jueves, 20 de junio de 2013

Una vela al suicidio en el calvario escolar.


La muerte: Un dragón vivo en el aula y occiso en el currículo.
  “La muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los  labios” Octavio Paz. El laberinto dela soledad…

Recuerdo con mucha periodicidad, que en el curso 2º de primaria, en una de la miles de escuelas rurales de Colombia, sentado en una banca de madera desapacible, al lado de 2 niños y 3 niñas con quienes nos balanceábamos mientras la maestra de los cursos 1º ,2º  y 3º de primaria, escribía con la tiza blanca en el tablero negro rectangular, también de madera, en ese nivel y en ese contexto ella nos dejó en claro, que todo ser vivo nace, crece se reproduce y muere.

Esa profesora, recientemente fallecida, a quien recuerdo con mucha gratitud, dicho sea de paso, plasmó muchos dibujos y expresó inconmensurables palabras ilustrando las cuatro primeras características de los seres vivos, pero que yo recuerde, solo se detuvo en la muerte, cuando, en una clase de religión nos pidió que hiciésemos una plana con la siguiente frase: “Por un hombre vino el pecado al mundo y por el pecado la muerte”.

No obstante, por el camino que servía de lindero del terreno de la escuela con las fincas de los campesinos, desde el salón de clase, muchas veces fuimos testigos del traslado de difuntos amortajados, cargados en guandos y en hombros, de personas oriundas de la vereda, contiguos a la progenie de los niños y niñas asistentes a la escuela. Pese a la patente realidad, la maestra no refería el tema desde la Biología, cuanto mucho dedicaba unos minutos a orar con sus alumnos por el alma del finado, invitándonos al depósito y a las exequias en el pueblo.

Años más tarde, iniciando el ejercicio de la docencia, encuentro una situación muy compleja. De 26 estudiantes inscritos en 4 cursos de primaria, en una escuela rural del Magdalena Medio[1], 11 eran huérfanos, pues sus padres habían sido asesinados por un grupo armado operante en la región. Esos escolares llevaban consigo el duelo sin elaborar, lo mismo que las viudas; sin embargo, ni el currículo explícito, ni el jefe de grupo, ni el docente contaban con los elementos necesarios para actuar en la recuperación de pérdidas emocionales de los agentes educativos. Y eso, pese al paso de los años y a la mejora en las condiciones educativas, la situación no ha cambiado: la muerte no tiene un lugar para la reflexión, el duelo no importa y la actuación frente a pérdidas emocionales, nadie la enseña, porque poco o nada se sabe. Los educadores continúan desprovistos de herramientas para detectar y abordarlos duelos suyos y los de sus alumnos.
  
Las tres situaciones que evoco: la omisión del tema de la muerte de los humanos en las clases de ciencias, como un contenido trascendental; la sentencia católica de la etiología de la muerte y su causante; la palmaria realidad vivida en la infancia, la experiencia como educador y una doble experiencia personal sobre la muerte, son los detonantes de esta reflexión, a decir verdad, poco común en escenarios académicos, porque siento que nos asiste el miedo de hablar sobre esa compañera inseparable, que nace con la vida, transita con ella y en el momento menos pensado ataja nuestra continuidad en el viaje emprendido. Parafraseando a John Lenon diremos: la muerte es algo que pasa mientras uno está ocupado haciendo otras cosas.

El dragón que vive en el aula 

La muerte, la compañera perfecta de la vida, la dadora de vida, como lo dijese Octavio Paz, entra y sale todos los días de las aulas de clase, posa allí cual mariposa invisible, traspasa las fronteras de la casa, los confines del colegio y hasta los contornos del ciberespacio, ríe con los transeúntes, asusta a los pájaros, nos previene con su presencia cuando ocurre un accidente y con cualquier síntoma anatómico. La muerte es la sombra impalpable del profesor y de los alumnos. La escuela nace con la muerte, crece y decrece con la ella, posibilita su reproducción y la transformación.

Al frente del profesor hay tantas vidas como muertes, pero el profesor o la profesora solo avizora las vidas, las muertes las ignoran consciente o inconscientemente, hay más preocupación por el eros que por el tánatos, siendo que este último es más potente que el primero. “La muerte está tan segura de ganar que nos da toda una vida de ventaja". Los proyectos de vida en los colegios, se bosquejan sobre la base de la inmortalidad; ese discernimiento se lo debo a un estudiante de séptimo grado, quien al preguntarle por su proyección vital expresó: “Yo no sé si alcance a conocer la cédula profe”.

Digamos que hasta acá nada nuevo está pasando, simplemente se está evocando un hecho en el cual el currículo no se siente comprometido con esa última etapa de la vida, es decir, que la muerte hace parte del currículo oculto. Pero algo debe empezar a pasar cuando en un colegio distrital, los docentes encuentran que en la caracterización de los Ciclos, realizada en el año 2009, el 30% de los estudiantes confiesa haber tenido pérdidas de familiares cercanos, por muerte: madre, padre, hermanos, tíos y amigos. Y aquí viene la pregunta: ¿Qué está haciendo el currículo formal con esos estudiantes y por esos niños, niñas y adolescentes? ¿Qué políticas públicas se han impulsado en las secretarías de Salud, Educación y en los respectivos ministerios, para la elaboración de duelos, tanto de educandos como educadores y padres de familia?

Las preguntas vienen al caso, porque cuando la pulsión de la vida fecundó al colegio, a través de los embarazos de adolescentes, hubo alboroto en la sociedad, en la familia y en el estado, yendo la situación hasta la Corte Constitucional. En esos momentos, estamos hablando de apenas hace dos decenios, el Ministerio de Educación Nacional se ocupó de los proyectos de educación sexual y de la sensibilización y concienciación, de los estudiantes del ejercicio responsable de los derechos a la sexualidad y a la reproducción, subrayo lo de reproducción. Todo eso pasó al currículo formal, expeditamente en la Ley 115 de 1994, aunque dicho sea de paso, no se ha hecho lo que el legislador quiso que el currículo hiciera.   

Hoy, el estado debería ocuparse del problema del suicidio de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos, antes de que se convierta en un problema de salud pública como lacónicamente lo es el de los embarazos de adolescentes desde el año 2005, según lo declarado por Academia Nacional de Medicina. En los dos casos lo que está de por medio es la pulsión de la vida y la pulsión de la muerte y es deber constitucional del Estado velar por la vida de los colombianos. Sin embargo, en el momento de editar esta reflexión, el Periódico de la Universidad Nacional de Colombia (junio 8 de 2013), publica el artículo: El suicidio según los contextos explicativos, en el que afirma que ya estamos ante un problema de salud pública, agravado a juzgar por los últimos acontecimientos,   por un nuevo factor: el matoneo. La publicación también refiere una investigación en la que se aportan "nuevas luces para  entender mejor el suicidio en Colombia".
      
Si quisiéramos responder las preguntas formuladas, la respuesta sin titubeos es: nada se está haciendo por prevenir el suicidio, porque el Estado y la sociedad colombiana no reconocen que en la escuela hay extensión de los cementerios y de los funerales, les interesan los estándares, la calidad de vida no cuenta para la calidad de la educación. Esa nada evoca a Gmork, el hombre bestia de la película Historia sin fin, que persigue a un guerrero infantil que quiere salvar a Fantasía, el reino, de la peste llamada nada. La Fantasía, como ustedes recordarán, no tiene límite y por ello Atreyu pregunta que por qué está muriendo. La respuesta de Gmork es “porque los humanos están perdiendo sus esperanzas y olvidando sus sueños. Así es como la nada se vuelve más fuerte. Y, ¿qué es la nada? -interpela el indómito niño-. La nada no es más que el vacío que queda, la desolación que destruye este mundo, y mi encomienda -asienta Gmork- es ayudar a la nada, porque el humano sin esperanzas es fácil de controlar, y aquel que tenga el control, tendrá el poder”.

Seguramente que nosotros también somos sujetos activos de esa peste llamada nada, porque somos indiferentes o porque no hemos puesto en evidencia la magnitud del flagelo de los duelos en los educandos y también en los docentes. “Si no fuera por la muerte, Colombia no daría señales de vida”, subrayó en una ocasión el escritor Rafael Humberto Moreno Durán. Si no fuese por la violencia escolar, familiar y política, potenciadora de la muerte, por los accidentes escolares y por la presión de organismos nacionales e internacionales defensores de los DDHH, el Estado continuaría en esa despreocupación, que lo ha caracterizado de tiempo atrás, por el cuidado de la vida.

Pero no solamente es la muerte de personas por la violencia política, por los crímenes de lesa humanidad, por los accidentes de tránsito y por la delincuencia común, lo es también por la defunción de niños, niñas, adolescentes y jóvenes decidida por ellos mismos, siendo más claro: por el suicidio. A principio de abril del año en curso, el periódico El Tiempo reportó: “Casi 600 jóvenes se suicidan cada año”. Y a su turno,  la Liga Colombiana contra el Suicidio, reveló que en el año 2009, en Colombia “seis de cada diez jóvenes han pensado en quitarse la vida”, una cifra que ha venido en aumento desde el 2007, fecha en la que la tasa era de 3.1 personas por cada 100 mil habitantes; en el 201a subió a 5.1, año en el que, los datos de Medicina Legal señalan que en Colombia en promedio diariamente seis personas decidieron quitarse la vida.  Mientras tanto, en Bogotá, de acuerdo con la información suministrada en mayo del 2011, por la Secretaría de Salud, se están suicidando 3.6 adolescentes por cada 100 mil habitantes. Actualmente cada 12 segundos muere una persona en el mundo, por suicidio.   


Claro está que no es una noticia de rating, que un medio de comunicación saque un titular publicando la tasa y la frecuencia de suicidios diarios en Colombia. Eso lo sentimos quienes, por determinada circunstancias hemos enterrado a un hijo o  a una hija, sin desconocer que hay padres que han enterrado a más de uno. 

El solo hecho de invertir la legendaria costumbre de que son los hijos quienes nos deben enterrar y no nosotros a ellos, ya marca un hito y un nivel de comprensión y sensibilidad, que sitúa la diferencia. "Hablar de suicidio por encima de tres por cada  100 mil habitantes debería ser un factor que encendiera todas las alarmas sociales", apunta un alto funcionario de la OMS.
 
Siguiendo con el fenómeno del suicidio, el sólo hecho de que un joven dejara de existir por esa causa, la sociedad y el estado deberían consternarse y tomar medidas epidemiológicas de atención, prevención y de choque para evitar la endemia social. En un poema de Giorgos Seferis se lee: La primera gota de lluvia mató al verano. Basta que en alguna parte caiga la primera gota de lluvia, y el verano está condenado  irremediablemente. 
 
En Colombia son muchas las gotas, no de agua sino de sangre joven que están  inundando la madre tierra. El suicidio es esa bestia que persigue a los guerreros y guerreras juveniles, que quieren salvar a Fantasía o si se quiere a Macondo o recurriendo a Héctor Abad Facioliolince a Angosta.   

El dragón, sin duda, pasó por los bancos del colegio, estuvo sentado frente al televisor, navegó internet, chateó en Facebook, jugó en el celular, mojó el verano de la esperanza, probablemente tuvo tiempo para incubarse, a través de la embarazosa soledad, por la inoportuna depresión, por el tedioso aburrimiento, por la ausencia de oportunidades, por la falta de interlocutores, por la tristeza y el cansancio- como los expresó el Principito cuando volvió a su país - y quien lo creyera: por la curiosidad de saber qué hay más allá de esta vida terrenal: “tengo mucha curiosidad de saber qué hay del otro lado”, escribió Serafín, un adolescente de 16 años, hace no más de un año. Y si la ideación del hecho no ocurrió en el colegio a éste obviamente le duele, porque ese joven fue un buen huésped, igual que le duele a la familia, porque fue su hijo-a, quien decidió partir, adelantando el viaje.

Y le debiera doler a un país, porque es el éxodo de un talento con un tiquete sin retorno,  verosímilmente por negligencia de la sociedad, del Estado y de los medios de comunicación. Pero acá todo tiene justificación: “En Colombia todos nacemos sospechosos y morimos culpables”… “ya le tocaba”…“Quién sabe de qué lo libró Dios”…”Algo haría y por eso tomó la decisión”. “Quién sabe qué problema tendría” Mucha razón le asiste a Estanislao Zuleta cuando afirma “El crimen es falta de patria para la acción, la perversidad es falta de patria para el deseo, la locura es falta de patria para la imaginación”. Instituyo que el crimen, la perversidad y la locura son la nada que está echando a perder a Macondo, lo están despatriando, porque nuestros adolescentes y jóvenes,  se están extraviando en su territorio, como esos personajes de la Vorágine a los que se tragó la selva, y parece – parafraseando a William Ospina- “que han perdido la confianza en sí mismos, hasta el punto de no creer que haya aquí una singularidad, ninguna fortaleza original para dialogar con el mundo” y conservar la vida. 

El dragón, occiso en el currículo. Una vela al suicidio.

“Hola! Lamento haberme ido así, sin avisar, pero una cosa así no se avisa si se quiere tener éxito. Sólo escribo esto para que sepan que los amo muchisísísimo a todos =D. Tuve a la mejor y la más amorosa madre del mundo, simplemente perfecta en todo, luchadora, cariñosa, tierna, hermosa, responsable, noh... mejor dicho todas las cualidades que existen, igual que mi papá, inteligente como nadie. Creo que no hubiera podido nacer en una mejor familia. A mis hermanas y hermanos les falta aprender más a valorar a su familia.

¿Por qué?
Bueno, obviamente nadie de la familia tuvo la culpa, sólo yo. Yo mismo fui el culpable de mi destino y terminé siendo una persona solitaria en un mundo donde todos necesitan de todos. Básicamente eso. Dicen que un "porque si" no es una respuesta, pero para mi esa es la más completa de todas para este caso.

No sé si aquí acabe todo, ni siquiera me es posible pensar en la nada absoluta, son cosas tan exageradas como el tamaño del Universo; o si sea algo así como un eterno retorno; o una reencarnación. Pero si termino de fantasma seguramente los visitaré eh! así que no se asusten xD. OK no, pero tengo mucha curiosidad de saber qué hay del otro lado.

Solamente quería eso, decirles que no estén tristes, tomé esa decisión yo mismo, después de mucho pensarlo. Prefiero que se queden con la imagen de mí que tienen ahora y no arriesgarme a decepcionarlos.

Sólo eso, decirles que los amo profundamente, a todos y no estén tristes, es lo que yo quería. Sean felices, quiéranse mucho, dense un abrazo y un beso todos los días, pero que no se vuelva rutinario y pierda su significado, háganlo de verdad. Un "te quiero mucho" realmente es importante.

Disfruten la vida al 100 porque sinceramente lo único que sabemos es que es sólo una.
Los amo mucho. Serafín = )

Gracias, muchísimas gracias por todo. Si me voy al cielo siempre estaré cuidándolos = )
No quiero hacerle daño a nadie, sólo no hacerme daño a mí mismo.”

La carta es de un estudiante que cursaba grado 11, en un colegio particular. El contenido de la misiva abarca muchos tópicos, merecedores de profundización si queremos prevenir suicidios y homicidios, porque no se puede perder de vista la interpretación de que el suicidio es un homicidio que no se comete contra otra persona sino contra si mismo. El manuscrito, por ejemplo, postula una estética apreciable en su elaboración; la semántica, la sintaxis, la ortografía, el tiempo y el estilo demuestran que no es cualquier adolescente el que decide partir, un chico maduro, serio, consciente del acto, considerado con su estirpe y muy filosófico. Albert Camus inicia el ensayo Lo absurdo y el suicidio, en el Mito de Sísifo, anotando: “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.

En esta corta reflexión no voy a hacer hermenéutica acerca de la carta de Serafín, sencillamente quiero plantear un par de inquietudes respecto a lo posteriori, es decir, a la desolación que queda tanto en la familia como en el colegio, ante un acto, que como bien lo precisa Margarita Hoyos, “es como una cirugía sin anestesia.” Una disección que padecen los hermanos, los padres, los amigos, los compañeros de colegio, los familiares, vecinos, los profesionales de la salud y hasta los encargados del sepelio, porque duele mucho enterrar a un niño o a un joven, porque eso es como apagar una luz en la obscuridad.  

No obstante, expresiones como: “una cosa así no se avisa si se quiere tener éxito”, interpela ese eslogan social en el que nos tienen metidos a todos: el éxito, la competencia, el derbi, es decir quien llegue primero sin importar los medios. El éxito, ese que al decir de Monterroso, “acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote”. Juzguen ustedes. “Tuve a la mejor y la más amorosa madre del mundo, simplemente perfecta en todo… papá, inteligente como nadie. Creo que no hubiera podido nacer en una mejor familia.” Entonces, si de encontrar responsables se tratara, la familia estaría exenta, porque generalmente esta primigenia organización es la caja de Pandora en nuestra sociedad, al igual que al guerrilla, más no lo es el Estado y la corrupción rampante en su seno y en la periferia. En Colombia, como en el País de las Maravillas, primero se sentencia, el veredicto viene después. 

Pero pese a tener ese modelo de familia, denominador escasamente común en Macondo, el occiso expresa: “Terminé siendo una persona solitaria en un mundo donde todos necesitan de todos”, como los Buendía y su estirpe, cabalmente como Pietro Crespi, quien se suicida ante el rechazo de Amaranta. Y hago este hipertexto con Cien Años de Soledad, porque el suicidio, el amor, el desamor, la traición, la libertad, el rencor, la pasión, el acercamiento hacia lo indebido, entre otros, son temas secundarios que de Cien años de soledad sea una novela que cambia la perspectiva de muchos y nos da a entender que en este mundo vivimos y morimos solos.

Y podría detenerme a saborear este mensaje, porque aunque a algunos de ustedes les parezca inaudita mi aseveración, el mensaje es el último manjar que produce ese exquisito pastelero. Les confieso que cuando me lo dieron a probar por primera vez lo saboreé con lágrimas, inicialmente con sabor amargo, pero luego esa sensación fue desapareciendo hasta encontrar  en la siguiente gota de miel: “Los amo profundamente, a todos y no estén tristes, es lo que yo quería. Sean felices, quiéranse mucho, dense un abrazo y un beso todos los días, pero que no se vuelva rutinario y pierda su significado, háganlo de verdad. Un "te quiero mucho" realmente es importante.”

Finalizo esta deliberación acerca del Dragón vivo en el aula y occiso en el currículo, lamentando que manjares como este y muchos otros, que han dejado impresos los cientos de José Arcadios, Aurelianos, Ursúlas, Rebecas y Pietros, no los hubiesen hecho para interactuar en vida y lograr el aplazamiento de la muerte, probablemente en la escuela nos ha faltado enseñar que la escritura es una terapéutica aliada de la vida, que los grandes escritores han tenido como fuente principal de inspiración la prisión, el insomnio, la pobreza, la soledad, la muerte. La muerte que no nos roba a los seres queridos, por el contrario, nos los guarda e inmortaliza en el recuerdo. Y la soledad, que según la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas, puede hacer que el ser humano explore nuevas cosas, que se encuentre consigo mismo, pero que en exceso puede ser grave y si es permanente refleja que algo malo está sucediendo"

Espero que este ejercicio emerge de las entrañas de la escuela nos haya permitido recordar que somos mortales, que los actos de amor se deben demostrar en viuda, hermano en vida como lo invoca el poema, que no dudemos en vivir cada momento como si fuese el último, que no llevemos flores a los interfectos sino a los  vivos, que recemos más por los mortales que por los inmortalizados, y que esta apreciada carta de Serafín, nos sirva para comprender que su lectura no es más que un homenaje a la vida y que seguramente, desde donde él está no dudará en decirnos, a través de los versos de Enrique Linn: “Pero escribí y me muero por mi cuenta, porque escribí, porque escribí estoy vivo”.

José Israel González Blanco
Trabajador social. U. Nacional de Colombia
Orientador Colegio Distrital Nuevo Horizonte
Bogotá DC. Junio 20 de 2013
Nota. Esta fue una ponencia elaborada en el año 2011 para un congreso sobre salud en la UPTC.


[1] Véase: GONZÁLEZ BLANCO, José Israel (2009). De paso por Otanche y Saboyá. En: Saboyá: Campesinos, Violencia y Educación. Bogotá DC, Editorial Códice, página: 175-190

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