domingo, 14 de septiembre de 2014

El niño que no sumaba ni escribía bien, pero jugaba y organizaba...



 EL VALOR PEDAGÓGICO DE LOS ESTUDIOS DE CASO EN LA ESCUELA


“Cuántas veces nos habremos encontrado con compañeros que tienen una gran experiencia de trabajo de muchos años, pero que nunca la han podido evaluar ni sistematizar. Con ello han permitido que otros caigan en sus mismos errores y no han permitido que otros aprendan de sus avances” (Carvajal, 1999)

La pregunta de Oscar Jara, desde hace algunos lustros, ha inspirado a varios educadores del colegio Nuevo Horizonte de Bogotá a consignar algunas reflexiones sobre el quehacer pedagógico, con los agentes de la comunidad educativa. En esta ocasión, compartimos un escrito a 4 manos, acerca de uno de los tantos estudios de caso realizados por el colectivo.

 En la lógica de la vida escolar, dinamizada en el plantel, los educadores hemos acudimos al estudio de  caso, para investigar, analizar, imaginar y acercarnos a la resolución de situaciones propias de la complejidad y de la diversidad de acontecimientos de la práctica pedagógica. Es una contigüidad a la investigación etnográfica y a la hermenéutica. Desde esta perspectiva, queremos socializar, con los lectores que accedan a este escrito, una de las tantas estrategias utilizadas en el paraje de la escuela, en la búsqueda de salidas colectivas a la infinidad de problemas que a diario se nos presentan. La estrategia utilizada para tal propósito fue la siguiente: elaboración del relato, lectura previa del caso de Luis, por cada maestr@ y  respuesta de las preguntas; luego, socializamos los aportes escritos, discutimos y tomamos decisiones. A continuación ofrecemos el texto del caso y parte de los análisis recogidos en el debate.  

 1. El caso de Luis: un rompecabezas para maestro@s*
  
“...Falta un cuarto para las doce y Luis no ha presentado su trabajo. Toda la mañana molestó, jugó, peleó con sus compañeros y los profesores ya no saben que hacer con él. La profesora informa que mañana no habrá clase, porque hay microcentro o jornada pedagógica. Luis, protesta y manifiesta tristeza por esta situación.

Luis ha repetido varias veces el curso 2, su escritura es amorfa y su nivel de comprensión muy “bajo”; aún así, es un verdadero líder, organiza a los compañeros para el juego, las peleas y la indisciplina. De él depende el buen trabajo de clase. Su vocabulario es limitado, socorrido de groserías y agresividad; empero, no es tímido para hablar; su presentación personal es deplorable y no quiere mejorarla, pese a la gran voluntad, paciencia y cariño que le ha puesto la maestra; su movimiento y expresión corporal son muy buenos; destacado deportista, pero imponente y voluntarioso; dibuja bien cuando quiere, además es muy hábil, para hacer compras; sabe escoger artículos y no se deja “tumbar en las vueltas”, aún así, en matemáticas es “deficiente”.

Los padres de este niño, cuya edad oscila entre los 9 y 11 años, han sido llamados varias veces, para dialogar respecto al comportamiento, indisciplina ay bajo rendimiento académico, ante lo cual la respuesta, de su madre, porque al padre no lo conoce,  ha sido negativa... Ante la situación descrita anteriormente ¿Qué posición asumiría, como pedagog@, frente a los siguientes interrogantes: 1. ¿Es conveniente ética y pedagógicamente, “bajar” de grado a Luis (porque no lee ni escribe en 2º y si hace disciplina negativa)?, Por qué si, por qué no? 2. ¿Qué logros destaca del niño en el caso mencionado? 3. ¿De qué manera redimensiona la asistencia a la escuela por parte del niño, para que él aproveche los aportes que le hace la institución?  4. ¿Si Luis conociera los objetivos y logros que persigue su profesora y la institución, El se comportaría de esta manera?”. Como resultado de la discusión y el análisis aparece la siguiente reflexión:

2. Ocho posibles piezas para armar el rompecabezas del caso

De acuerdo con el escrito, intuimos que Luis llega antes de las siete de la mañana a la escuela, porque, de acuerdo con la parte final del primer párrafo, cuando la profesora le informa: “mañana no hay clase, porque hay microcentro. Luis protesta y manifiesta tristeza por esta situación”. Para nosotros aquí aparece una primera pieza clave en la armazón del rompecabezas, dado que se explicita el deseo del niño por asistir a la institución y esa es un componente para potenciar, porque hay quienes no quieren ir o van obligados.

Seguidamente nos preguntamos:¿Qué pasaría si a Luis no le gustara venir a la escuela y qué si sintiera alegría por no haber clase?. Si ingresó a eso de las siete, el reloj indica las doce y “Luis no ha presentado su trabajo”; pero, “toda la mañana molestó, jugó y peleó con sus compañeros”. Nos cuestionamos: ¿Eso no es trabajo? ¡Claro que sí! molestar es un trabajo, pelear es un trabajo, además que es un deporte que le ha permitido a un minúsculo número de compatriotas mostrar otra dimensión del ser inteligentes 8ejemplo Pambelé).

Y el juego, más que actividad, es pasión y trabajo del educando, para el educando y para los adultos. Ahí lo que encontramos es un proceso, donde se materializa una actividad biopsicosocial o ecosófica, en la que hace presencia el homo faber, capaz- como apuntala Hannah Arendt- de establecer una esfera pública propia-; es decir, de relacionarse con sus congéneres. No cabe duda de que estamos ante un acto educativo-cultural. Si Luis no lo pudiese hacer sería un serio problema. ¿Qué haríamos con un Luis autista, idiota o como el niño de Avignón? La estrategia, tanto para Luis como para los demás estudiantes sería otra.

Creemos que por estos lados está el material de la segunda pieza para armar el rompecabezas. La pregunta obvia: ¿Por qué Luis realiza unas actividades prohibidas o poco bien vistas en el aula y no “el trabajo” que le pone la profesora? En términos de la pedagogía crítica –siguiendo a Giroux, McLarent y otros-,  interpelamos: ¿Por qué Luis hace resistencia activa a las clases? ¿Qué sabemos de ello? La información que nos brinde esta indagación permitirá construir otra pieza clave en la armazón del rompecabezas. Se trata de una información que da cuenta de la génesis de la resistencia de Luis dentro del aula y su relación con el gusto por venir a la escuela.

3. “...y los profesores ya no saben qué hacer con él...”

Si nosotros no sabemos qué hacer con él, entonces, ¿quién lo sabrá? ¿Los padres que no son pedagogos, ni psicólogos con formación académica, pero al fin y al cabo son educadores primarios?, ¿los pedagogos neoliberales que predican la calidad, eficiencia, eficacia y efectividad, desconociendo el conjunto de factores sociales, económicos y familiares que afectan los procesos de enseñanza y aprendizaje, dejando de lado, por ejemplo, el deterioro de los lazos tradicionales de la relación entre adultos y chicos, entre docentes y estudiantes y afianzando la imposición de factores económicos sobre el sentido de la escuela dentro del Estado moderno?. El no saber qué hacer se refiere, sin duda, a la no-producción académica regulada en la escuela.

No obstante, ante la no correspondencia con el ideal requerido en cada curso, fluyen los juicios de valor: escritura pésima, vocabulario limitado y grosero, presentación personal también pésima. La realidad es que Luis piensa, escribe, habla, se viste, se moviliza, interactúa, afecta y cuestiona nuestra práctica pedagógica. Es algo así como el enfermo que pone en jaque al médico, que le exige investigar, estudiar y profundizar en el tratamiento y en la prevención.

Vistas así las cosas, la cuarta pieza del rompecabezas, tendrá que ocuparse de transformar lo pésimo en óptimo, lo grosero en culto y la presentación poco higiénica en pulcra. Antes de emprender la acción, no sobra preguntarnos: ¿Qué tan ilimitado o tan locuaz es nuestro discurso pedagógico o si se quiere la simple práctica discursiva cotidiana?; ¿Nuestro vocabulario es tan culto que no deja transferir groserías verbales y/o mímicas?; ¿Nosotros no peleamos?, ¿sabemos pelear?; ¿poseemos una cultura del debate y la discusión tan ética y tan estética que nos amamos en esos actos?.¿Estamos exigiendo de lo que damos o será que nos estamos volviendo esquizofrenic@s sociales?

Coligiendo lo anterior podemos aseverar que, en el caso en mención, el niño manifiesta –siguiendo a Howard Gadner- por lo menos tres tipos de inteligencia: inteligencia Cinestésicocorporal, Inteligencia personal (relacional) y al parecer la logicomatemática y explícita vacíos en la inteligencia lingüística. Por supuesto, la siguiente pregunta gravita alrededor de: ¿Qué se ha hecho para potenciar las tres inteligencias fuertes y qué para superar las aparentemente débiles? Es pertinente hacer un alto acá, para darle paso al material didáctico aportado por los colegas.

Esta vez se trata de una historieta* y de una lectura**, las cuales nos permitieron comprender más a fondo la situación de Luis en plural y en femenino. En esta lógica de razonamiento nos arriesgamos a hipotetizar, que si el profesor se posesiona en dejar aprender a los niños, dentro de los cuales está Luis, apoyado en el desarrollo de las inteligencias múltiples -obviamente, conociendo de sus contenidos y metodología a través de la lectura y la investigación-, su praxis toma una dimensión distinta, su discurso y práctica pedagógica se oxigenan y las relaciones con los estudiantes se transforman significativamente tanto para los unos como para los otros. Sin lugar a dudas, la quinta ficha del rompecabezas estaría lista por este lado. Aludimos a dejar aprender, evocando el pensamiento de Heidegger, cuando sentencia filosóficamente: “Enseñar es más difícil que aprender porque enseñar significa dejar aprender. Más aún: el verdadero maestro no deja aprender nada más que ‘el aprender´”[1]

Finalmente, no nos apartamos de considerar cuan difícil es enseñar y de reconocer el sinnúmero de  vicisitudes que acompañan a día a día en el proceso educativo escolar; pero a la vez nos abriga la alegría de saber que en esta institución hay varios Luises y Luisas y que para interactuar con estos personajes han llegado unas maestras y unos maestros que aman la escuela y dejan que los niños la amen. No hemos escuchado a algún niño o niña decir que odia la institución, ¡nó!, por el contrario, todos los días vienen con o sin uniforme, con hambre, chupando colombinas, a veces con los zapatos roídos, en ocasiones medio peinados, pero concurren; la mayoría de las niñas con sus trenzas coquetas, sonrientes y presurosas por llegar. No les da pereza venir tarde, como sea arriban al plantel.

Más aún, hay quienes no pueden entrar porque no traen el saco del uniforme o los tenis, pero se las ingenian para que los que ya ingresaron se las pasen por la raje, así sean hallados in fragantes y reciban doble sanción. Vale la pena resaltar también que los estudiantes llamados “los más indisciplinados” son los que por fuerza mayor faltan al colegio. Estos son indicadores de un logro, contrarios a la deserción y afines a la Permanencia de los estudiantes en el sistema escolar, que podrían interpretarse de una manera diferente desde la moral y desde la costumbre y no solo desde la ley.

Al análogo acontece ccuando los alumnos que están presentando sus exámenes cometen el pecado de aliarse con otros para responder, y copian las respuestas. Pero tantas veces en la vida necesitamos de los otros,- apunta William Ospina - que pensé que también debería concederse algún valor a la capacidad de aliarse con los demás. ¿Por qué tiene que ser necesariamente un error o una transgresión que el que no sabe una respuesta busque alguien que la sepa? Conozco bien la respuesta que nos daría el profesor: en ciertos casos específicos estamos evaluando lo que el alumno ha aprendido, no lo que ha aprendido su vecino, y no podemos estimular la pereza ni la utilización oportunista del saber del otro. Todo eso está muy bien, pero no sé si se desaprovecha para fines educativos la capacidad de ser amigos, de ser compañeros e incluso de ser cómplices. Y dado que todo lo que se memoriza finalmente se olvida, más vale enseñar procedimientos y maneras de razonar que respuestas que puedan ser copiadas.   

Tampoco podemos dejar de denunciar que aquí en esta institución, el grupo de docentes provocan el amor hacia la escuela, porque son sencillos; a diferencia de esos docentes –hoy en vías de extinción-: “omniscientes, omnipotentes y temibles que antaño se sentaban en la estrada, y que, a los ojos de algunos alumnos, no tenían casi nada de humano, nuestros colegas ambientan con la fragancia de la ternura el huerto de las aulas de clase. Además, a diario ponen a flor de piel, con los escolares, con los padres de familia y con nosotros mismos, un ingrediente, poco común en nuestra sociedad: El humor y la alegría. “El humor y la alegría –escribe Emile Chanel- son las formas más sutiles de la inteligencia... El maestro que tiene que enseñar la vida, debe llevarla en él, es decir, mostrar y enseñar la alegría”.

Resaltamos también el entusiasmo. La sexta pieza, para el rompecabezas, se construiría con los aportes de los educandos; vale decir, la actitud que ellos y ellas asumen frente al comportamiento de sus compañeros y los acuerdos que entren a establecer y a hacer cumplir a los Luises y las Luisas, en la idea de dejar que el humor, la alegría, las inteligencias, la sencillez, el amor, la enseñanza y el aprendizaje, transcurran tranquilamente como el caudal del río bajo la sombra de la espesa y esquiva selva.

La séptima ficha está brujuleada por la pasión hacia el conocimiento, evocando una de las tres pasiones por las que vivió Bertrand Russel. En el caso que nos ocupa, lo más pertinente, además de las inteligencias múltiples, es visitar y consultar los estudios de Bruno Betelheim, concretamente: Educación y vida moderna (Barcelona: Editorial Critica-Grijalbo, 1981) y Aprender a Leer (Barcelona: Grijalbo Mondadori, 1997); de Vygotski, El desarrollo de los procesos psicológicos superiores (editorial Crítica, 1989). También son bienvenidas las investigaciones de Emilia Ferreiro y Ana Teberosky: Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño (México: Siglo XXI Editores, 1988, 8ª edición); El Elogio de la Dificultad de Estanislao Zuleta, Elogio de la Incertidumbre de de Rodolfo Ramón de Roux, Manual para Ser Niño de Gabriel García Márquez (1995), El sentido de al vida de Vicktor Frankl (1995), El sentido de lo humano de Humberto Maturana (1997), entre otros.

La octava pieza está puesta en los padres de familia. Sin está ficha el rompecabezas no se puede armar. Les corresponde a los padres asumir su papel de educadores de sus hijos; pero le compete al maestro hacerle ver el valor afectivo, social, cultural y educativo que juega tanto el padre como la madre, en el proceso de aprendizaje de sus hijos, máxime si son luises o luisas. El padre de familia de principios de siglo, debe tener claro que la escuela ya no es la institución educativa por excelencia como lo fue antaño; a los padres de familia hay que llevarlos a reconocer que, como lo escribe Eduardo Galeano: “Los niños pobres, tratados como basura...viven atados a la pata del televisor”, una televisión que ha entrado a ser sustituta del padre y de la madre, a ocupar el rol de superposición y/o simultaneidad en el proceso de socialización. Sea cual fuere el lugar del padre y de la madre, “la fuente primordial de educación es hoy por hoy la televisión”[2] y ello está incidiendo en el comportamiento de los luises y luisas.

De lo dicho frente a nuestra acción pedagógica, podemos inferir, recurriendo a Zuleta, diciendo: “La educación no es un problema similar al de dar de comer a un hambriento, pues en este caso el asunto sería muy sencillo ... El problema fundamental de la educación es combatir la ignorancia ... El verdadero problema es hacer salir a alguien de una indigestión para que pueda  tener apetito”[3] Ese alguien, en el caso que nos ocupa, tiene nombres propios Luises y Luisas y por supuesto maestros y maestras. Con la sistematización de esta acción educativa, queremos que los electores no caigan en el error de no permitirle a otros aprender de la propia experiencia, queremos aprender de sus avances y así le podremos demostrar a Carrie Lam, y a muchos investigadores foráneos, que los maestros y las maestras de Colombia somos efectivos a nuestra manera, así no demos cuenta de los “Once hábitos de un profesor efectivo” que explicita la educadora canadiense en la revista Semana (11 09 2014)

Algunas fuentes consultadas

CARVAJAL BURBANO, Arizaldo. (1999).Apuntes para la sistematización de experiencias. Cali: Universidad del valle, p. 8
ESCOBEDO DAVID, Hernán (1996): Los indicadores de logro no son objetivos comportamentales. En: Evaluación Escoalr: Un proyecto por construir. Santafé de Bogotá: CEID-FECODE, Revista Educación y Cultura Nº 39, p 5.
FEDERACION  COLOMBIANA DE EDUCADORES. Fabula amarga. En: Revista de  Educación y Cultura  Nº 13. Bogotá.
TAKAHASHI, Alonso (1992). El maestro y su oficio. Santa Fe de Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, revista U.N. Nº 26, p.p. 19-26
VEGA C., Renán (1994). Neoloberalismo: Mito y realidad. Santafé de Bogotá: Ediciones Pensamiento Crítico, pp. 121-124 
ZULETA, Estanislao (1990). Educación y Filosofía. En: Folios, revista de la facultad de Artes y Humanidades de la Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, p. 31


José Israel González B. Trabajador Social
Abelardo Monroy Ríos.  Maestro
Colegio Distrital Nuevo Horizonte. Bogotá, DC.



* Recurrimos a las ilustraciones que acompañan el texto del profesor Hernán Escobedo David: Los indicadores de logro no son objetivos comportamentales. En: Evaluación Escoalr: Un proyecto por construir. Santafé de Bogotá: CEID-FECODE, Revista Educación y Cultura Nº 39, marzo de 1996, p 5.
** La lectura fue Fabula amarga, tomada de:  FEDERACION  COLOMBIANA DE EDUCADORES.  Revista de  Educación y Cultura  Nº 13. Bogotá.
[1] Citado por:TAKAHASHI, Alonso. En:  El maestro y su oficio. Santa Fe de Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, revista U.N. Nº 26, abril de 1992, p.p. 19-26
[2]GALEANO, Eduardo. “Curso de consumo”. Una mirada a la escuela del crimen. En: VEGA C., Renán. Neoloberalismo: Mito y realidad. Santafé de Bogotá: Ediciones Pensamiento crítico, 1999, pp. 121-124 
[3] ZULETA, Estanislao, Educación y Filosofía. En: Folios, revista de la facultad de artes y humanidades de la Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, noviembre de 1990, p. 31 

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