Estudiantes del colegio del Rosario de Sativanorte (Boy) |
Confío en que el título de esta ponencia no profane los deseos de los pocos asistentes a esta tertulia. Quiero distribuir mi intervención en tres escenas: la primera, un relato para romper el hielo o para calentar las emociones, para ambas cosas sirve; la segunda, una mirada siamesa al relato con la pedagogía y la psicagogia; y; la tercera, un punto de vista entre la dialéctica de la violentología con la conviviología.
1. LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA: UN
ESTADIO POÉTICO DEL ALMA
Son las 9 de la mañana. Jovita, una niña de séptimo grado, está en el
corredor del colegio conversando con unas compañeras de aula. Su diálogo no
versa sobre los asuntos del país, tampoco tiene que ver con las tareas
escolares del día. Su presencia en este lugar no corresponde al horario de
clases: “Está evadiendo…” según el apunte de Moisés, un compañero de 6º grado.
Al instante, cruza Mariela con dos de sus amigas… van para el baño... Al pasar
frente al grupo de Jovita hay un entrecruce de miradas e intercambio de
palabras… Las miradas llevan consigo un mensaje de desafío, mensaje que Mariela
en tono contundente verbaliza: “¡a la salida nos vemos!”
El tiempo transcurre, los cuerpos de las adolescentes deambulan por el
patio, por los baños, por la cafetería y a veces encuentran sosiego en las
rejas de la planta física del centro educativo; los celulares se activan para
colocar en alerta a otros actores del entorno escolar precisando, que
efectivamente a la salida algo va a ocurrir. En el lapso de las 9 y las 12 del
día, las verjas del colegio son testigos mudos del ingreso de una navaja o de
una dosis de perica, como contribución a la destrucción de la vida de unas
jovencitas, que si pudiesen colocar en versos la tragedia potenciada o si la
pudiesen cantar como lo hacen los raperos, o si lo intentasen dramatizar en la
clase de español, la vida no estuviese tan amenazada como lo ha estado en los
últimos años en las escuelas del país, pero no porque el arte, la lúdica y la
literatura no son competencias importantes para una economía del mercado, como
si lo son las matemáticas, las ciencias y el bilingüismo.
¡A LA SALIDA NOS
VEMOS...!
En nuestra cultura de muchachos, esa expresión correspondería a una
invitación fraterna a degustar un alimento o a conversar un rato respecto a una
situación familiar, a un menoscabo de salud o sencillamente a compartir unos
momentos de amistad, alrededor de una merienda o de una bebida benévola para la
salud. En todo caso, una invitación a departir, a fortalecer la vida y
encontrar soluciones a los problemas. ¿Cuántos de nosotros no recordamos con
nostalgia que esas palabras fueron la cuota inicial de un romance estudiantil,
en aquellas peliagudas épocas en que hacer ostensible una relación de noviazgo,
tanto en casa como en el colegio, era un inconveniente familiar y escolar? Pero
en la jerigonza de los adolescentes el mensaje, tanto oral como mímico, es de
disputa, ahí está “casada una pelea” para llevar a cabo fuera del modo, del
lugar y del tiempo escolar. Ahí está la competencia, ahí aparece el exitoso, el
síndrome del Derbi
Los adolescentes ya han aprehendido, que dentro del colegio, en las
horas de clase y en el ritual de la enseñanza, esos actos no se pueden
acometer, porque el Manual de Convivencia los prohíbe y el perpetrarlos acarrea
sanciones y citación a los padres de familia. Los escolares le hacen el atajo a
esas molestias. No obstante, los impotentes educadores y directivos docentes,
irresolutos ante la violencia, -porque también sabemos que en un acto de esos
se pone en riesgo la vida y que el Estado no responde integralmente, porque
ello está fuera del lugar, del modo y del tiempo laboral-, tomamos medidas
frente a cualquier acto de agresión contra el Derecho a la integridad física y
sicológica de los miembros de la comunidad educativa, pasando por el llamado de
atención desde la ética, la moral y la reflexión sobre la ley y respecto al
valor de la vida. Eso lo aprendimos en nuestras prácticas de crianza
principalmente y lo afirmamos en nuestra acción profesional.
Ya llega el medio día, suena el timbre a las 12 y 30, salen los
pupilos por la puerta grande, unos contentos por haber cumplido diligentemente
con sus tareas, otros presurosos quieren llegar a la casa a calentar el
almuerzo y a consumirlo, junto con sus hermanitos menores; hay quienes no
ocultan las ganas de quedarse más tiempo en los alrededores del colegio, porque
la casa no los convoca, pues en ella está soledad esperándolo y no hay
motivación para ese encuentro. Entre tanto, algunos ya saben que hay una gresca
por suceder. Ellos y ellas, a cambio de intervenir para menguar los ánimos,
contribuyen con la excitación de los mismos entre las partes en conflicto,
hasta que se consuma la lesión física en la corporeidad de los contrincantes a
través de golpes, mechoneada, cortadas, sangre y llanto. Ahí los ánimos de unos
se caldean y los de otros se pasman… Llega el momento de la dispersión, del
susurro, de los juicios de valor e incluso de los elogios: “Usted es una dura…”
Jovita, la dura, es agasajada por el parche, porque logra su primera
hazaña: herir a su compañera de curso, entre tanto, la niña herida ingresa nuevamente
al colegio con la cara ensangrentada, porque la puñalada fue en la frente. Ella
corre y pide auxilio, contando con la fortuna de toparse con la profesora de
Química, quien, sin mediar palabra toma una toalla higiénica de su bolso, la
coloca en el entorno de la herida, de la estudiante, intentando detener el
derrame sanguíneo, esfuerzo infructuoso por las características de la cortada.
La profe, pese a la adversidad emocional acaecida por las complicaciones
que presenta una gestante a las 34 semanas de gestación, porque ya estaba en
sus 34 semanas de gestación, corre y compromete a uno de los docentes que
bajaba en su carro particular, rumbo a la residencia. Lo primero que pregunta
el docente conductor es por la ambulancia y por los padres de familia de la
alumna, ante lo primero la respuesta es: ¡nada que llega la ambulancia y la
niña se está desangrando”. Frente a la gravedad de los hechos y a la ausencia
de los padres, el docente, sin pensar en las consecuencias civiles y penales que
acarrea transportar un herido, en este caso al hospital, la sube junto con dos
policías bachilleres y la corre a urgencias.
Mientras la niña Mariela se alivia, su madre pide la intervención de
Medicina Legal y con ese dictamen llega al colegio a pedir cuentas por lo ocurrido.
La agresora, por su parte, no abandona las clases, vuelve al día siguiente al
colegio, generando su presencia una serie de cuestionamientos entre docentes,
estudiantes y padres de familia, porque lo esperado por estos agentes
educativos era punición inmediata del acto, con una sanción ejemplar.
Ninguno de los docentes y directivos sabía hasta ese momento, que Jovita
ese niña admirada por sus ojos grandes, por su cabello largo y bien
desenmarañado, por ese cuerpo gallardo e impoluto y por su actitud ciudadana, había
sido habitante de la calle en Bosa, que su madre la tenía abandonada, que al
padre no lo conocía y que estaba en el entorno del colegio habitando con una
tía, precisamente huyéndole a la persecución del parche que la vio emerger como
la flor del Loto.
Ante la incomodidad de muchos actores de la comunidad educativa, Jovita
es interrogada por los actores inmersos en el Debido Proceso haciéndose
acreedora a una sanción pedagógica. Mariela, quien antes de la riña era “la
dura”, según ella por ser santandereana, es trasladada por del plantel, por
decisión de la madre. Hasta hoy, como sucede en la mayoría de los colegios,
nadie sabemos de la vida y de las obras de estas dos niñas, que un día
ingresaron al centro escolar con el corazón henchido de esperanzas, pero que
por esas circunstancias de la violencia que empuja como el Tsunami en la plataforma continental de la escuela, se las llevó
la corriente del miedo con el dolor impregnado en el corazón, con la cicatriz
en el rostro y con un duelo más sin elaborar.
EL TÚNEL EN QUE NOS ENCONTRAMOS…
Este corto relato pone de manifiesto la existencia de un serio problema que viene quebrantando la armonía en los colegios de las principales ciudades del país. Es el brío de la violencia intrafamiliar y social; es la auscultación de la incomunicación, la desesperanza, la soledad, la desprotección y el desamor que advierte Castel (persoanje de Sábato en El Túnel) y que está afectando a nuestros niños y adolescentes. Es la declaración del miedo que poseen debido a la angustia permanente, porque su vida es un paisaje de infelicidad que ejemplifica al hombre y a la mujer de este tiempo en estado agónico, entre la razón y los sentimientos. Es la puesta en escena del instituto y de la reacción primaria, en la que –como apunta Bertrand Russel, los seres humanos volvemos a los “estadios iniciales, donde no existe la humanidad sino el YO que busca ansiosamente satisfacerse”.
El túnel
en Bogotá parece empezar a ver rota su penumbra. Las Secretarías de Gobierno y
Educación están intentando ingresar a él y -como en la película Historia sin fin- a perseguir al hombre bestia que hostiga a
niños y adolescentes, que quieren salvar al reino de la Fantasía de una peste
que lo está acabando, llamada “la nada” o la violencia. La Fantasía no tiene
límites y por ello Atreyu pregunta que por qué está muriendo. La respuesta de
Gmork es “porque los humanos
están perdiendo sus esperanzas y olvidando sus sueños. Así es como la nada se
vuelve más fuerte.
La nada que no es más que el
vacío que queda, la desolación que destruye este mundo. Y el antídoto es ayudar
a los y a las Castel a recuperar la esperanza, porque el humano sin esperanzas es fácil de
controlar, y quien tiene el control tiene el poder. La nada es también el silencio
pasivo y cómplice de muchos maestros y maestras que no estallan en la escritura
la realidad que nos aqueja, para que el Estado y la sociedad asuman su papel
educativo asignado por la Constitución.
El antídoto es reconocer que, como lo escribe
William Ospina[1], hay por lo menos un costado de la educación cuyo énfasis debería
ser la convivencia y la solidaridad, antes que la rivalidad y la competencia.
El antídoto es ayudarle a entender a los padres de familia, a los medios de
comunicación y a los mismos niños y niñas, que la infancia no es tan solo una etapa pasajera de
la vida, es también un estadio poético del alma. Esta es sin duda la tarea del
comienzo de año, que parafraseando a Alicia en el País de las Maravillas, se
debe celebrar todos los días.
2. PEDAGOGÍA, PSICAGÓGICA Y
CONVIVIOLOGÍA
Aunque hay un enrarecimiento de
la pedagogía en los últimos años, enrarecimiento que Olga Lucìa Zuluaga ubica
en el atardecer del siglo XX y en los preludios del XXI, es un enrarecimiento
que inicia con el lanzamiento del Sputnik, es un asunto que pone la educación
en medio de las relaciones políticas y económicas de las dos potencias que
dominaban el mundo y cuyo dispositivo más conocido fue la Guerra Fría.
Ahí, la teorización de altura, impulsada por los desarrollos conceptuales
de Comenio, Rousseau, Pestalozzi, Froebel, Dewey y otros representantes de lo
que algunos llaman la Pedagogía Clásica se ve marchitada, por el verano de la
especialización, por los fuertes vendavales del fundamentalismo, por la torrenciales
lluvias teoría educacional y el currículo centrado en el desarrollo de la técnica
en la educación.
Ese desequilibrio ambiental en
la educación y en la pedagogía, aniquila en la huerta escolar la educación como
el cultivo del individuo civilizado, dotado de sensibilidad moral, y en su
lugar coloca al formación tecnológica: el hacer prima sobre el ser y sobre el
saber. La psicología conductista, la métrica educacional y la econometría
empezaron a influir marcadamente en las prácticas de la educación, postrando la
educación a las demandas del mercado, desplazando al maestro a un plano de
aplicador de los paquetes curriculares, diseñados por tecnócratas y lo más
inquietante; desnaturalizando la acción educativa y ahuyentando el ejercicio de
pensar.
Es decir, que esa reflexión
sistemática sobre al educación realizada por los maestros y las maestras, a la
que llamamos pedagogía, evocando a Ricardo Lucio, pareciera haber sido justipreciada
por el Spuntnik. La pedagogía, valiéndonos de Foucault, se asume como los aportes a la
transmisión de una verdad que tiene por función dotar a un sujeto cualquiera de
actitudes, de capacidades, de saberes que antes no poseía y que deberá poseer
al final de la relación pedagógica.
La
psicagogía en cambio, se puede denominar como la transmisión de una verdad que
no tiene por función dotar a un sujeto de actitudes, de capacidades y de
saberes, como si lo hace la pedagogía, sino más bien de modificar el modo de
ser de ese sujeto.
En el tema que nos tiene acá
conversando, es decir el de la convivencia, el rescate de la pedagogía y el
apoyo del educador en la psicagogia, son las fuentes que pueden irrigar la
convivencia. El currículo formal tal como está planteado en las políticas
educativas, o irriga sino requema, porque no tiene por función dotar a los estudiantes de actitudes,
de capacidades, de saberes que antes no poseía y que deberá poseer al final de
la relación pedagógica. Si le incumbiera no ataríamos como estamos. Al
currículo formal actual no le importa modificar el modo de ser de los
escolares, le importa es que ese sujeto sepa hacer.
COLIGIENDO…
De lo dicho hasta acá se puede colegir:
1) la convivencia no se puede abordar
por los síntomas del corpus, porque el corpus lo que está haciendo es
somatizando la morbilidad social y
política, asuntos estos últimos abordados por las representantes de la teorización de altura, subestimados y
suplantados por los Técnicos del Saber Práctica, como los define Sartre. García
Márquez[2] también
ha dicho que nos hemos quedado en los síntomas, desconociendo las causas.
2. Necesitamos fortalecer el costado de la
educación del cual habla William Ospina,
enfatizando en la convivencia y la solidaridad, antes que la rivalidad y
la competencia, pero para ello es necesario tomar distancia del Derby,
para dejar de seguir apostándole al
caballo equivocado de la educación. No requerimos centauros, ni domadores sino
epidemiólogo-as que coadyuven con la consolidación de la conviviologia[3],
yendo más allá del antropocentrismo de la violentología.
3. Necesitamos una práctica pedagógica
que rompan los linderos de la racionalidad tánica y se instale en una pedagogía
de la convivencia, donde el maestro y la maestra, escoja la línea de la acción
correcta- evocando el contexto político Aristotélico del Estado griego. Esa
línea de acción correcta comprenderá al menos tres componentes:
a) Que las actitudes y las prácticas de
los enseñantes lleguen a estar más profundamente ancladas en un fundamento de
teoría y de investigación educativa. b) Que se amplíe la autonomía profesional
de las maestras y de los maestros en el sentido de ser incluidos en las
decisiones que se tomen sobre el contexto educacional más amplio dentro del
cual actuamos, necesitamos ingeniar un dispositivo diferente al PEI, porque
éste ya tiene un sabor, generado por la acidez que está produciendo la
violencia en la escuela. c) Volver a articular las responsabilidades nuestras
con la comunidad, pasando de ser artesanos intelectuales- como diría Aracely de
Tezanos- a intelectuales orgánico como nos lo planteó Gramsci o trabajadores de
la cual tal como lo concibió el Movimiento Pedagógico de los 80[4].
4. La salud física y mental es una dimensión que no se puede dejar de
lado en la comprensión de la convivencia. Os epidemiólogos no podemos olvidar
que 44 de cada 100 colombianos tenemos algún tipo de trastorno mental leve,
moderado o grave, que entre 25 y 30 educadores poseen diagnóstico siquiátrico;
que 59 de cada 100 docentes están sufriendo de despersonalización dentro del
´Síndrome de Agotamiento profesional acá en Bogotá[5].
Que la salud mental en los educadores y estudiantes también está ligada a
la disposición de los espacios urbanos, porque ellos tienen un impacto en la
salud del cuerpo, dado que tal como están diseñados y distribuidos, generan
estrés; y, el estrés engendra desórdenes oníricos, altera el sistema
respiratorio, circulatorio y nervioso. En la más elemental de las situaciones,
el estrés puede ser activador de comportamientos violentos, incluso criminales.
El diseño de las estructuras redunda en los estados del alma y eso afecta,
finalmente, el comportamiento de los humanos, la convivencia. De acuerdo con la
OMS, las personas necesitan mínimo 10 metros cuadrados de área pública y la
medida igualmente mínima, para una vivienda es de 60 metros cuadrados.
Supongo dentro de esta conclusión, que
cuando hablamos del Derecho a la Educación en Bogotá y en Colombia,
específicamente con la obligatoriedad de la Asequibilidad y la Accesibilidad, hemos
consultado la Norma Técnica Colombiana (NTC) 4595 (ratificada por el ICONTEC, editada
en el año 2000 y reeditada en el 2006 por el MEN, dentro del escuadre de la
Revolución Educativa) en la que los ambientes de aprendizaje se clasifican en Ambientes Pedagógicos Básicos y Ambientes
Pedagógicos Complementarios y, cada uno estipula una medidas mínimas
exigibles, para poder llevar a cabo el aprendizaje, pero aquí el maestro
razonador, exigente de la garantía de sus derechos y los de sus alumnos, no
hace figura, lo hace el conformista, por eso es necesario volver a la
teorización de altura expuesta por nuestros clásicos de la pedagogía.
Quedan muchas cosas por enunciar con
relación a la convivencia, pero comprendemos que este es un loable intento de
acercar voces para ese concierto, a través del CEID, requerimos muchos más
momentos y escenarios donde nosotros y nosotras digamos lo que tenemos que decir, un concierto
en el concluyamos que “Todavía nos queda un
país de fondo por descubrir en medio del desastre, una Colombia secreta que ya
no cabe en los moldes que nos habíamos forjado con nuestros desatinos
históricos” Un concierto en el que no repitamos lo que otros coreemos, sino un
concierto en el que el título original traiga a nuestra memoria las enseñanzas
del maestro de Simón Bolívar: “O inventamos o erramos”.
José Israel González Blanco. Trabajador Social.
Colegio Distrital Nuevo Horizonte
Ver también: Pedagogía y la ciencia o tratado de la convivencia, de José Israel González Blanco. Revista Educación y Cultura N0 91
[2]
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (2003) La patria amada
aunque distante. Medellín. U de Antioquia
[3] Consultar escuelapais.org/index.php?...conviviología...
[4] RODRÓGUEZ, Abel y otros (2002). Veinte
años del movimiento pedagógico 1982-2002. Entre mitos y realidades. Bogotá:
Cooperativa editorial magisterio/ Corporación Tercer Milenio.
[5]
Véase: TORRES OSPINA, Pedro, GONZÁLEZ BLANCO, José Israel y otros (2009) Salud Mental Cooperativismo y Educación.
Bogotá, editorial Códice
A veces ya no sé si es mejor leer o no leer...mirar o no mirar..debe ser porque prefiero vestirme de fiesta y dejarme seducir de la alegria...pero no!! es inevitable querer leer aquí,porque siempre me encuentro los mejores escritos y la profunda serenidad del agua aún en los asuntos dolorosos de la muerte...de la medio vida y de la medio muerte de indiferencia en que parecíeramos andar..a veces.... ( por suerte sólo a veces)
ResponderEliminarFelicitaciones a quienes valientemente se meten en este mundo de la escuela para desde allí sacudirnos inmensa y profundamente.
Lucero Tovar Hernandez
Con el sentido en que se utiliza en el texto creo que sería "Convivenciología" en vez de "Conviviología", convivio quiere decir "convite, banquete" (del latín "convivium"), frente a "convivencia" (del latín "conviventia")
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