Algunos acontecimientos de
fin de año y de inicio del mismo suscitan, en un considerable guarismo de docentes, por afinidad con
el riguroso oficio, preguntas acerca de la educación de los protagonistas de las últimas
noticias. Situaciones como la del presidente de la Corte Constitucional, algunos
fallos del el Consejo de Estado, la de varios generales de la policía, la del
mismo presidente de la república, los cuestionamientos al Fiscal General, al Procurador, al Defensor del Pueblo, a varios ministros, a los juraos de algunos reinados de belleza, a un representativo número de burgomaestres entrantes y salientes y un largo etcétera, conducen
a preguntarnos por el pasado y el presente de la formación ética, moral y
ciudadana, tanto de adultos como de niños y adolescentes. Los primeros en su
pasado y los segundos en el aquí y en el ahora. En este sentido, llamo la
atención acerca de tres elementos destacables en esos actos que son educativos.
Educación
y escolaridad.
Hay consenso en que la
educación no es un proceso que solamente acaece en la escuela, sino que en ella
juegan parte activa la familia, la sociedad, el Estado y los medios de
comunicación. “Mi educación se vio interrumpida con mi ingreso a la escuela”,
escribe Bernard Shaw. García Márquez nos lo precisó aduciendo que: “La
educación va desde la cuna hasta la tumba” con las connotaciones de inconforme,
reflexiva e inspiradora de un nuevo modo de pensar e incitadora a descubrir
quiénes somos. Delval y Lomelí (2013, 16) en su libro: La educación democrática para el siglo XXI, aseveran que: “La
educación consiste en la transmisión sistemática de conocimientos y formas de
conducta de unos individuos a otros, generalmente de los adultos a los miembros
de la generación joven”. Algo similar a lo expuesto por Emilio Durkheim, a
mediados del siglo XX, para quien la transmisión era cultural, centrada en el desarrollo de las facultades intelectuales
y morales del educando.
Vistas así las cosas, las
acciones de altos funcionarios del gobierno, los magistrados y los generales,
son actos educativos que, de manera consciente e inconsciente, repercuten, sin
duda, en la formación de las nuevas generaciones; de una parte, porque son
autoridades y, de otra, por la eficacia que tienen los medios de comunicación
en la transmisión de información y de valores, asunto que otrora hizo la
escuela. La interpelación que aflora a la vista es si esos funcionarios son
conscientes de esa realidad y si lo son, por qué actúan de esa manera, y si no
lo son por qué no se fijan en los valores negativos que le están endosando a
las nuevas generaciones, a través del ejemplo y del aprendizaje vicario. “Ya se
sabe que la única pedagogía es la pedagogía del ejemplo”, apunta William Ospina
en La Franja Amarilla.
La
formación ética y moral
Subrayemos,
que la primera forma de enseñanza es el ejemplo, siendo lo más importante la
coherencia entre el discurso y la práctica. Frank Kafka, veía con sorpresa que
su padre les prohibía justamente todo aquello que él se permitía hacer, en la casa
y en la vida. De allí prorrumpe su crítica certera a los desafueros de la
patria potestad; en palabras de Alice Miller, el cuestionamiento al cuarto
mandamiento o a la herencia de Moisés: "honrar a padre y madre". En lo afín a los acontecimientos,
provocadores de esta reflexión, emergen
dos componentes sobre la formación de esos adultos, con rol de autoridades de la
Ley, de moral y de la ética. De una parte, su formación familiar y ciudadana;
de otra, su papel como educadores en esos dos campos.
En lo
atinente a su formación familiar se supone, que los altos funcionarios, recibieron el ejemplo, a través
de la praxis de valores positivos
básicos de sus progenitores y muy probablemente, por la tradición cultural
colombiana, principios de la moral cristiana, para desempeñarse bien en la
vida. “Dios y patria”, reza el eslogan de la Policía Nacional. En el caso de la
escuela, sin duda, su formación transitó bajo el paraguas del discurso
pedagógico de las teorías de Piaget y de Kohlberg, muy en auge en el siglo XX.
Del sicólogo suizo se puede destacar, para el asunto que nos ocupa, la
incidencia, acaso, de las etapas del desarrollo cognitivo: la etapa de las operaciones
concretas y la etapa operaciones formales. El quid del asunto, en el aquí y en
ahora, está en que los mas de ocho millones de escolares que tiene el país no son
ajenos al aprendizaje de prácticas como: la mentira usada por algunos
gobernantes y funcionarios para “quedar bien”, para mantenerse en el cargo,
verbi gracia: que “el presidente no le pidió la renuncia al un general”, que el
presidente si se la pidió. También la actitud esquizofrénica de los mismos
funcionarios, porque se dice, por ejemplo, “hay que respetar la Constitución,
las leyes y las instituciones”, pero en la práctica eso no lo hacen. Y los niños,
las niñas y adolescentes aprenden lo que ven, lo que escuchan y también lo que
abstraen.
Aunque
Piaget definió el concepto de heteronomía y de Autonomía, como etapas del
desarrollo moral, es Kohlberg quien más se aproxima a este análisis, dado que
el sicólogo estadounidense instauró, en su teoría sobre el Desarrollo Moral,
tres niveles y 6 etapas, correspondiendo a la penúltima y a la última el
estatus de los funcionarios objeto de polémica hecha, sobre todo por
periodistas y ciudadanos de diversos matices. La etapa 5ª se ocupa de la
"orientación del contrato social", en la que se parte de la premisa,
que los individuos piensan en términos racionales, valoran la voluntad de la
mayoría y el bienestar de la sociedad. Las leyes que comprometen los derechos
humanos o la dignidad son consideradas injustas y merecen desafío. Sin embargo,
la obediencia a la ley se sigue considerando mejor para la sociedad a largo
plazo. La 6ª etapa del desarrollo moral es la de
"moralidad de principios éticos universales", en la que el sujeto
define el bien y el mal, basado en principios éticos, elegidos por él mismo, de
su propia conciencia. Se basan en normas abstractas de respeto y justicia para
todos los seres humanos que trascienden cualquier ley o contrato social. En
esta etapa se procede de acuerdo con normas interiorizadas y se actuará mal si se
va en contra de estos principios. Kohlberg pensaba que solo algunos adultos
alcanzaban el estadio del auténtico razonamiento moral, dentro de esos adultos
estarían magistrados, jueces, abogados, gobernantes, autoridades civiles,
religiosas y militares, en general.
No obstante
que los postulados de Piaget y Kohlberg han sido cuestionados, inicialmente por teorías como la de Chomsky, Gilligan, Rest y Knowles, Alison Gopnik, Vigotski, entre otros investigadores,
sirven como punto de referencia para el análisis, toda vez que, reitero, muy
probablemente, los gobernantes actuales y funcionarios de alto rango en
cuestión, fueron formados bajo la égida de esos conocimientos y en ese juicio
es pertinente el análisis. Pero ojalá haya otros puntos de vista sobre el
particular, para enriquecer el debate, al fin y al cabo la escuela no es ajena
a los problemas que afectan a las gentes, los problemas de la vida, de las
relaciones humanas, de los medios de comunicación, del deporte, de la
cotidianidad, convirtiendo todo ello en temas de reflexión y análisis. “Eso es
lo que la escuela tiene que enseñar fundamentalmente: a analizar los
problemas”, asevera Delval.
Si nos atenemos a los aportes de Alison Gopnik, la situación
es más preocupante, porque en sus estudios señala que “los niños de un año
comprenden la diferencia entre acciones intencionadas y no intencionadas…los
niños de tres ya han desarrollado una ética básica de afecto y
compasión…comprenden las reglas y tratan de observarlas”. Los niños de dos
años, aquellos que Piaget ubicaba en la etapa premoral, aseverando que aún no podían comprender los pensamientos
de los demás; esos niños, escribe Gopnik, no solo actúan de forma
verdaderamente moral, sino que además hacen juicios realmente morales. Así, no
serían ocho millones de escolares los lastimados por esos adultos que,
según Kohlberg, han debido alcanzar el estadio del auténtico razonamiento moral y
ese mérito que los tiene ejerciendo altos cargos en el gobierno.
La escuela pública y la flor de Loto.
En esta
bochornosa situación, la escuela pública brota como la flor de loto, emerge
abante del lodazal en que la ha puesto el gobierno y la sociedad, por los bajos
resultados en las evaluaciones, por los paros de los maestros, por la pobreza
presupuestal a que la ha sometido, desde preescolar hasta la universidad, y por
cuanta disfuncionalidad ocurre en la sociedad. Pese a sus falencias, la escuela
pública colombiana cumple los mandatos de la Constitución y la ley, promueve el
respeto de los Derechos Humanos y la Dignidad humana, lleva a cabo el Debido
Proceso en la resolución de los problemas, acata las decisiones de jueces,
tribunales y de las mismas Cortes, cuando se equivocan los gobiernos escolares.
Son miles las tutelas que los alumnos le han ganado a la escuela, por sus
desaciertos y ésta con humildad y respeto las ha aceptado y ha aprendido de sus
contenidos. No hay ejemplos de desobediencia intencional, como si de
impugnación, pero como parte del Debido Proceso o del Derecho a la Defensa.
Las
relaciones entre maestros y alumnos se han visto interrumpidas por conflictos
de variada naturaleza, pero a la luz de la Ley, de la Moral, de la Ética y de
la Pedagogía se han resuelto, quedando siempre unos aprendizajes. El debate
documentado, la racionalidad y la inteligencia emocional, lo mismo que la
prevalencia de los derechos de los niños y las niñas, sobre los derechos de
padres de familia y docentes, han sido la brújula en la resolución de los conflictos.
La escuela ha sancionado a los alumnos transgresores y vulneradores de las
normas de convivencia, respetando los Derechos Humanos de la comunidad
educativa. No ha sido inferir a esos retos, pese a las adversidades en que se
labora.
Entre los
docentes descuella la autorregulación, en la mayoría de los casos; es decir, si
un colega actúa de manera irregular se le llama la atención, en los mejores
términos, o se le pide a los inmediatos superiores, a los organismos de control
o al sindicato que intervengan, impidiendo la impunidad y el causarle daño a la
institución. Entre maestros y directivos docentes también se presentan
conflictos, pero se busca solucionarlos de la manera más adecuada, con
criterios y principios. El Debido Proceso, el Derecho de Petición, las tutelas
y la apelación a las normas procedimentales son una costumbre, que contribuye y
ha contribuido al mantenimiento de una ética y una estética, en la dinámica de
la educación pública colombiana. Ha habido ocasiones en las que si un maestro o
un directivo docente siente que es obstáculo, en el desarrollo de la
institución, la conciencia le acusa que debe hacerse a un lado, por el bien de
la educación pública y del gremio. Se instala, sin saberlo muchas veces, en el
nivel Posconvencional, Autónomo o de Principios, según Kohlberg.
De lo expuesto hasta acá y dentro del contexto
de los acuerdos de La Habana, vale la pena resaltar que una de las pocas
instituciones maduras para el postconflicto es la escuela pública colombiana.
Tenemos mucho que aprender, pero también bastante que enseñar. “Debería estar claro que la paz negociada
sólo le sirve a Colombia si es una paz que perfeccione la democracia, que ayude
a convertir el país en lo que debió ser desde el 8 de agosto de 1819: una
república decente, una democracia incluyente, con un Estado que defienda el
trabajo, donde la economía no sea vender el suelo en bruto; donde tengamos
industria, agricultura, mercado interno; una infraestructura pensada para
favorecer al país y no sólo a unos cuantos empresarios; y un orden legal donde
la protección de los débiles sea prioridad de las instituciones”, acota el
escritor de Padua.
Para poder
avanzar, tal y como se percibe este variopinto gubernamental, queda claro que
los gobernantes tienen que aprender de la escuela pública, de sus niños, niñas
y educadores, muy poco o nada tienen que enseñarnos sobre todo si de ética,
pedagogía y moral se trata. Tolstoi en: La
imaginación y el arte en la infancia se pregunta en un artículo: “A quién y de qué enseñar a escribir:
los hijos de los campesinos de nosotros o nosotros de ellos”.
Algunas referencias
Delval,
Juan et al (2013) La educación democrática para el siglo XXI, México, Siglo XXI
editores.
Opnik, Alison (2010). El filósofo entre pañales. Madrid, Planeta.
Ospina, William (1999) ¿Dónde está la franja amarilla? Bogotá DC,
editorial Norma.
Ospina, William (2008) La escuela de la noche.. Bogotá DC,
editorial Norma.
José Israel González B.
Bogotá DC, diciembre 23 de 2015
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