iguales, sino también con el propio maestro, lo cual contribuye al fracaso escolar”.
Quienes trabajan clínicamente con niños maltratados han encontrado que el autoconcepto general es pobre y que las áreas más afectadas son la percepción que tienen de su propio comportamiento, el control de la ansiedad y la popularidad entre los pares. Esto, según Cohen Imach (2008, 134) explica “gran parte de los mecanismos que ponen en juego tales como su tendencia a justificar los golpes que reciben por su mala conducta como así también a autoculparse, ya que perciben su propio comportamiento dentro del ámbito familiar y escolar de modo negativo”. No es raro oírlos decir, a algunos, “mi mamá me pega porque yo me porto mal”, “me sacaron de clase, porque molesto mucho en el salón”, “me cascaron por caspa”, “me sacaron del colegio porque me gané la sacada”, “si rectora, expúlseme porque yo no merezco estar en el colegio”.       
Albert Bandura y otros (1977), a partir de los principios del Aprendizaje Social, advierten que si un individuo aprende que la violencia constituye un comportamiento apropiado para resolver problemas, la agresividad se transforma en una respuesta válida para esa persona. Los niños que entran al sistema escolar, en espacios usuales, así no vivan en contextos de guerra o de violencia, rápidamente interiorizan los patrones de deshumanización, aquellos que Martín-Baró (1990) y otros definen como “el resultado de la socialización en medio de la violencia”.

Sadlier Cuervo (1986), hace un cuarto de siglo, en un estudio sobre los efectos de la violencia crónica en los niños, en el plano internacional, concluía que el Estrés Postraumático y la exposición a la violencia crónica comunitaria “es un serio problema en el mundo de hoy. Los niños que viven en ambientes peligrosos tienden a desarrollar una sintomatología sicológica asociada a su exposición a la violencia”, sintomatología que parece relacionarse con una mayor probabilidad de que los niños utilicen violencia para resolver los conflictos; volviéndose, por esa vía, responsables de la violencia de la cual fueron víctimas originalmente. 

“Somos lo que hacemos y como lo hacemos” escribe Mihai Nadin. Si los educadores y los padres de familia se interesaran por conocer la infancia de Dostoievski, Chéjov, Hitler, Proust, Kafka, Schiller,  Rimbaut, Mishima, Joyce, Virginia Woolf, Nietzsche, Stalin, Mussolini, Saddam Hussein, Bacon, El Bosco, Salvador Dalí, Efraín González, Sangre Negra, el Monstruo de los Andes, el Sádico de El Charquito, el Monstruo de Cañaduzales, el Doctor Mata, Luis Alfredo Garavito, el Monstruo de Tenerife, el Monstruo de “La Sierrita”, el monstruo del Modelaje “y todos los monstruos que ha tenido Colombia, probablemente comprenderían que la escuela debe cambiar el rumbo que la está llevando al abismo.
Igualmente si los educadores y gobernantes accedieran al conocimiento de historias como la de Patrice Alégre, el caso de Adolf Eichmann y el de Mary Ellen. Si se interesaran por hacer un ejercicio biblioterapeútico sobre el Síndrome del Niño Golpeado de Tardieu, el Síndrome del Niño Apaleado, el Síndrome del Niño Maltratado, el Síndrome de Munchausen y el Síndrome de Polle, sin duda, su accionar frente a los síntomas de “indisciplina” de niños y niñas les tendría otra lectura, porque hallaría parte de la etiología y su actitud cambiaría rotundamente.  Más aún, si repasan la mitología Griega y Romana podrán comprender los actos de Licurgo, Hércules, Ifigenia, Agamenón, Tántalo y conocer las formas de malos tratos,  el infanticidio y el filicidio. El episodio en que Abraham está a punto de matar a su hijo Isaac es un ejemplo de los rituales de la época. 
Sin ir muy lejos, Carlos E Climent (2014), en La locura lúcida, describe a muchos colombianos, que detrás de una fachada de aparente normalidad esconden perturbadores trastornos mentales; verbi gracia: los narcisistas, los dominantes, los prepotentes, los egoístas, los avivatos, los mala paga, los vecinos abusivos, los conductores irresponsables, los manipuladores, los antisociales en el hogar, los antisociales en las relaciones afectivas, los antisociales en el mundo empresarial, los antisociales en la política, las conductas del borderline o Trastorno fronterizo de personalidad, los antisociales en  otros caminos de la vida, como los camuflados con una bata blanca y en el mundo de la farándula, el sabelotodo, el dictador y el docente inclemente, entre otras patologías. Todos ellos configuran el zoológico de la aparente normalidad, mordidos con el maltrato en la infancia.  

BANDURA, Albert (1990) Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad. Madrid: Alianza editorial.  
CLIMENT E. Carlos (2015) La locura lúcida. Antisociales, narcisistas, y borderline. Bogotá DC. Panamericana.
COHEN IMACH, Silvina (2010) Infancia maltratada en la posmodernidad.  Buenos Aires, Paidós.
CRUZ NIÑO, Esteban (2013) Los monstruos en Colombia si existen. Bogotá DC, Grijalbo. 
PERRENOUD, Philippe (2010) Los ciclos del aprendizaje, un camino para combatir el fracaso escolar. Bogotá DC, editorial Magisterio.

José Israel González B. Trabajador social, Universidad Nacional de Colombia.
María del Pilar Herrera. Licenciada en Ciencias Sociales, U. Distrital Francisco José de Caldas
 Colegio Distrital Nuevo Horizonte, Bogotá, DC.
Agosto 29 de 2015

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