viernes, 11 de noviembre de 2016

Fracaso escolar y suicidio. ¡Ojo maestros y padres de familia!


Serafín y la muerte por suicidio

“Uno no aprende de la experiencia, uno aprende de la reflexión sobre la experiencia" J. Dewey.   
Esta reflexión gira alrededor de un episodio poco común, a veces incómodo e inaceptable en la cotidianidad: la muerte. Para desarrollarla he ingeniado tres apuntes: el primero, una provocación acerca del sentido de la reflexión como oficio del buen educador; el segundo, unas consideraciones sobre la muerte y el tercer apunte versa acerca del suicidio. Confiamos en que la exposición no aminore, en los lectores la liberación de endorfinas, la serotonina, oxitocina y dopamina, hormonas magnánimas en el bienestar humano. Tampoco quiero que se active la amígdala y el corticol. Más bien, que se active el intelecto por el estudio de los contrafactuales: habría-podría-debería de la vida (Gopnik, 2010, 33 -60) 

1. Relatar, documentar y publicar la reflexión.

Una de las nuevas prácticas pedagógicas para la Convivialidad en la escuela debe ser la reflexión. La reflexión es una práctica sine qua non en el ejercicio del magisterio. El educador que no reflexiona sobre sus prácticas educativas no es un pedagogo, es un funcionario que administra currículo mecanicamente. El verdadero pedagogo es aquel que hace pedagogía. La pedagogía no es más que la reflexión sobre la educación. La muerte no puede escapar a la reflexiòn del maestro, de ahì este texto.
Esto pareciera una verdad de Perogrullo, pero es sabido y, sobre todo en los últimos tiempos, que muchos funcionarios de la educación, inscritos en los dos estatutos docentes, desarrollan procesos educativos de manera artesanal, casi que intuitivamente, como lo han desarrollado todos los pueblos en algún momento del transcurso de su historia. “Nuestro proceder, como ahora lo saben los neuro-científicos y los psicólogos, es mucho más intuitivo que racional, más irreflexivo que consciente” escribe  Gustavo Estrada (2014 párr. 2). En este sentido existe un saber implícito, no tematizado, en la práctica educativa de esos docentes, que forma parte de su acervo cultural, y que puede llamarse, en palabras del profesor Ricardo Lucio (1994, pp 39-50): saber educar.
De los 38 años de trabajo como educador, no me sonrojo en decir que dejé esfumar alrededor de unos dos lustros, por la dedicación a ejercer la minoría de edad. En el momento en que me encontré con Dewey, en la Facultad de Ciencias Humanas de la U. Nal., en ese momento comencé a repensar seriamente mi práctica pedagógica, porque hasta ahí mi práctica era artesanal; era un maestro artesano intelectual, como muy bien nos tipificó Aracely de Tezanos (1986, p. 17) hace unos decenios, que dicho sea de paso, la lectura de ese libro, publicado por la UPN, afianzó los aportes de Dewey (1963, p. 24).
El encuentro con el filósofo, pedagogo y sicólogo norteamericano y con la investigadora uruguaya me condescendió empezar a tematizar y hacer explicito ese saber, llegando así a saborear y a comprender la retórica pedagógica aprendida en la extinta normal.  El saber educar implícito de mi práctica se convierte en un saber sobre la educación. Debo confesar, que desde ese entonces hasta la fecha, he tenido más contacto con las espinas que con los pétalos de los catus, porque la tematización y la explicitación de ese saber educar exigen escribir, tomar postura crítica, “perder el rostro” nos diría  Foucault; documentar y comprometerse con lo que se dice, acudir al lenguaje, el lenguaje, que según Friedrich Holderlin “es la herramienta más peligrosa que se le ha dado al hombre” y para ese desarme no hay procesos de paz..   
Le coloco un cerrojo a este primer apunte coligiendo que la reflexión no es una práctica nueva, data en pedagogía, al menos desde Comenius. Además de discurrir, instamos a los educadores  a que hagan lo suyo; en otras palabras, a que tematicen y expliciten las reflexiones sobre los episodios de la convivencia escolar, que son muchos, a que los saquen de los muros de las aulas y de los cercos de los colegios, para mostrarle a Colombia que la escritura es el sismógrafo del alma de los maestros, parafraseando a Franz Kafka y para ensanchar una cultura pedagógica sobre la convivencia, imbricada desde el saber y a partir de la práctica de nosotros como intelectuales y no desde los técnicos del saber práctico, como diría Sartre y como viene ocurriendo desde hace varios decenios. ¡A relatar, a documentar y publicar la reflexión!, a escribir, porque escribir es moralizar, según Martí, escribir es una operación musical- evocando a Cortázar; porque al escribir pasamos de la intuición al signo, omitiendo el habla; en fin, escribir es un absoluto acto de rebelión, porque provoca, reta y por eso el lugar de quien escribe es confuso e incómodo incluso para quienes dicen haber asumido la peliaguda tarea de enseñar a escribir, pero vale la pena escribir.

2. El sentido de la vida: entre la significancia de la existencia y la insignificancia de la muerte

 “El hombre es el único ser que sabe que va a morir”.  
El cristianismo celebra, en noviembre la fiesta de todos los fieles difuntos, es decir, de quienes fueron bautizados, confirmados, casados; seguramente, en los años venideros engrosarán esa larga lista, los divorciados, porque la jerarquía católica ya lo aceptó, lo mismo que quienes murieron con viruela, apuñaleados, en concubinato y, no dudamos que los occisos de condiciones u opciones sexuales distintas; los recordados y los olvidados, como se puede ver la película: El libro de la vida, filme de reciente aparición; y, en un tiempo lejano o cercano, cada uno de nosotros.
Como podrán ir deduciendo, el segundo componente de la reflexión parece ser lúgubre o si se quiere, evocando a Milán Kundera, (2014 p. 120) insignificante: la muerte; con una sideral diferencia: para el escritor de la república Checa la insignificancia es una fiesta que finiquita con la Marsellesa, para los occidentales, en general, es una tragedia que se plasma en padrenuestros y avemarías. “La muerte – apunta Octavio Paz, en El laberinto de la soledad -es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios”. No obstante, Colombia es un gran cementerio: “Si no fuera por la muerte, Colombia no daría señales de vida”, subrayó en una ocasión el escritor Rafael Humberto Moreno Durán (citado en García, 2003). La muerte es algo que no se quiere, es algo que todos vemos pero que nadie quiere ver, porque el mejor lugar para esconder algo es donde todo el mundo lo ve, como en La carta robada (Poe, 2009, p. 7).
“La nuestra es una cultura negadora de la muerte…jugamos a ser inmortales”  escribe Isa Fonnegra (1999, 22), pionera de la tanatología en Colombia, en su libro: De cara a la muerte. Pareciera una verdad de apuño, que dos de cada tres colombianos prefieren no hablar de la muerte, aunque el 99% haya tenido alguna conexión con el dolor por ese motivo. En una entrevista radial a Rodolfo Llinás le preguntaron que si le tenía miedo a la muerte, ante lo cual resumidamente respondió: Qué le voy a tener miedo a la muerte si nunca voy a conocerla. La única muerte que no voy a conocer es la mía. La muerte para mí no existe. De todas maneras me voy a morir.   
El conocimiento de la muerte –aducía Zuleta (1994, p. 17)- “es la condición absoluta del conocimiento de la vida; los seres que no saben que morirán tampoco pueden saber que viven, como le ocurre  a los animales, por ejemplo”. Y, en el campo pedagógico, lo decía Freire (1971, p. 15), “el educador  sabe que tiene que morir como educador, para que el educando pueda nacer como educador”. A la muerte  relacionada con el poder arbitrario, con el saber memorístico, con la resurrección de la libertad, con el desmantelamiento de la ignorancia y con la emancipación de la existencia, si que se le tiene miedo. 
La muerte, la compañera perfecta de la vida, la dadora de vida, entra y sale todos los días de las aulas de clase, posa allí cual mariposa invisible, traspasa las fronteras de la casa, los confines del colegio y hasta los contornos del ciberespacio, ríe con los transeúntes, asusta a los pájaros, sacude el agua, nos previene con su presencia cuando ocurre un accidente y con cualquier síntoma anatómico. La muerte es la sombra impalpable del profesor y de los alumnos. La escuela nace con la muerte, crece y decrece con ella, posibilita su reproducción y la transformación.
Al frente del profesor hay tantas vidas como muertes, pero el profesor o la profesora solo avizora las vidas, las muertes las ignoran consciente o inconscientemente, hay más preocupación por el eros que por el tánatos, siendo que este último es más potente que el primero. Los proyectos de vida en los colegios, se bosquejan sobre la base de la inmortalidad; ese discernimiento se le debe a un estudiante de séptimo grado, quien al preguntarle por su proyección vital expresó, palabras más, palabras menos: Yo no sé si alcance a conocer la cédula, profe.
Digamos que hasta acá nada nuevo está pasando, salvo la disminución de serotonina, la merma de endorfinas y la liberación de más corticol, por el desasosiego que produce el tema; aunque insignificantemente se está evocando un hecho en el cual el currículo no se siente comprometido con esa última etapa de la existencia: la muerte, apenas hace parte del currículo oculto. Pero algo debe empezar a pasar cuando en un colegio distrital, los docentes encuentran que más del 30% de los estudiantes revela haber tenido pérdidas de familiares cercanos, por muerte: madre, padre, hermanos, tíos y amigos, y un estimativo similar por otras pérdidas emocionales (mascotas, animales, plantas, relaciones de pareja, empleo, bienes). Y en los educadores, de un universo del 100%, 70% hacen ostensible elaboración de duelos en los últimos 5 años. En el grado sexto de un colegio pùblico de Bogotà, un par de docentes, trabajando historias gràficas de vida, encontrò que 82, de cada 100 estudiantes, tienen pèrdidas emocionales por elaborar.
En Colombia algo està pasando con los indìgeneas del Vaupès que se estàn suicidando. Algo està ocurriendo en tanto la tasa promedio de mortalidad por suicidio es de 4.33% por cada 100 mil habitantes. Màs preocupante, cuando a finales del año escolar y del año calendario, aumentan las muertes por suicidio. Algo está pasando al emerger la conducta suicida: en 2014, según Medicina Legal, el promedio mensual de suicidios fue de 156 casos. Algo està pasando, porque segùn la Encueta Nacional de Salud Mental: "por lo menos un 44.7% de la poblaciòn infantil requiere de una evaluaciòn formal sicológica o psiquiátrica para identificar problemas o posibles trastornos". Surgen entonces las preguntas: ¿Qué está haciendo el currículo formal con esos niños, niñas y adolescentes? ¿Qué políticas públicas se han impulsado en las secretarías de Salud, Educación y en los respectivos ministerios y las EPS, para la elaboración de duelos, tanto de educandos como educadores y padres de familia? ¿Y, qué decir de la salud mental de los maestros, de los colombianos y de la falta de polìtcas de prevenciòn de trastornos mentales y de promociòn de la salud mental? ¿De què sirve la informaciòn recogida en la Encuenta Nacional de Salud Mnetal ¡No más inteligencia maquiavélica!

3. El suicidio en el sentido de la vida: una respetuosa reflexión

“Hola! Lamento haberme ido así, sin avisar, pero una cosa así no se avisa si se quiere tener éxito. Sólo escribo esto para que sepan que los amo muchisísísimo a todos =D. Tuve a la mejor y la más amorosa madre del mundo, simplemente perfecta en todo, luchadora, cariñosa, tierna, hermosa, responsable, noh... mejor dicho todas las cualidades que existen, igual que mi papá, inteligente como nadie. Creo que no hubiera podido nacer en una mejor familia. A mis hermanas y hermanos les falta aprender más a valorar a su familia.
¿Por qué? Bueno, obviamente nadie de la familia tuvo la culpa, sólo yo. Yo mismo fui el culpable de mi destino y terminé siendo una persona solitaria en un mundo donde todos necesitan de todos. Básicamente eso. Dicen que un "porque si" no es una respuesta, pero para mi esa es la más completa de todas para este caso.
No sé si aquí acabe todo, ni siquiera me es posible pensar en la nada absoluta, son cosas tan exageradas como el tamaño del Universo; o si sea algo así como un eterno retorno; o una reencarnación. Pero si termino de fantasma seguramente los visitaré eh! así que no se asusten xD. OK no, pero tengo mucha curiosidad de saber qué hay del otro lado.
Solamente quería eso, decirles que no estén tristes, tomé esa decisión yo mismo, después de mucho pensarlo. Prefiero que se queden con la imagen de mí que tienen ahora y no arriesgarme a decepcionarlos.
Sólo eso, decirles que los amo profundamente, a todos y no estén tristes, es lo que yo quería. Sean felices, quiéranse mucho, dense un abrazo y un beso todos los días, pero que no se vuelva rutinario y pierda su significado, háganlo de verdad. Un "te quiero mucho" realmente es importante.
Disfruten la vida al 100 porque sinceramente lo único que sabemos es que es sólo una.
Los amo mucho. Serafín = )
Gracias, muchísimas gracias por todo. Si me voy al cielo siempre estaré cuidándolos = )
No quiero hacerle daño a nadie, sólo no hacerme daño a mí mismo.”
La carta es de un estudiante que cursaba grado 11, en un colegio de Macondo, entregada por unaureliano Buendía, para hacer esta reflexiòn. El contenido de la misiva abarca muchos tópicos, merecedores de profundización en la autopsia sicológica, si queremos cualificar la convivencia, prevenir suicidios y homicidios, porque no se puede perder de vista la interpretación de que el suicidio es un homicidio que no se comete contra otra persona sino contra si mismo. El manuscrito, por ejemplo, postula una estética apreciable en su elaboración; la semántica, la sintaxis, la ortografía, el tiempo y el estilo demuestran que no es cualquier adolescente el que decide partir, que no es “un cobarde” ni “un valiente “como suele valorarse este acto ligeramente o a priori; es un chico maduro, serio, consciente del acto, considerado con su estirpe y muy filosófico. Albert Camus inicia el ensayo Lo absurdo y el suicidio, en El Mito de Sísifo, anotando: “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. El suicidio es- anota Alice Miller (2007, p. 276) –“como la depresión, una consecuencia del sufrimiento que negamos en la infancia”
En esta corta reflexión no vamos a hacer hermenéutica acerca de la carta de Serafín, sencillamente quiero plantear un par de inquietudes respecto a lo a posteriori, es decir, a la desolación que queda tanto en la familia como en el colegio, ante un acto, que es como una cirugía sin anestesia. Una disección que padecen los hermanos, los padres, los amigos, los compañeros de colegio, los familiares, vecinos, los profesionales de la salud y hasta los encargados del sepelio, porque duele mucho enterrar a un niño o a un joven, porque eso es como apagar una luz en la noche.
No obstante, expresiones como: “una cosa así no se avisa si se quiere tener éxito”, interpela ese eslogan social en el que nos tienen metidos a todos: el éxito, la competencia, el derbi, es decir quien llegue primero sin importar los medios. Juzguen ustedes el contenido de la frase. “Tuve a la mejor y la más amorosa madre del mundo, simplemente perfecta en todo… papá, inteligente como nadie. Creo que no hubiera podido nacer en una mejor familia.” Entonces, si de encontrar responsables se tratara, la familia estaría exenta, porque generalmente esta primigenia organización es la caja de Pandora en nuestra sociedad, al igual que la guerrilla, más no lo es el Estado y la corrupción rampante en su seno y en la periferia. En Colombia, como en Alicia en el País de las Maravillas, primero se sentencia, el veredicto viene después. 
Pero pese a tener núcleo familiar, denominador escasamente común en Macondo, el occiso expresa: “Terminé siendo una persona solitaria en un mundo donde todos necesitan de todos”, como los Buendía y su estirpe, cabalmente como Pietro Crespi, quien se suicida ante el rechazo de Amaranta. Y hacemos este hipertexto con Cien Años de Soledad (García, 1967) porque el suicidio, el amor, el desamor, la traición, la libertad, el rencor, la pasión, el acercamiento hacia lo indebido, entre otros, son temas secundarios que hacen de Cien años de soledad una novela que cambia la perspectiva de muchos y nos da a entender que en este mundo vivimos y morimos solos, incluyendo a quienes han estado asfixiados por el amor maternal, como Proust.
Y podríamos detenernos saborear este mensaje, porque aunque para algunos de ustedes sea inaudita mi aseveración, el mensaje es el último manjar que produce ese exquisito pastelero. Les manifiesto que cuando me lo dieron a probar por primera vez lo saboreé con lágrimas, inicialmente con dejillo amargo, pero luego esa sensación fue desapareciendo hasta encontrar la siguiente gota de miel: “Los amo profundamente, a todos y no estén tristes, es lo que yo quería. Sean felices, quiéranse mucho, dense un abrazo y un beso todos los días, pero que no se vuelva rutinario y pierda su significado, háganlo de verdad. Un "te quiero mucho" realmente es importante.”
Finalicemos este tercer apunte, lamentando que viandas como esta y muchas otras, que han dejado impresos y en audiovisuales los cientos de José Arcadios, Aurelianos, Ursúlas, Rebecas, Pietros y Serafines, no los hubiesen hecho para potenciar la vida y lograr el aplazamiento de la muerte, probablemente en la escuela nos ha faltado enseñar que la escritura es una terapéutica aliada de la vida, que los grandes escritores han tenido como fuente principal de inspiración la prisión, el insomnio, la pobreza, la soledad, la muerte. La muerte que no nos roba a los seres queridos, por el contrario, nos los guarda e inmortaliza en el recuerdo. La soledad, que según la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas (Córdoba, citado en Nullvalue, 2011, párr. 12) , puede hacer que el ser humano explore nuevas cosas, que se encuentre consigo mismo, pero que en exceso puede ser grave y si es permanente refleja que algo malo está sucediendo". Y, la angustia extrema, mezclada con profundos cuadros de ansiedad y depresión, el déficit cognitivo, los problemas de atención e hiperactividad, y las  dificultades para el aprendizaje y la violencia están llevando a nuestros niños a suicidarse, desde los 4 años, como lo acaba de demostrar un estudio siquiátrico hecho por la U. Nacional de Colombia, entre 2003 y 2013 (Universidad Nacional de Colombia, 2010). ( ¡A cuidar nuestra huerta escolar maestros!, porque  si no cuidamos las rosas del jardín escolar, mañana no habrá capullos, si no protegemos las espigas de trigo, mañana no tendremos pan. ¿Y qué haremos sin flores y sin pan?  
Espero que este ejercicio nos haya permitido recordar que somos mortales, que los actos de amor se deben demostrar en vida, “hermano en vida” como lo invoca el poema, que no dudemos en vivir cada momento como si fuese el último, que no llevemos flores a los interfectos sino a los  vivos, que recemos más por los mortales que por los fieles difuntos, y que esta apreciada carta de Serafín, nos sirva para comprender que su lectura no es más que un homenaje a la vida y que seguramente, desde donde él está no dudará en decirnos, a través de los versos de Enrique Linn: “Pero escribí y me muero por mi cuenta, porque escribí, porque escribí estoy vivo” (Citado en González, 2009a)
Docentes y padres  de familia, empecemos a ver lo diminuto, no concluyamos la edad de lo evidente, pero empecemos a ver lo invisible. Los dragones mínimos resultaron más letales que los inmensos, acota William Ospina. Lo discreto de la muerte trabaja igual en la sombra que en el silencio. Lo diminuto, lo invisible, la sombra y el silencio, es lo insignificante. La insignificancia, amigo mío, apunta Kundera en su nueva novela, “es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias…pero no se trata sólo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla”, así como se debe aprender a reconocer y a amar la muerte, el silencio, lo diminuto, la sombra, lo invisible, la vida, la reflexión. La muerte no existe en el mundo por el pecado. “La única muerte que yo no voy a conocer es la mía”, retomando a Llinás. Que en Colombia el color del luto de que “todos nacemos sospechosos y morimos culpables” se extrapole por el verde, ese verde  que es de todos los colores como lo concibió Aurelio Arturo, no en el cementerio sino en el jardín del conflicto, en el barbecho del  postconflicto y en la cosecha del Derecho a la Paz. 
El llamdo es a que no descuidemos a los estudiantes que estàn fracasando escolarmente, a que les ayudemos a revivir la esperanza a disfrutar la existencia y a continuar estudiando; animèmoslos a seguir adelante con nuetsras palabras! Las palabras que deben servir para dar vida, no herir.  Piedad Bonnet (2013, 131) en su libro: Lo que no tiene nombre, le dice a su hijo extinto hijo: "Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco màs, para que no desaparezcas de la memoria. Yo lo he hecho con palabras, porque ellas son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacne las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme". Ojalà este texto concite a la reflexiòn y sensibilizaciòn de docentes y padres de familia, en la finalizaciòn del año escolar para prevenir situaciones dolorosas por la pèrdida del año escolar. 
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Algunas fuentes consultadas. 

Bonnet, P. (2013) Lo que no tiene nombre. Bogotà DC: Alfaguara.
-->Fonnegra, I. (1999) De cara a la muerte. Bogotá: Intermedio editores.
García, G. (1967) Cien años de soledad. Buenos Aires: editorial Sudamericana.
García, G. (2003) La patria amada aunque distante. Medellín. U de Antioquia.
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Kundera, M. (2014). Lafiesta de la insignificancia. Barcelona: Tusquets.
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Lucio, R. (1994) La construcción del saber y del saber hacer.  Aportes 41. (pp. 39-50).
--> Miller, A. (2007). El cuerpo nunca miente. Buenos Aires: Tusquets editores. 
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Ospina, William (2008) La escuela de la noche.. Bogotá DC, editorial Norma.

Paz, O. (1993) El laberinto de la soledad. Bogotá DC: Fondo de Cultura Económica.
 

Este artículo conserva, en gran parte, el contenido de un capítulo del libro: Escuela, Conflicto y Paz, actualmente en imprenta.
 Bogotà DC, noviembre 11 de 2016
Josè Israel Gonzàlez Blanco
ocavita@yahoo.com 

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