Marcha LGTBI, 28 06 2015 Bogotà |
En esta coyuntura, en la que un
conglomerado de colombianos se ha movilizado alrededor de los Acuerdos
de la Habana, particularmente sobre la llamada “ideología de género”, vale la
pena valorar el relato de Josè Concepción, para reflexionar acerca de la cruda
realidad que padecen algunos niños, adolescentes y jóvenes, en el seno de sus
familias, en los brazos de las instituciones y en el corazón de nuestra sociedad.
Sin duda que este relato, cuyo título retoma una famosa frase de Simone de Beauvoir,
y muchas otras narraciones cotidianas nos ayudarán a comprender, mas que a entender -como lo diría Manfred Max Neef-
el sentido y el sinsentido de lo que está en el debate público.
“Fui
un niño. A la edad de 7 años yo me sentía como atrapada en mi cuerpo, un cuerpo
equivocado para mi mente… sentía mas gusto por los varones que por las féminas.
Me embelesaban más las cosas de mujer… no me gustaban los balones, por ejemplo;
me agradaban las muñecas. Yo veía a una mujer y no sentía nada de atracción,
veía a un hombre y profesaba cierta seducción. Cuando yo empecé esa causa de
querer ser mujer o ser niña me ponía la ropa de mi mamá, me colocaba trapos en
la cabeza, simulando que era mi cabello, me sentía mas afeminada. En mi
infancia siempre supe que no sentía deseos por una mujer.
A
la edad de 12 años ya estaba muy confundida, realmente no sabía què estaba
haciendo y en la escuela nadie me ponía cuidado, los profesores enseñando sus
materias sin tener en cuenta el desarrollo de sus alumnos; una anatomía en abstracto, sin
contexto, con tapujos y con mucha religiosidad. No se les podía decir nada,
menos preguntar por preocupaciones como la que estoy narrando…pero la evolución
no se detiene y finalmente el encanto por los hombres no se me quebranta. Comencé
a sentir mucho gusto por ellos. Con las mujeres, me gustaba bastante andar con
ellas, como amigas, no como pareja.
A
los 14 años fue cuando comenzó toda esa experiencia dura que tuve que vivir. En
verdad no hallaba que hacer: papá no tenía, mamá sí, pero ella no estaba en
capacidad de aceptar mi situación. Ahogarme en el bajo mundo de las drogas no pasò por mi ensamiento. Suicidarme fue otra opción, pero me impuse y
entonces me armè de valor para comentarle a mi mamá que
yo era gay. Ella me dijo: ¡no!, ¡no!, ¡no puede ser!, ¡Jesús credo!, ¡Ave María
purísima!, ¡el diablo está entre nosotros…llamaré al padre para exorcizarlo…esto
no puede ser, Padre eterno!
Ante
el rechazo de mi cucha, me fui de la
casa. A los 15 ya trabajaba como prostituta en un bar. Mi mamá sufría en
silencio, su rostro no ocultaba la tristeza, pero no daba su brazo a torcer, para
nada me recibía en la casa, no me quería ver, se ruborizaba con los vecinos y éstos
la consideraban como víctima del destino; además, le decían que le pidiera
mucho a Dios y que me internará, para evitar pasar vergüenzas.
…Mi taita, al igual que muchos hombres reproductores, dejó a mi mamá cuando quedó preñada, por lo tanto no lo conozco ni en foto, no
tengo familia… entonces me tocó pensar la vida sola…eso me impulsó a trabajar como
meretriz, tenía que venderme para poder sobrevivir y ahí fue cuando empecé a coexistir
con otra dura experiencia: acostarme con
hombres que no conocía…bruscos, salvajes, verdaderamente primarios…mucha
violencia por exigua cosa, porque pagaban muy poquito. Ahí me empecé a
familiarizar con con las hormonas, con la silicona, porque si uno arregla su
cuerpo, tiene más precio, vale mas o sino no vale, así de simple…el hecho no es
ponerte una ropa de mujer y ya, no, el hecho es vivir una experiencia dura y
fuerte.
Pero
además de las adversidades auscultadas, conseguir trabajo es un camello, a nosotras
las chicas travesti nos dejan la prostitución o la peluquería. No obstante todos
estos apuros en que la vida lo pone a uno... volví a la casa. Mi mamá ya había
cambiado un poco, pero igual no me quería ver más, decía que sentía nauseas al
verme… Pero con esa experiencia tome mucha fuerza, mucha verraquera…ya no me
importaba lo que pensaba mi mamá de mi, ni los demás, porque en ese momento
nadie estuvo conmigo.
En ese momento comprendí algo que le oí a un profesor sobre el elogio de la dificultad, lo que pensaba un filósofo que tenía un nombre chistoso: Estanislao. Él decía que deseamos mal, que la tendencia del ser humano es retornar al huevo, al útero, que casi siempre deseamos un ocèano de mermelada sagrada y no una vida inquietante. Y todo esto me ha llevado a pensar en eso de los Acuerdos de la Habana…una discusión inútil, porque mientras muchos acartonados hablan de sus ideales de hombre y de mujer de siglos atrás, quienes vivimos la exclusión, el rechazo, la discriminación y la violencia de género no somos tenidos en cuenta, ni siquiera nuestras historias de sufrimiento; por eso, le pregunto a pastores, clérigos y juristas: ¿Vale la pena defender un modelo de familia como el que yo y millones de niños y adolescentes hemos tenido que padecer? Me he puesto a pensar de cuál Dios hablan, si hay muchos y si algunos serìan asì de excluyentes como los mortales que se jactan de representarlos.
Después de todo volví al colegio, recuperé mis estudios y fui uno de los mejores ese año, a pesar de que casi todos los profesores me miraban mal, me fustigaban por el uniforme, hacían comentarios en voz baja, se burlaban, cuando llevaba la sudadera entubada me bajaban la nota, me miraban raro por el maquillaje; mientras que los alumnos no ponían problema, solo unas niñas que me insultaron y me acusaron, porque yo entraba al baño de ellas a maquillarme, porque no había mas espejos. La orientadora era la única que me facilitaba su baño y el espejo del mismo para maquillarme. Cuando salía del colegio me mudaba la ropa y me iba a estudiar belleza y a trabajar, pero en la calle los transeúntes no perdían la ocasión para lanzarme improperios y arrojar piedras y escupitajos.
Estando
estudiando mi mamá me volvió a aceptar como soy. En el colegio unas pocas profesoras
le dieron consejos y la orientadora hizo varias sesiones con ella y con mis
hermanitos para que me reconocieran como persona, como ser humano, sin hacerle caso
a los chismes mezquinos y malintencionados de los vecinos. La rectora me
respetaba bastante, pero varias veces me llamó y me dijo que evitara hacer escándalos,
me recomendó que fuera a donde un siquiatra para que me ayudara a definir.
Transitando
los 15 años sentí mi transformación, no ser gay sino verme como mujer ya me
maquillaba, me pintaba los labios, me vestía como mujer… hoy, a los 19, ya
parezco una chica...a la edad de hoy ya soy una chica, me faltan los senos, pero
igual me tratan y me siento como chica. De las operaciones me gustaría hacerme la
de los senos nada mas, tomar hormonas para los senos. Y ser una mujer completa; no una travesti de raca mandraca, no. Tengo
otras cosas en la cabeza, como estudiar, aunque estudio peluquería, estudio en
el Sena, estudio bachillerato, trabajo los sábados y domingos en salón de
belleza, mi sueño es ser una gran estilista, estudiar psicología como Foucault,
para seguir comprendiendo la sexualidad,
comprar mi apartamento, mi carro, tener mi salón de belleza, viajar
fuera del país… es lo que más me anhela.
Cuento esta historia para que la gente no siga nadando en la superficialidad sino que se meta en lo hondo del océano cultural de quienes no vivimos en carne propia la violencia armada sino la violencia cotidiana y la violencia en las instituciones destinadas a proteger los derechos de los menores, como los colegios, la familia, las iglesias, las autoridades policiales. Recuerdo que una vez le pedí el favor a un hombre desconocido que me dijera como llegar a mi casa y el me pegó, porque le pareció que yo era un escandalo, apenas se hacía cruces, se santiguaba.
Ahorita
ya me encanta que me miren, me fascina, yo aprendí a tener mucha seguridad en mi misma y mucha fortaleza, he aprendido a valorar lo que tengo y a valorar una
cosa muy grande que es mi mamá, quien a pesar de que no me aceptó en ese tiempo,
porque la religión se lo prohibía, ahora soy la adoración de ella, me la
guerreo mucho para que el día de mañana le pueda dar una vejez digna y poderme
dar una buena vida. Para mi eso es un real perdón, el perdón que no está en las
oraciones que rezan muchos y aplican muy, muy pocos.
Ya habiéndome graduado como bachiller y con ese proyecto de vida que tengo en mi cabeza, no solo me pregunto por el rol del modelo familiar nuclear que se quiere seguir imponiendo en Colombia, sino por qué tanta discusión por la llamada ideología de género, por qué tanta condena al enfoque de género, porque tanta critica a la orientación sexual, por parte de los heterosexuales; por qué tanto palo a la identidad sexual. Asì, ¿còmo se puede hacer realidad el Derecho a la Paz o còmo le escuché a la profesora de Sociales: la Escuela como Teritorio de Paz?
Si
la historia que les he relatado, en algo les ayuda a desenredar ese embrollo en
el que hasta la palabra género está condenada a desaparecer del diccionario
castellano, me sentiré más realizada, pero si los confundo también. En todo
caso, esta es una de las miles de historias que ni las familias, ni los
colegios ni la sociedad conoce y deberían conocer para hablar con conocimiento
de causa y dejar de especular, porque es verdad que no se nace mujer sino que se llega a serlo, según los que les he contado...
Att. Josè Concepción”
Josè Israel Gonzàlez B
ocavita@yahoo.com
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