LOS ESTUDIANTES...
Aduce el profesor Yunis (2004, p. 201) al
contestar la pregunta “¿Por qué somos
así?”, que “para poder tener una
mirada critica es importante sentirse extraño, forastero”. La Orientación Escolar ,
por la especificidad de su trabajo, asiste al concierto no como espectador sino
como un sujeto activo, que lee, interpreta y actúa con fines terapéuticos,
pedagógicos, investiga, promocional y preventivamente. En ese estilo de
actuación descifra el pentagrama, en compañía de sus colegas, ese algo nuevo
de la sociedad que altera la cultura prefigurada (evocando a Margaret Mead); es decir, los
estereotipos que concuerdan con las etapas que declaran el semiólogo Armando
Silva y el genetista en mención, pero más centrados en el panorama de la
educación pública citadina.
En la metáfora del concierto descuellan,
entre otros músicos e interpretes: En una investigación realizada
por 24 maestras y maestros del colegio Distrital Nuevo Horizonte[1] encontramos entre otros, los
siguientes prototipos: los homo videns; los alumnos del chat, el
internet, el mail y la Web ;
los menores trabajadores; los
alumnos contraventores e infractores;
los integrantes de las “tribus urbanas”;
los consumidores de sustancias
psicoactivas y los que se encuentran en riesgo de caer en ello; los niños,
niñas y jóvenes con el virus del
suicidio; los niños, niñas y jóvenes desplazados por el conflicto armado;
los escolares con necesidades educativas
especiales; las madres de la infancia;
las niñas y niños que están estudiando
obligados por sus padres; los que van por el refrigerio; los que atacan verbal y físicamente a los maestros y
maestras.
Los nombres de Pila...
Una vez realizada esta tipologización, inconclusa por cierto, se pasa a materializar esos conceptos en el aula de clase con los beneficiarios del Derecho ala
Educación. Allí , la heterogeneidad impide la educación
masiva, pone en cuestión la pretendida homogenización adulada por el discurso
de los estándares curriculares.
También revuelan por el pentagrama los escolares que van a
clase cuando quieren y pueden, las madres y padres estudiantes, losa que son pareja,
los menores que trabajan delinquiendo, los alumnos y alumnas que asisten a la
institución y en la otra jornada asumen el rol de la pandilla, los niños y
niñas maltratadas y maltratados física, sicológica y sexualmente, los que
empiezan a explicitar opciones sexuales no tradicionales, los niños y niñas con
problemas de aprendizaje y en el aprendizaje, los niños, niñas y jóvenes que
tienen bajo rendimiento académico, los llamados indisciplinados, los que
padecen enfermedades físicas y mentales, los que tienen vocaciones escondidas y
asumen actitudes engañosas para salirse con la suya, los que entran al colegio
pero no asisten a las clases, y los otros 25 corresponden a la categoría de los
“normales”, sumisos, deprimidos, cepilleros, nerdos, los que asisten a clase pero “le hacen conejo” a la misma.
No obstante, la concepción de los alumnos de los nuevos colegios de Bogotá,
registra otros prototipos.
Una vez realizada esta tipologización, inconclusa por cierto, se pasa a materializar esos conceptos en el aula de clase con los beneficiarios del Derecho a
Dolores,
por ejemplo, llama la atención ante el estropeo brutal de sus padres, causado
porque la madre llegó de trabajar y no le tenía lista la comida, pero como la
misma niña lo sostenía llorando: “¿Cómo
le hacía la comida profe si ella no me dejó con qué?”. Justiniano
aduce que no es ecuánime que lo envíen a Coordinación, pues la tarea no la hizo
por falta de tiempo, su padre, quien no vive con él, le asigna la meta de
recolectar 5.000 pesos en un semáforo o en algún improvisado parqueadero,
llevarlos a la mamá y con eso hacer de comer.
Pasión
explicita su desinterés, puesto que está
en embarazo y su proyecto de vida tiene como techo conseguir una compañía,
lograr que le suministren alimentación si no para ella, para “ese nuevo ser que
no tiene la culpa de nada”, abogando implícitamente por el respeto como mujer.
Dormitila
llega a dormir sobre el pupitre, asiste obligada al colegio; no le gusta, dado
que en la calle la pasa chévere pegándose sus elevaditas con las
colillas de maracachafa que le pasan, asunto del cual su madre, cabeza
de familia, no tiene mucho conocimiento y se resiste a creerlo, porque intuye
que eso que le cuentan las vecinas sobre las andanzas de la niña es puro
chisme. A Bolívar le encantan las maquinitas, él prefiere ahorrar
las monedas para ir y jugarlas en la tienda, pero ha sido claro al manifestar
que si el colegio tuviese un computador para cada estudiante o al menos para él
sólo, el problema ya no sería para el acceso sino para sacarlo todos los días
del aula, ya que así estudiaría con “barraquera.”
Campos
se muestra muy
confundido, de una parte porque está recién llegado de Borbur, lugar que
abandonó su familia por amenazas de grupos armados, ante lo cual se identifica
como desplazado. De otra, al parecer lo más que lo afecta, porque en un Jean
Day no supo danzar al estilo citadino trayéndole como consecuencia la
discriminación, el estigma, la, burla y la exclusión. Placedes viene a
clase cuando quiere; es decir, en los momentos en que no hay tareas, cuando hay
Jean Day, el día en que los
estudiantes salen más temprano o sencillamente, cuando no hay más que hacer.
Leopoldina
no gusta del
escribir, no copia con juicio aquello que se le dicta, aduciendo que eso es muy
cansón para ella, que más bien después se adelanta, pero al indagar, las
verdaderas causas están en la
no-práctica del arte de leer, confunde letras, no sabe usar las
mayúsculas, su caligrafía deja mucho que desear y para completar trae cuaderno,
pero el esfero se lo hurtan cada nada, a tal hecho que la mamá sentenció no
comprarle ni uno más este año.
A Telésforo, haciendo eco de la raíz
de su nombre, lo hechizan las películas, por él las clases deberían hacerse con
un TV en salón, poco le agradan la lectura y la escritura; además, es muy
disperso, no escucha la voz de la profe, aunque sí carga en la maleta un walk
man que pone a funcionar en el momento menos esperado.
Marina, Francisco, Gildardo,
Augusto
y Nancy
son muy bellas personas, no molestan para nada, si uno les dice que se paren
ellos lo hacen, si la profe les pide un favor, ellos no se niegan; pero su
rendimiento es cada vez más precario, por la semblanza de sus cuerpos, por la
palidez de sus rostros y por el estéril garbo al moverse, dan cuenta de un
estado de desnutrición agudo, empero hacen ingentes esfuerzos por nutrirse
mentalmente, pero la debilidad física se los impide.
Mardoqueo
es un niño que
no tiene amigos en el salón, porque para él todos son “nenas”. A Mardoqueo le
gusta estar con los adultos, es decir, con jóvenes de la pandilla, con
“hombrecitos” y no con chinitos que por cualquier cosa dan quejas. En esas
aventuras, ya fue detenido por la policía, durmió un fin de semana en la 30 con
12, al decir de un tío “lo cogieron con las manos en la masa” tocándole como
pariente, firmar una fianza en ausencia de sus
progenitores, para dejarlo en libertad. Dicen algunos, que en la jerga
del Código del Menor se llama “menores infractores”. Pero en el salón también
está Merardo, un estudiante con déficit cognitivo, es un chico que
no rinde en las asignaturas igual que los demás, su ritmo evoca el elogio de la
lentitud, pero a los profes les exige mucha cuerda para poderlo entender y
sobre todo para lograr que los 49 restantes, no alteren la tranquilidad
alcanzada, mientras se le indica el trabajo al niño integrado.
Por su parte Casabuenas, Feliciano, Michel y Estela, Ofelia y Fortunato son un minúsculo grupo
proveniente de la extinta familia nuclear, cuentan con unos padres que se
preocupan por ellos, van al colegio, preguntan por sus estudios, les aportan lo
necesario para hacer sus trabajos, siempre llegan bien bañados, con el uniforme
pulcro, concurren a todas las clases, permanecen alborozados, se sobreponen a las situaciones disímiles,
cumplen con sus deberes, saludan y practican el buen humor. De ellos no hay
quejas, visitan al coordinador pero en misión distinta a las sanciones, no
gustan de las groserías, hacen más tareas de las indicadas, consultan en
internet, traen los trabajos en
computador, sostienen cualquier discusión en clase. Con ellos el problema es de
ritmo, unas veces se les ha colocado de monitores, pero ello no les gusta mucho
por el desgaste que causa, otras veces hay que pasar por la pena de dejarlos un
poco de lado, mientras los demás se adelantan.
La actitud de Gloria es muy
similar a la de los hermanos Wright, la pasa echando globos en las clases,
debido a que su padre la ha abandonado, su madre es bebedora de trago, el
padrastro ha intentado abusar sexualmente de ella, y las clases no la motivan,
porque no le ayudan a resolver tan complejas ecuaciones. Pero Estrella
no se queda atrás, sus compañeros lo llaman cariñosamente la astronauta, está
de cuerpo presente en el salón, pero “vive en las nubes”, varias veces
ha intentado suicidarse; a causa de no hallarle sabor a la vida y por la carga
de problemas tan intensa, sin embargo, arguye que el colegio es un escape,
precisamente porque en él puede desahogarse peleando, gritando, haciendo sufrir
a los profes y compañeros, llamado la atención para que la consientan; en fin,
haciéndole trampa a tan macabra idea que le
ronda en la cabeza. Soledad por su parte, permanece
aislada, ausente de sugestivas conversaciones de sus compañeros, costumbre que replica en la casa, lugar donde comparte
la jornada contraria al estudio con un perro y en las noches, en medio del
sueño, interactúa con su padre.
Expuesto
de otro modo, la peste del olvido, la locura de la venganza, la ignorancia de
nosotros mismos es lo que nos ha hecho
incapaces de resistir a la dependencia, a la depredación y al saqueo; no
obstante, me dispongo a terminar este relato, no sin antes reconocer, que en
medio de fuertes oleadas de halitosis, provocadas por la subvaloración del
cuerpo y la desnutrición, entre aires cortados por la flatulencia, que produce
la malnutrición y el hambre, porque éstas también huelen, inmersos en el
corazón de la inteligencia de niños, niñas y jóvenes, que pulula por doquier
junto al trabajo diligente aunque desgastador y vilipendiado de maestros y
maestras, bajo la presión del Estado neo-regulador y de sus políticas
fiscalistas, con hechos más o hechos menos transcurre la vida en cualquier
escuela o colegio público macondiano, sin que la sociedad sea sensible con
ello. “Esas personas que se ignoran, -asevera
Borges (1972)- están salvando
el mundo”.
Pero el aula también confirma la invocación
de santos, santas y de científicos como la de Piaget, pidiéndoles la
iluminación acerca de la comprensión en estos estudiantes bogotanos a través de
sus teorías del desarrollo intelectual, moral y biológico. El tiempo pasa, los
pupilos no se detienen y la respuesta no llega tan rápida del cielo como es de
esperarse. Pero, como dicen los abuelitos que acompañan a los escolares, “Dios no desampara a quien crió”.
En esa angustiosa e inquebrantable búsqueda, concurren los vivos, los
estudiosos del asunto, para decir, mire profe: “La televisión desordena
las secuencias del aprendizaje por edades y etapas. El problema de fondo –sigue
hablando el filósofo- es cómo insertar
la escuela en un ecosistema comunicativo” porque,“la
escuela encarna y prolonga, como ninguna otra institución, el régimen de saber
que instituyó la comunicación del texto impreso”( Barbero, 1996, 12)
La respuesta de Jesús Martín Barbero (1996) no me tranquiliza, al
contrario me deja en vilo -expone la maestra-, entonces procedo a encomendarme
a Kohlberg intentando comprender el asunto de la moral, y preciso que me
encuentro con Carol Gilligan, para quien los estadios y los niveles preconvencional,
convencional y postconvencional, ingeniados por este psicólogo
fueron valiosos en su época, en su contexto y ahora no son más que un referente
histórico, para este complejo mare mágnum escolar macondiano, que tiene más
explicaciones por la teoría del Caos y la Complejidad , que por
cualquier otro arista. Pero Barbero sigue desconcertando al profe al revelarle:
lo verdaderamente revolucionario en la televisión es que ella permite a los más
jóvenes estar presentes en las interacciones entre adultos. “Es como si la sociedad entera hubiera
tomado la decisión de autorizar a los niños a asistir a las guerras, a los
entierros, a los juegos de seducción, los interludios sexuales a las intrigas
criminales” (p. 16).
En
todo caso, concluye la maestra, queda en evidencia que en el análisis de las
políticas públicas educativas merecen especial interés los sujetos de la
educación, es decir, los estudiantes, toda vez que ellos y ellas son el centro
del proceso educativo, tal como lo sentenció el paidocentrismo. Queda
también en el banquillo, la tesis de Katarina Tomasevski
(2004, p.40), cuya
trama central se inclina porque la institución es la que debe adaptarse a l
niño y a la niña y no ellos y ellas a la institución. Igualmente, hay que
plantear que la Bogotá
sin indiferencia y la Bogotá Positiva…
no pueden imaginarse la realización
del Derecho a la Educación
sin la protección de los Derechos Humanos, Profesionales, Sindicales y Económicos de los Educadores.
Y cerramos la perorata hipotetizando, prosigue en el
relato, que mientras no haya una política pública que dirija la enseñanza, el
aprendizaje, el diseño de las aulas y los ambientes escolares, la cualificación
y formación de los maestros, maestras y directivos docentes, la distribución de
los tiempos y espacios, reduciendo el número de estudiantes por salón y
aumentando las aulas, teniendo en cuenta las características sicológicas y
socioculturales de los estudiantes que hoy asisten a la escuela, será muy
difícil, casi inútil, insistir en una educación de calidad y en la vivencia de
los derechos humanos; no obstante, estas condiciones adveras convocan a los
maestros y maestras en su sabiduría a innovar, a experimentar, a ir más allá de
la lúgubre expresión: “uno hace
lo que puede con estos niños”.
En otras palabras, a ingeniar una nueva escuela, un
colegio a imagen y semejanza de los niños, niñas y jóvenes, sobre la base del
acumulado histórico. “Todavía nos
queda un país de fondo por descubrir en medio del desastre, una Colombia
secreta que ya no cabe en los moldes que nos habíamos forjado con nuestros
desatinos históricos” asegura García Márquez (2002, p.2) en su
carta: La patria amada aunque distante. Entre tanto, Simón Rodríguez
levantaría su voz desde ultratumba para bosquejarnos la disyunción: O
inventamos o erramos. Nuestro Nobel culminaría con broche de oro
reconociendo, que “Colombia está
aprendiendo a sobrevivir con una fe indestructible, cuyo mérito mayor es el de
ser más fructífera cuanto más adversa” (p. 3).
Ser
más fructíferos y fructíferas en cuanto más adversa sea la situación, en estos
momentos de crisis, es el reto. Pero como lo explicita el extinto profesor
Gutiérrez Girardot (1998, p.264), citando a José Luis Romero (1999, p. 125),
las crisis no son la culminación de un proceso, como siempre se piensa, sino “los momentos, en que empieza a imponerse
algo nuevo en la sociedad”. Ese algo nuevo, lo tenemos en las aulas de
clase y lo que se ha descrito son apenas síntomas; la pregunta culminante
sería: Y ¿si no
somos los educadores quienes tomamos la delantera en su comprensión y
transformación, entonces quién, y si no es ahora cuándo?
[1] Ver: GONZÁLEZ BLANCO, José Israel y otros (2009). Un Viaje por los Arquetipos. Un aporte interdisciplinario a las Ciencias Humanas. Bogotá DC, editorial Magisterio, pp 255- 263.
José Israel González B. Bogotá DC, julio de 2013
[1] Ver: GONZÁLEZ BLANCO, José Israel y otros (2009). Un Viaje por los Arquetipos. Un aporte interdisciplinario a las Ciencias Humanas. Bogotá DC, editorial Magisterio, pp 255- 263.
José Israel González B. Bogotá DC, julio de 2013
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