El palo está para hacer cucharas...
Los asistentes cruzan miradas picarescas,
contagiadas de risa y mofa. “¿Pero, cómo sería esa vacunación?”,
interpela otra docente; “no sé... pues pensemos de qué manera lo haríamos”. “Se
me ocurre- apuntala otro maestro- que eso es posible de manera simbólica”.
“Bueno sí, pero ¿cuál sería esa manera?”. “Vean, los invitamos a una
reunión mediante una nota, eso sí, ´bien jalada´, en la cual se les coloca de
presente la importancia de su asistencia a un taller, cuya duración es de 7AM a
9 AM”. ¡Listo!, interviene otra maestra para precisar quién preside el taller.
Transcurridos varios minutos, la conversación, además de tomar cuerpo, ya tiene
incorporada el alma de qué hacer, situación que nos permite canalizar el
diálogo, por los bordes del cómo? Empero, el qué todavía no está
determinado, porque se trata de realizar una jornada de vacunación, sin definir
aún cuáles son las vacunas.
Vacunas simbólicas: una invención en el
laboratorio escolar.
Evocando el pensamiento de Mockus, el filósofo y exalcalde de Bogotá y
siguiendo el vestigio del creador de la vacuna contra la Malaria , nos colocamos en
la tarea de estudiar la cantidad y el contenido de las vacunas. Efectivamente,
en esa cálida conversación brotan los nombres de nueve vacunas, unas curativas
y otras proactivas. De las primeras, tenemos: vacuna contra el maltrato físico
y mental, vacuna contra el desaseo, vacuna contra el desamor. Del segundo grupo
aparecen: vacuna para alimentar bien a los niños y niñas, vacuna para que asistan a las reuniones, vacuna para hablar
bien de sí mismos, de los hijos y de la institución; vacuna para apoyar las
tareas de los educandos, vacuna en pro del respeto hacia las personas, los
animales, los bienes muebles familiares e institucionales y de la naturaleza;
vacuna para fortalecer la autoestima y otras.
Una vez puntualizados los contenidos, disponemos el tiempo al trabajo
operativo; es decir, nos ocupamos de los pormenores de una jornada de
vacunación; por supuesto que los primeros referentes fueron los conocimientos
experienciales. Recordamos aquellas épocas de infantes, cuando, a través de una
enorme jeringa, auxiliares de enfermería inoculaban, en nuestros indefensos músculos,
anticuerpos para preservarnos sanos. Coincidimos en que fueron momentos de dolor y llanto, dado que la
sensibilidad se inclinaba más por el miedo que por un acto benévolo, lo cual, a
cambio de mitigar la angustia, acrecentaba la ansiedad y el susto.
Los antecedentes descritos posibilitaron una somera reflexionar acerca
del impacto de las vacunas en el sentir y pensar de los padres de familia.
Aparecen en la atmósfera conversacional, además de risas, nostalgia y un humor
sostenido, nuevos ingredientes tales como la importancia de involucrar en la
jornada, no sólo a los progenitores de los estudiantes sino también a los niños
y docentes, porque, al fin y al cabo, todos los agentes de la comunidad
educativa escolar requieren o requerimos de la inyección de vitaminas para
convivir, como verdaderos humanos y superar esa situación de vergüenza que nos
hace ver ante las demás especies del universo, como seres irracionales,
depredadores, insensibles ante la barbarie e irresponsables ante la continuidad
de la vida en el planeta. Vistas así las cosas, optamos por conseguir jeringas
plásticas, elaborar las etiquetas correspondientes a cada vacuna, ubicar un
cordón para enhebrarlas y de esta guisa hacer que los vacunados las guarnezcan
en el cuello, brazo o sencillamente logren asignarles un lugar en su
habitación, obviando la pérdida del símbolo.
En cuanto a los contenidos de las ampollas se de procedió a comprar
jugos, yogurts, leche empacada y agua envasada. Dispuestos los ingredientes y
mecanismos de operación, se da paso a la imaginación; vale decir a reflexionar
alrededor de cómo hacer realidad este sueño y a pensar en la accesibilidad y en
las resistencias que emergerían de los vacunados. También se tuvo en cuenta el
papel de la directora, los docentes y el equipo de apoyo pedagógico de la
institución. Con este estilo se aprontan las vitaminas sintéticas para la convivencia en el paraje de la escuela.
De
la tiza a la jeringa
Estudiantes de la escuela con el uniforme distrital. |
En esta primera parte del ritual se invierte cerca de una hora; luego,
se procede a la exposición del árbol del PEI, un árbol construido
colectivamente entre los docentes y puesto en obra artística, a través de la
pluma de una maestra y la directora del centro educativo. La pretensión estuvo
encaminada a recordarles a padres y madres de familia, cuáles son los
principios, las metas, contenidos, plan de estudios y logros que erigen el
Proyecto Educativo. Cumplida esta etapa, los asistentes se desplazan a los
salones donde, a diario, reciben clases sus vástagos. Allí, las profesoras, en
la fecha indicada y por grados los esperan, para explicarles, paso a paso, en
qué consiste la jornada de vacunación, qué implicaciones tiene el fluido y a
qué se aspira con esta acción. Terminado el acto, cada persona recibe las nueve
dosis. Esta estrategia se lleva a cabo en los talleres con padres de familia y estudiantes de
segundo a séptimo grado.
Ya en la consumación del acto, mientras los padres, disciplinadamente,
esperan su turno, afloran comentarios que interpelan la actitud de los docentes
y el sentido de una actividad, que tradicionalmente ha estado puesta en un
escenario conocido como centro de salud. Preguntas como: “¿Será que las profes
saben aplicar vacunas?”, “¿Dónde aprenderían?”, “¿Qué tal que me hagan daño
esas vacunas?”. “¿Y después de esto que seguirá?” Y, expresiones espontáneas como: “¡Si yo
hubiera sabido antes que aquí aplicaban
inyecciones hubiera venido aquí a mandarme aplicar unas ampollas que me formuló
el doctor!”, señalan el pensamiento que, las personas participantes en la
campaña de inmunización contra la violencia familiar y escolar, van tejiendo
acerca de este acto pedagógico.
Las
apreciaciones de los maestros.
El Maestro de música de la época: Abelardo Monroy. |
Por su parte, los maestros vacunadores, no dan tregua a las
valoraciones; uno de ellos, el docente más veterano de la institución, resume,
la primera reacción, de manera contundente: “¡qué ridiculez!”[1]. Mientras tanto, el
profesor de música, al parecer ya en un segundo momento del ejercicio, entrega
el siguiente testimonio:
“Una madre de
familia, famosa por su forma poco cortés de hacer reclamos y por asegurar que
siempre tiene la razón, estando en fila, próxima a ser vacunada, me dijo con mirada
profunda y cara de enfado: ¡tengo que hacerle un reclamo!. Sin darle tanta
importancia le respondí: hablamos después de la vacuna. Pasó un largo tiempo y
en uno de los corredores (de los primeros) nos encontramos, cara a cara. Su
mirada y su rostro eran distintos, la reconocí por la voz, cuando me habló
sobre el supuesto reclamo; la escuché pacientemente y ella me oyó de la misma
manera. Pudimos dialogar y entendernos. Ella aceptó su error y el de su hijo.
Yo comprendí que mi error era mayor; pues poseo algo más de estudio y de
cultura, por lo tanto, mi actitud debió ser otra: más inteligente emocional”[2].
A su turno, una maestra, desde la coordenada de la pedagogía
reeducativa, entrega un interesante análisis, del cual registramos este aparte:
A. Laurenza Bernal. con el equipo de investigación del colegio |
“Situándome en
el plano social y utilizando un poco la confrontación, concluyo, que las
infecciones causadas por virus engendrados en grandes nidos de irrespeto,
intolerancia, injusticia, incomprensión, insatisfacción, y en general por la
violencia y el desajuste social del país, obligan a los sujetos a la búsqueda
de potentes anticuerpos para detener el crecimiento o arraigo de estas
peligrosas enfermedades que amenazan cada día más con los inmensos esfuerzos y
deseos de todas las personas por lograr una verdadera convivencia; convivencia
que paulatinamente se hace más difícil en los diferentes espacios de
interacción del hombre debido a la heterogeneidad de caracteres que se forman a
lo largo de las etapas de la vida...fue una oportunidad para llevar a la
sensibilización y reflexión de todos quienes allí participamos. Pienso que
estas jornadas de vacunación pueden tener una gran proyección en éste y los
años posteriores del medio escolar”[3].
Otra docente, se detiene a describir la observación,
que ella realiza en el momento en que acontece la vacunación y nos lo
comunica a través de una carta, de la
cual extractamos el siguiente párrafo:
“En fila fueron pasando una a una y uno a uno padres y madres a recibir
la vacuna; algunos temerosos, expectantes otros y unos pocos tranquilos porque
iban de redoble en su dosis. ¿Sería que estaban enfermos?. No se, pero yo les
decía a todos: al que se le encone o le dé fiebre, es porque el virus viene en
camino... a la señora fulana hay que aplicarle triple dosis.... ellos se reían
con gesto pícaro o de pena...Otras personas decían que la porción era muy
poquita y algunas abrían una bocota, ante lo cual yo les decía : no, esto
no es para desayunarse, es una vacuna
(risas y más risas)...La jornada terminó alegre y reflexiva, creo que de manera
lúdica y amable le dijimos a la familia que debemos pensar más sobre nuestros
actos, nuestras responsabilidades y sentimientos hacia los demás”[4].
La educadora Adalgiza Luna con sus pupilos en la escuela. |
Antes de
finiquitar este discurso digamos, que para la coautora del escrito, la
experiencia no fue muy grata, entre otras razones porque el acercamiento directo
a los padres de familia permitió percibir la dimensión oculta de cada uno de
ellos con su propio cuerpo, con el cuidado o abandono en que lo mantiene, con
la higiene. Veamos:
“Se llega el día. Corresponde a los niveles tercero, cuarto y quinto.
Son las siete de la mañana, comienzan a llegar los padres de familia, unos
afanados porque no se pueden demorar, otros con una actitud calmada preguntan
dónde es la reunión; ingresan al salón, allí se encuentra el profesor José
quien con un saludo cordial y caluroso los invita a seguir. Comienza su charla.
Los padres escuchan atentos, mientras que los que llegan retrasados se ubican. Hay
buena participación. Termina la charla. El centro de vacunación, está ya
preparado. Se invita a los padres a que sigan, en forma muy natural se
organizan en fila. Se observan caras afanadas, otras inquietas. Se escuchan
murmullos como ¿cuántas vacunas serán? Ojalá que me toque con una profesora que
tenga buena mano.
Cuando pido al
primer padre que abra la boca, sentí ganas de ir al baño, pues me produjo
náuseas la higiene oral de este señor, sin embargo, comencé mi labor, haciendo
comentarios como: esta vacuna es contra el desamor; los padres se reían y
decían que si podían repetir la dosis, otros expresaban: “de usted profesora me
dejo vacunar las veces que sea necesario, ojalá que esto nos sirviera para
cambiar. Y así se llevó a cabo la jornada, en medio de risas, afanes y
expresiones de agradecimiento.”[5]
A
manera de recomendaciones…
Ejercicio de sensibilización con la vacuna oral. |
Pongámosle el cerrojo provisional a este escrito, transfiriendo
el sentir de una maestra, quien coloca en nuestras posibilidades el siguiente
aporte al proceso:
“Tal vez haya
dentro de esta gama de vacunas, algunas que necesiten una dosis mayor y un
constante refuerzo en algunos entes de la comunidad educativa; así por ejemplo,
faltaría crear y aplicar vacunas específicas para rectores, coordinadores, docentes,
estudiantes, padres de familia, Consejo Directivo, Consejo Académico y en
general para toda la comunidad. Sería conveniente que estas jornadas se
hicieran en un solo momento para todos, como una actividad extra, en la que se
vea la concurrencia, el interés y la responsabilidad de cada uno por
aplicársela. También sería conveniente el diseño de un cartón de vacunas en
donde se le registre y se le indique a la persona, el refuerzo de alguna en
particular y la importancia de esta en la vida de su hogar y de la escuela.
Podría simbolizarse la aplicación con un sello o una etiqueta adherible para
hacerlo más práctico, menos demorado y para tratar de dejar una huella al
respecto”[6].
No obstante, las incomodidades, gustos y disgustos, sorpresas,
vicisitudes y proposiciones suministradas por la experiencia pedagógica,
podemos inferir: de una parte, que el pretexto de las vacunas, provoca la
participación de los miembros de la comunidad educativa y pone en evidencia la
confianza que continúan teniendo los padres y madres de familia en los
maestros; de otra, prácticas pedagógicas como la que estamos relatando le dicen
al Nobel de Aracataca, que nuestra educación creativa, alegre y centrada en la
convivencia, propicia y fortalece la escuela y que “nuestra violencia irracional viene en gran parte por culpa de
una educación, represiva, embrutecedora”
y alienante, que ofrecen los gobernantes y los medios masivos de comunicación,
más que por autoría de la institución educativa escolar.
En la próxima entrega: Las vitaminas de la convivencia...
[1] RUBIANO, José. Vacunas para la convivencia (instrumento de evaluación). CED
Horizonte, Santa Fe de Bogotá, noviembre 24 de 1999.
[2] MONROY, Abelardo. Vacunas para la
convivencia (instrumento de evaluación). CED Horizonte, Santa Fe de Bogotá,
noviembre 24 de 1999. En la Revista Educación y Cultura No 55 hay un artículo
que alude a una experiencia de PEI con las inteligencias múltiples.
[5]GONZALEZ PELAEZ, Gloria E. Vitaminas
para la convivencia: el proceso vivido por una maestra. Santafé de Bogotá,
enero/2000.
[6] BERNAL, Laurenza. Ibídem.
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