La Ley: entre la realidad y el discurso sin compromiso.
“La única buena enseñanza es la que se
adelanta al desarrollo” Vigotsky
Desde
la escuela se puede afirmar que a través de leyes no se mejora la situación
escolar, entre otras razones, porque las leyes van atrás y la realidad
adelante. Se legisla para el pasado así como se intenta educar para el pasado. “La
realidad supera la ficción”, decía Carlos Fuentes. O, “la realidad supera la
imaginación” en palabras de García Márquez. Las leyes son sedentarias mientras
que la dinámica escolar es nómada. A los legisladores e incluso a “los técnicos
del saber práctico” -como lo dijese Sartre - les falta mucha imaginación para
aprehender la realidad. “Para ver la realidad se necesita mucha imaginación”,
anotaba Rulfo. Lo que se percibe en Colombia es que la realidad escolar se está
viendo sin imaginación, por los gobernantes, por algunos directivos docentes y
por eso estamos como estamos.
“Normatizar la vida – apuntaba
André Vernot -es el intento absurdo de ponerle rejas a la existencia”. No se
tiene noticia de que Montessori, Pestalozzi, Decroly, Rousseau, Comenio,
Piaget, Freire, Illich, los Movimientos pedagógicos o algún pedagogo haya
desarrollado y obtenido sus aportes bajo el paraguas de la legislación, más bien
se alejaron de los parasoles y así lograron ver las estrellas y dibujarlas, con
tino de pedagogía. Comprendieron que una relación pedagógica, mediada por las
leyes, empobrece la existencia, por eso fueron tan ricos sus métodos y a cambio
de alambrar a la escuela, rompieron las cercas de la Pedagogía tradicional,
para abrazar la Pedagogía Activa y las Pedagogías Críticas, entre otras.
En este
artículo, mediante el relato de "un acontecimiento pedagògico" -como lo conceptúa la guía No 49 del MEN-, llamo la atención,
precisamente, sobre la inoperancia de las leyes en la disciplina positiva de la
infancia y la adolescencia. Es duro decirlo, pero esas leyes parecen ser una
burla. Son unos códigos creados fuera del pensamiento de la infancia, de la
adolescencia y de investigadores afines al asunto, son más del dominio de los técnicos
del Derecho que de los pedagogos. Ellos y ellas no han participado en su
elaboración, de ahí que se imbrican a imagen y semejanza de los adultos, sobre
todo de unos burócratas que están muy lejos de la realidad en que nacen,
crecen, viven y mueren los niños, adolescentes, jóvenes y adultos. En otras
palabras, son unas leyes incriminadas, contrarias al sentido de la existencia y
al espíritu, verbi gracia, adversas al espíritu de la construcción de de los
Manuales de Convivencia.
Marysol: “entre la pila y el agua bendita”
Estar
entre la pila y el agua bendita es hallarse en un alto estadio de
vulnerabilidad, es estar muy cerca de los cables de una tensión tan alta que
electrocuta. Marysol es una adolescente que hace parte de un hogar compuesto
por 8 hermanitos, uno muerto por inanición.
Ese hogar ha tenido dos maridos y una sola progenitora, muy análogo a Doña
Flor, en la novela de Jorge Amado. Actualmente vive con el padrastro, un hombre
dedicado a la rusa; entre tanto, el progenitor biológico ofrenda el tiempo a
ganarse la vida en eso que alguna vez, los expertos denominaron “Economía
Subterránea”. Los hermanitos de Marysol asisten, unos a la escuela de Macondo, otros
a jardines comunitarios y dos permanecen en la casa, porque la suma de sus
edades no alcanza a dos años.
Marysol
no supera los 14 años, pero actúa con mayoría de edad, se vale de su propio
entendimiento, parafraseando a Kant. Muy despierta, autónoma, bonita, amiga de
las porras, jugadora de fútbol, tremendamente ágil en su pensamiento, poco le
apetece el amasijo del plan de estudios y discrepa bastante de la metodología
de los profesores, sobre todo de quienes actúan como funcionarios de la
educación. Acude tarde al ritual de la escolarización, porque le gusta dormir
“un poquito más y llegar cuando las clases ya han empezado, para aburrirme
menos”. Es una lideresa inconmensurable, incontenible e irreductible. En los
primeros años de enseñanza no condescendía que los profesoras le dijesen
expresiones como: “mi amor”, “mi vida” y menos admitir que alguien le colocara
la mano en el hombro, como gesto de afecto, eso era motivo de discordia; hoy,
la actitud es distinta.
Marysol
sabe cómo es “el maní” de la mariguana, “porque yo siempre he visto a mi mami y
a los amigos vender…mi papi conoce las ollas del Centro y también se traba”.
Cuentan que, en una ocasión, la policía fue a ese liceo macondiano a
sensibilizar a los estudiantes acerca de la prevención en el consumo y
distribución de sustancias psicoactivas. Los gendarmes conminaron a los
estudiantes a denunciar, en la casa y en el colegio, las situaciones anómalas
que percibieran, ante lo cual Marysol asintió: ¿Y ustedes qué hacen con la
mariguana que cogen? Nosotros la entregamos a estupefacientes, anotó el
policía. Marysol, en todo de burla, exhibiendo sus blancos dientes y torneando
su escuálido cuerpo, les dijo: “¡queeee, ustedes se la venden a los ñeros y la otra
se la fuman… no ve que yo los he visto…yo conozco la L y la calle del Brown y
sé como es la marea…dejen de ser tan ficticios!”
Marysol
también ha inhalado bóxer en la calle, en la casa, en el colegio y de paso ha
involucrado a otras compañeras, sobre todo aquellas que permanecen solas en la
casa –lugar aprovechado por las adolescentes-, porque sus padres están ocupados
trabajando. Aprendió a inhalar al lado de las pandillas. De allí, el colegio, a
través de una maestra de matemáticas, logró despojarla de las fauces de la
delincuencia y sostenerla en el plantel. El haberla sorprendido in fraganti, en
el baño de la institución, en uno de esos permisos que los estudiantes suelen
arrancarles a los profesores, so pretexto de ir a hacer pis, la condujo a tomar
la decisión de “volarse de la casa”, tal como nos sobrevino a muchos migrantes
nativos, cuando se cometía alguna falta grave en la casa. Se huía por miedo al
castigo severo, no había Debido Proceso, los Derechos de los adultos
prevalecían sobre los deberes de los niños. El aprendizaje con sangre entraba.
La fuga de Marysol.
La
niña, en un ejercicio hipotético, toma la decisión de perderse de la casa
dejando a la deriva a su progenie. No se quiere ir sola. Con su capacidad de
convicción, como lideresa, persuade a otras dos niñas, organizan el éxodo,
alistan el equipaje y un viernes amagan partir para el centro escolar, con su
atuendo de rigor, a cumplir con el ritual de la escolarización y junto a sus
libros encubren la ropa. Al ingresar, la profesora de disciplina se da cuenta
del abultado morral de una de las niñas, la interroga acerca del contenido ante
lo cual, con celeridad, Marysol aduce: “eso son los trajes para un baile que
vamos a ensayar”. Logran traspasar el pedagógico retén con la argumentación
expedita, finiquitan la jornada, se topan en el punto acordado, dejan que se
ahuyenten los demás escuelantes, revisan los bolsillos de las sudaderas,
aprontan lo del pasaje y encumbran hacia el centro de la otrora denominada
Atenas Suramericana.
Durante
el trayecto, ingenian estrategias de sobrevivencia para impedir que la policía
las sorprenda o que algún malandrín embista sus frágiles humanidades…Llegan al
Voto Nacional, deambulan por las calles aledañas a la interfecta Plaza España,
en busca de un “parcero”, amigo de Marysol, para que les guarde las bártulos. Cruzan la calle del Brown, llegan a la L, pasan
sigilosas frente a muchos policías y ante la infructuosa búsqueda del faltón “parcero”,
se dirigen al histórico barrio de la Candelaria, paraje en el que Marysol
vendió dulces con un hermanito durante varios domingos a los transeúntes de
Monserrate. Según la versión, “una señora desconocida, vendedora de dulces, le
dio mucho pesar y nos tuvo las maletas, nos dio galletas, por ahí como a las 6
de la tarde…ese fue el almuerzo con una bolsa de Kumis que llevamos del
refrigerio”. La cadena de frío no importó, porque “no nos hizo daño o sino ¡que
tal una soltura!”.
Confiadas
en que “la vendedora de dulces” les cuidaba sus corotos, merodearon por
inmediaciones de las estaciones de Transmilenio, contemplan el anochecer,
disfrutan de los mimos de la 7ª y de su espacio peatonal, interactúan con niños
Embera Katío...retornan a donde la vendedora dulces, le compran “unos paqueticos”,
agradecen el cuidado de los menesteres y se despiden: La señora chévere –como
la bautizaron después de la fuga –les llama la atención y les pregunta por sus
padres. Las huidas se miran unas a otras, evidencian nerviosismo y una de
ellas, la más estremecida le pide que le venda un minuto para llamar al
hermanito. La señora accede, hace la marcación y le manifiesta al niño: “por
aquí, por la séptima está su hermana y dos niñas más…me parecen que están
juyidas…”. Aún no colgaba el celular la veterana mujer cuando las visitantes se
alejaban de su lado, quedando una deuda pendiente para pagársela quien sabe
cuándo.
Según
Marysol, “la cucha, mientras dimos nuestra vuelta le avisó a la policía, porque
después de que salimos corriendo los enfermos esos (se refiere a los policías)
nos pararon y nos preguntaron que para dónde íbamos…Yo les dije que nuestros
padres nos estaban esperando al píe de la biblioteca, que corríamos porque íbamos
tarde del colegio y nos cascaban…que no nos retardaran”. De esta guisa, logran franquear
el cerco de los servidores públicos y se reguarnecen en una de las iglesias del
sector. Entre tanto, la madre de Marysol, quien se percató de la evasión, llamó
al liceo macondiano y puso en conocimiento de la orientadora el escape de la
heredera. De inmediato, la docente echó mano de la normas para tipificar la situación
(I, II, III), consultó el Manual de Convivencia para precisar la activación de
la Ruta de Atención Integral para la Convivencia Escolar, con el agravante que
el manual versa del 2012 y allí todavía no ha llegado la Ley 1620 ni el decreto
1965 de 2013 y menos la guía pedagógica No 49 del MEN, entre otros motivos,
porque la Secretaría de Educación de Bogotá, no hizo la gestión con el
ministerio del ramo, para que cada colegio recibiera un ejemplar así como el
resto del país, y así poder orientar mejor los protocolos a seguir.
La mentada
madre “hizo gente”, impelió la búsqueda informándole a la policía, para advertir
la salida de las adolescentes de la ciudad. Llamó ofuscada a las madres de las
otras menores y las culpabilizó de la partida de su hija, porque eran ellas las
promotoras de la emigración. Entre tanto, el padre arrancó presuroso hacia el
territorio donde tiene asidero la Economía Subterránea, huelga decir, a las
ollas conocidas y frecuentadas por él. Las otras madres entran en angustia, no
saben qué hacer, llaman a los familiares, visitan al CAI, recorren la urbe
buscándolas en bares y burdeles. La liberación de dopamina fue sustituida por
el corticol, por eso el insomnio acompañó a los predecesores hasta las primeras
horas del día siguiente, luego de saber que las primogénitas estaban en un
hogar de paso.
La praxis de la Ley de matoneo
Con la alborada
citadina llega la esperanza del reencuentro, esta vez en una esfera distante a la
acostumbrada. Las menores son trasladadas del albergue, en el que pasaron la
noche, al centro zonal del ICBF, por la policía de Infancia y Adolescencia. No
olvidarán las perecederas trotamundos que, en el lugar en el que pernoctaron, dormitaron
muy poco, que las impactó la presencia de otras adolescentes consumidoras de
psicoactivos, transgresoras e infractoras de las leyes, con opciones sexuales
diversas y agresivas. Antes del medio día el encuentro de los padres y las
niñas ya era un hecho, por fin las familias se juntan con las hijas en un
escenario desfavorable: las autoridades de Familia. Unos y otros animaron los
protocolos y dentro de ellos los compromisos, uno de ellos practicarles a las
aventureras el examen de toxicología, para afirmar o para descartar el consumo
de sustancias que alteran la conciencia.
Los
padres de familia, aburridos en las oficinas del instituto, cansados del trajín
de la noche, agotados sicológicamente, con ele estómago chirriando del hambre y
disgustados por dejar de lado sus labores “por culpa de las ocurrencias de estas
vergajas”, no dudaron en decirle al defensor, al unísono, que cumplirían a
cabalidad con los compromisos, pero que los despacharan rápido. Los progenitores
de Pilar y de Aframabel efectuaron lo acordado y hoy las niñas están en el
liceo macondiano juiciosas, culminando el año escolar; no obstante, la madre de
Marysol, pese al transcurso de más de tres meses, no ha formalizado lo concertado
en el ICBF, “porque no he tenido los 80 mil pesos que vale el examen”, según
los informes de la coordinadora. No se tiene noticia alguna del seguimiento al
caso por parte del instituto.
Marysol
y las otras niñas aman a su colegio; expresión de ello es el reintegro
inmediato a la semana siguiente. “ni hallaban la hora por volver a encontrarse con
sus amigas”. Para Merysol fue un retorno muy feliz. Acudiendo a El Principito
se podría condensar: “cuando volví a mi país (colegio) los compañeros que me vieron
se sintieron muy contentos de volver a verme viva. Yo me sentía triste, pero
les decía: es el cansancio” .Pero la felicidad se ve interrumpida una mañana fría de agosto, cuando la
directora de grupo se percata de que la niña, cuyo nombre honra al agua y al
fuego, se descubre exánime en el aula, duerme sobre el pupitre, no habla pero
si lenguajea –como diría Maturana -con agresión relacional ante los compañeros
y con los profesores. Ipso facto, la maestra previene a la orientadora y en
junta llaman al 123, donde toman los datos sobre un presunto efecto de SPA.
Transcurren los minutos, los niños del curso se inquietan, la madre de Marysol
no contesta, del padre no tienen datos, el rector no está, la coordinadora
atiende otras urgencias convivenciales, los demás profesores están en sus aulas…
ingresa la policía del CAI a indagar sobre los hechos de consumo, se les
notifica que no se requiere la fuerza pública sino la Policía de Infancia
y apoyo médico…los agentes se marchan,
los niños, que el año pasado eran como los de El Terror de 6B, están intranquilos
en el salón, no bromean ni se ríen, como Hernández Sergio en la obra de Yolanda
Reyes.
Distan
dos amargas horas para que llegue una ambulancia con su equipo. El caso no era
de accidente. En Colombia, las urgencias que se atienden son las que vierten
sangre, pareciera que el estrés, la depresión, la esquizofrenia, el dolor y los
trastornos mentales, como no derraman sangre no son urgencias. Bueno, llegó la
ambulancia, ingresan al colegio. Como no hay un lugar de enfermería ubicaron a
Marysol en la oficina de orientación escolar, la examinaron, la mamá por fin
llegó, los niños desfilaban cautelosos percibiendo los hechos, el médico
registró el diagnóstico, verificó que efectivamente había una situación de
consumo de mariguana. La mamá reiteró que no había podido acceder a la prueba
de toxicología. El galeno la notifica de la necesidad de llevar a la niña al
hospital…la cual la madre expresa su desacuerdo y desiste de la sugerencia.
Fueron alrededor de 5 horas invertidas para “seguir en lo mismo”, aseveró un
profesor.
Luego
de ese trastorno convivencial, la coordinadora notifica a la madre de la
necesidad de llevarse a Marysol para la casa, porque no está en condiciones ni
fisiológicas ni emocionales de permanecer en el plantel, La progenitora
persuade a Marysol, la impele, pero la chica se rancha en que se queda hasta
terminar la jornada… “Ya me tiene ganada, profe, miren haber que hacen con
ella, yo me voy porque tengo una niña de 6 meses solita en la casa… Hasta
luego”.
La escuela como zona de desarrollo próximo.
Del
relato puede colegirse: una alumna abandona la familia por miedo a las
agresiones físicas, sicológicas, emocionales y relacionales, que le podría
acarrear su permanencia en el hogar. La policía del centro de la ciudad pasa impávida
por varias horas la presencia de unas niñas que transportan un morral “sospechoso”,
no tan común en los escolares. Las familias acuden a la recepción de las niñas
esquivando sanciones de la Ley de Infancia y Adolescencia. El ICBF las entrega
confiando en que los compromisos se consumarán. La madre de Marysol, aún no ha
cumplido con el examen de toxicología para iniciar un tratamiento de
desintoxicación. La familia de Marysol no ha recibido la atención del ICBF,
para abordar ese alto grado de vulnerabilidad en que se hallan varios infantes;
la Secretaría de Educación, a través de su programa estrella: Respuesta
inmediata de Orientación (RIO) apenas llega a verificar datos, a pedir cuentas
y se marchan en su automotor. Y los maestros, unos asistiendo a postgrados y a
capacitaciones que muy poco o nada les aportan para sortear situaciones como
las enunciadas; otros, a motu propio, accediendo al conocimiento y a las
estrategias para afrontar eventos como el de Marysol. Y no faltarán quienes
siguen en la zona de confort. ¡De todo hay en la viña del rector!
La
escuela pública, con errores, con aciertos, con el palo que a diario le dan los
medios de comunicación y los gobernantes, con la presión de la familia, con el
vilipendio permanente de la sociedad, pero con ética, con coraje y, por encima
de las circunstancias que sean, es la única institución que le está haciendo
frente al flagelo de la violencia multicausal, al consumo de sustancias
psicoactivas, al azote de la violencia intrafamiliar, al látigo de la
desprotección de la infancia y de la adolescencia, al rebenque del suicidio, al
creciente aumento de embarazos en las adolescentes, a la fusta desesperanzadora
de los educandos y a los efectos del desplazamiento, por la vía del conflicto
armado y de la delincuencia común. Eso vale mucho más que ocupar los primeros
puestos en unas pruebas Saber, Pisa, Timss y es más loable que aprobar un año
escolar, vale más que ser cazadores de dragones.
No hay
duda, que del 100% del magisterio hay un reducido porcentaje de colegas que
están en la zona de confort y que se ganan la vida como funcionarios de la
educación dictando Física, Matemáticas, Ciencias Sociales, ética y todas las
áreas obligatorias y fundamentales, pero también es verdad que el mayor
porcentaje de las maestras y maestros realizamos nuestra acción pedagógica con
vocación, con criterios y con honradez, pagando un alto costo con nuestra salud
mental, emocional y fisiológica. No en vano 30 de cada 100 educadores del
sector público padecen el Síndrome de Agotamiento Profesional y cerca del 51%
presentan problemas de despersonalización, siendo los orientadores la franja
gremial más afectada.
Esos
educadores que no estamos en la zona de confort, que no trabajamos como
funcionarios de la escuela pública enseñando las áreas obligatorias y
fundamentales, esas maestras y esos maestros que realizamos nuestra acción
pedagógica con vocación, con criterios, con honradez, con amor –volviendo a
Maturana- y que no escatimamos esfuerzos para apoyar a los niños y niñas, no
como tías sino como pedagogas y pedagogas, pagando un alto costo con nuestra
salud mental, emocional y fisiológica. Esas personas que se ignoran, - como escribió
Borges- son las que están salvando al mundo”, salvaguardando la vida de muchos
niños y niñas. Esos maestros y esa escuela pública, se sitúan en lo que Vigotsky designó Zona de Desarrollo Próximo.
La Zona de Desarrollo Potencial,
que en el caso de Marysol y de miles -"un pétalo de una flor no aparece solo sino formando parte de un árbol florido", como lo acota Fa-Tsang -de niños con derechos sin restablecer, estaría
en las instituciones encargadas de velar por la infancia y la adolescencia, por
medio de la corresponsabilidad, por ejemplo. La corresponsabilidad no se ha
hecho efectiva ni con la Ley de Infancia y Adolescencia ni con la Ley 1620 y su
Decreto 1965 de 2013, tal como se lee en sus contenidos. La situación de Mariysol no puede ser más evidente, la
policía viene, mira, pregunta y se va; los profesionales de la salud ingresan,
intervienen, preguntan y se van; los miembros de la familia vienen contestan,
se sienten impotentes ante la prole y se van. Los estudiantes, las pedagogas y
pedagogos nos quedamos para arreglárnoslas como podemos y sabemos. Estas
maestras y estos maestros, como en Las Cenizas de Ángela, seguimos siendo
parteros de ilusiones, mientras que la violencia sigue siendo la partera de la
historia como afirmó Carlos Marx.
Algunas fuentes bibliográficas consultadas.
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desde la
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José Israel González Blanco
Maestro-Trabajador social.
Colegio Distrital Nuevo Horizonte, Bogotá, Colombia