“Quien enseña sin
emancipar embrutece.Y quien emancipa no tiene porque preocuparse por lo que
el emancipado debe aprender”. (Ranciére, 33)
Cuenta Ambrosio, un maestro
de escuela, graduado en 1976, en una normal regentada por monjas, que su primera
experiencia laboral ocurrió en el Magdalena Medio. La escuela, según Él, estaba
localizada a 8 horas del casco urbano y que, para llegar, rendía mas “a macho
tobillo” que a lomo de mula. Su arribo al centro escolar, donde hacía más de un
año la maestra que trabajaba allí debió salir por amenazas de un frente de las
Farc, por el asedio de grupos armados, que años después se denominaron
paramilitares y por la delincuencia común, que tenía su centro de operaciones
entre las minas de esmeraldas y los sectores aledaños a las mismas, fue la necesidad
de trabajar para ayudar a los padres y
hermanos.
“Yo no sabía ni siquiera que
ese municipio existía, pero como no tenía palanca en la Secretaría de
Educación, que en ese entonces la presidían los liberales, me ofrecieron por
allá y yo me fui sin pensarlo…La llegada a Otanche fue lo de menos, el problema
era para salir de la región: ni los campesinos, ni el director de grupo, ni los
niños, querían que uno dejara la escuela, porque nadie quería irse a ejercer a
ese territorio, por miedo a la violencia”.
Ambrosio cuenta que a la
cabecera municipal solo había transporte público y particular, entre las 6 de
la mañana y las 6 de la tarde. Quien desobedeciera esa orden, que no era
estatal, corría el riesgo de ser atacado por los grupos armados existentes en
la región: guerrilla, esmeralderos, los “Pájaros” y los “Tupamaros”. “El día de
mi arribada, por primera vez, en un caserío llamado Santa Bárbara, se treparon
al bus unos sujetos armados, se atrincheraron detrás de la puerta y en la
retaguardia del automotor, le exigieron al conductor que acelerara y que no
fuera a parar hasta que ellos le dijeran. A nosotros nos pidieron que nos
agacháramos debajo de las bancas o que si podíamos nos acostáramos boca
abajo…yo no se cómo llegamos al pueblo…en todo caso en la agencia de la flota nos
encerraron hasta que paró un enfrentamiento a bala”
El jefe de núcleo, estaba
informado de que ese día llegaba a su jurisdicción un nuevo docente, oriundo del
interior del departamento, cuyo nombre era Ambrosio: Él, muy solidario le
permitió pernoctar en su habitación, sobre unos periódicos tendidos en el piso.
Al día siguiente, tenía citados a los líderes de la vereda Cayetano Vásquez,
lugar donde quedaba la escuela. Mientras los campesinos acordaban la manera de
transportar al docente a su escuela ocurrió una masacre en Cascuez, un caserío
aledaño a la mencionada escuela. “Yo no pude ni conocer la escuela, porque a
las 20 familias que conformaban la comunidad les tocó abandonar sus parcelas al
día siguiente. Sabían que su vida corría peligro”.
Pero en el municipio había
muchas escuelas sin maestros, poseía varias vacantes ocasionadas por el
traslado o la renuncia de docentes, víctimas de amenazas y de desplazamiento
forzado. No obstante, el director de grupo se comprometió con los campesinos de
otra vereda a enviarles el maestro que no pudo llegar a Cayetano Vásquez. “Yo duré
tres días en el pueblo sin hacer nada, mis compañeros me dieron techo, comida y
bebida…El sábado, día en que los agrodescendientes llegaban de las veredas con
el cacao y el café, únicos productos que sacaban al mercado, en mulas, el jefe
de grupo me presentó ante ellos y el domingo arranqué para otra escuela rural,
distante 8 horas, montado en una mula, por una trocha encumbrada, rodeada de
selva, atravesada por quebradas caudalosas, poblada por insectos y reptiles venenosos”.
La
escuela: una disputa de los grupos armados
La escuela, una construcción
en madera aserrada por los campesinos, con tejas de zinc, edificada en un
potrero lindado por frondosos arboles y sitiado por dos riachuelos, como si
fuese la Media Luna de las Tierras Fértiles, distaba una hora de la casa en la
que vivía Ambrosio. “Todos los días me tocaba caminar ese trayecto cruzando
cercas alambradas, lotes de ganado y disímiles riachuelos. El desayuno constaba
de una taza de changua guisada con gordana, sal y chontaduros. Del almuerzo,
cada día se encargaba una de las 22 familias que poblaban el vecindario… me lo llevaban,
envuelto en hojas de plátano, junto con una botella de guarapo o chicha de
chontaduro”.
El horario, según el relato
del docente, era de 8 de la mañana a 4 de la tarde, incluyendo dos horas de
almuerzo y dos recreos: uno en la mañana y otro en la tarde. Los sábado se
daban las clases de coprogramáticas y educación física hasta el medio día. Los
domingos se debía asistir a misa, pero dada la distancia, los niños, sus
familias y el maestro, mensualmente, debían concurrir a un corregimiento cercano
a cumplir con el primer mandamiento de la iglesia católica.
La distancia de la escuela a
la vivienda de l maestro y de los niños no era un problema mayúsculo; la
presencia de insectos y reptiles peligrosos se sobrellevaba con el cuidado
personal; el horario de trabajo también era llevadero; pero la presencia de los
grupos armados amenazantes de la existencia “era el verdadero dolor de cabeza
para uno, el miedo de que en la noche entraran a la vivienda y nos mataran a
todos por: informantes, por sapos o por no decir lo que ellos querían oír”.
A la escuela asistían 32 niños, sin uniforme,
distribuidos en 4 grados. La enseñanza se basaba en contenidos del Decreto 1710
de 1963, la cartilla Charri, el catecismo Astete, la Historia Sagrada y las
Guías Alemanas (Laitón, 177). Ese fue el patrimonio bibliográfico que recibió Ambrosio del
Comisario de la vereda. El plantel contaba con un tablero de madera, 6 bancas
elaboradas por los campesinos con tablones extraídos del ecosistema y la caja
de tiza que apenas había empezado la antecesora docente, que según los comentarios
había cursado hasta segundo bachillerato, lo mismo que la mayoría de los
educadores del área rural. Su formación no le permitía ubicarse en ninguna de
las dos categorías del escalafón existente, en ese entonces, para los maestros
de primaria. El togado como normalista, de ese entonces, automáticamente obtenía
la categoría segunda y luego de dos años de experiencia certificada, ascendía a
la primera categoría. Ahí, en esa categoría murieron miles de maestros que por
su edad y formación no alcanzaron a ser asimilados en el Estatuto Docente
conquistado por le magisterio de Colombia en 1979 (Decreto 2277). Si el
normalista ejercía en secundaria, el escalafón y el sueldo eran distintos.
La
escuela: escenario de conflicto y territorio de Paz.
La escuela de Ambrosio mucha
veces fue asediada por fuerzas armadas. “En una ocasión, yo estaba revisando
los cuadernos de los niños de tercero, cuando abandonaron abruptamente las
bancas gritando: “llegaron los del frente”. Se trataba de cinco hombres armados
con fusiles, pertenecientes a las FARC, según leí en los brazaletes, estaban
patrullando la zona. Su recomendación fue: si alguien le pregunta a quién vio
pasar por acá, usted no ha visto nada, porque la vida le puede costar por
sapo…nosotros lo que hacemos es proteger a los campesinos de la región ... Recuerdo
que eso fue un viernes; el lunes siguiente llegué a trabajar y el ejército no
me permitió ingresar a la escuela, todo el predio estaba custodiada por soldados…hasta
el miércoles pude entrar… y así me pasó en muchas ocasiones: “sin Dios ni Ley” .
El relato de Ambrosio
también alude a la situación de sus alumnos. Cuenta que de los 32 educandos, 19
habían perdido a su progenitor en una emboscada tendida por la guerrilla a una
banda de cuatreros. “Le dieron de baja a uno y esperaron que los otros abigeos
fueran a recoger el cadáver. Ellos nunca llegaron, no obstante los campesinos
de la región, en un acto humanitario “hicieron gente” y fueron al levamiento,
cayendo bajo las balas de los insurgentes”.
Sin duda es una situación azarosa
para un maestro que ni en la Escuela Normal, ni en la universidad le advierten
sobre la existencia del duelo y el imperativo de abordarlo, para prevenir
enfermedades fisiológicas, mentales y para mejorar la calidad de vida de quien
lo padece. Es un asunto preocupante en un país en guerra y en el que la
escuela, como lo relata Ambrosio, no ha escapado al conflicto armado,
intrafamiliar, académico, al matoneo, a la violencia como: obtención de
estatus, defensa del territorio, modo de resolver conflictos, catarsis, entretención, reivindicación social. A esos
enseñantes de la Escuela Normal y de la universidad, intelectuales de la
educación, E. Zuleta (1994, p. 107) les diría y les dirá: “Yo no creo que el
intelectual colombiano pueda darse el lujo de no pensar en la violencia”.
La Escuela territorio de
Paz, siguiendo Rancière, es una escuela donde la explicación no puede seguir
siendo el mito de la pedagogía, donde la parábola del mundo dividido entre
espíritus sabios y espíritus ignorantes, entre maduros e inmaduros, entre
capaces e incapaces, entre inteligentes y tontos, entre “buenos” y “malos” como
moralmente se estigmatizan. La Escuela
Territorio de Paz es la institución que hace del Derecho a diferir, el motor de
la democracia. La Escuela Territorio de
Paz es el lugar en el que se no se enseña la filosofía sino se enseña a
filosofar, como lo sugirió Sábato. La Escuela Territorio de Paz es el escenario
en el que el conflicto no se excluye, sino que tiene lugar y su resolución se
hace desde el ser sintiente-pensante o sentimpensante. La Escuela Territorio de
paz es el lugar que hace de Colombia.
“un país al alcance de los niños”, como lo proclamó García Márquez.
La Escuela Territorio de Paz
es la escuela que emancipa, evocando a Freire y a Jacotot, en Ranciére. Es la
escuela que supera la violencia simbólica, glorificada en los rituales de la
enseñanza, en le currículo formal, en las normas que vulneran derechos de los
aprendientes, pretexto de “formarlos” y también de los agentes de la comunidad
educativa.
La Escuela Territorio de Paz
es el establecimiento que deja aprender. Es la escuela, volviendo al Maestro ignorante de Ranciére, en la
“que se puede enseñar lo que ignora y que un padre de familia, pobre e
ignorante, puede, si está emancipado, encargarse de la educación de sus hijos,
sin el auxilio de ningún maestro explicador”. La Escuela Territorio de Paz es
la escuela que potencia la existencia, que desvela la ceguera y transforma los
avatares que ha vivido Ambrosio y que padecen muchos maestros en Colombia. La
escuelas Territorio de Paz, evocando a Bachelard, es el territorio en el que
“el aire es una paloma que, apoyada sobre su nido, calienta a sus hijuelos”
Algunas
referencias
Bachelard, G. (2000). La poética del espacio.
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Laitón C. A (2008) Saboyá. Campesinos, violencia y educación. Bogotá DC: Códice
Ranciére, J. (2007) El maestro ignorante. Buenos Aires:
Libros del Zorzal.
Zuleta, E. (1994). Elogio de la dificultad y
otros ensayos. Medellín: Fundación Estanislao ZuletaJosé Israel González B.
Trabajador social/orientador
Colergio Nuevo Horizonte. Bogotá DC.
ocavita@yahoo.com
Qué bonito texto José Israel.
ResponderEliminarAhora tus lectores esperamos la historia de los avatares de la escuela de paz en las ciudades. Un abrazo
Rafael
Gracias Rafa. Tendré en cuenta tu sugerencia. Un abrazoooo
ResponderEliminarQue buena lectura y entretenida Jose Israel para una reflexión en este momento histórico de nuestro país y sociedad
EliminarQue buena lectura y entretenida Jose Israel para una reflexión en este momento histórico de nuestro país y sociedad
EliminarGran aporte a la paz
ResponderEliminarInteresante para comparar y reflexionar sobre la actualidad que estamos viviendo
ResponderEliminarInteresante para comparar y reflexionar sobre la actualidad que estamos viviendo
ResponderEliminarQUE HERMOSA ESCRITURA MUY IMPORTANTE Y QUE TODOS LA CONOCIÉRAMOS, CIERTAMENTE ESO ES UNA REALIDAD Y COMO DICE RAFA A HORA ESPERAMOS LA HISTORIA DE LAS ESCUELAS DE PAZ EN LAS CIUDADES.
ResponderEliminarQUE HERMOSA ESCRITURA MUY IMPORTANTE Y QUE TODOS LA CONOCIÉRAMOS, CIERTAMENTE ESO ES UNA REALIDAD Y COMO DICE RAFA A HORA ESPERAMOS LA HISTORIA DE LAS ESCUELAS DE PAZ EN LAS CIUDADES.
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