lunes, 15 de julio de 2013

El currículo...los estudiantes...


LOS ESTUDIANTES...


Aduce el profesor Yunis (2004, p. 201) al contestar la pregunta “¿Por qué somos así?”, que “para poder tener una mirada critica es importante sentirse extraño, forastero”. La Orientación Escolar, por la especificidad de su trabajo, asiste al concierto no como espectador sino como un sujeto activo, que lee, interpreta y actúa con fines terapéuticos, pedagógicos, investiga, promocional y preventivamente. En ese estilo de actuación descifra el pentagrama, en compañía de sus colegas, ese algo nuevo de la sociedad que altera la cultura prefigurada (evocando a Margaret Mead); es decir, los estereotipos que concuerdan con las etapas que declaran el semiólogo Armando Silva y el genetista en mención, pero más centrados en el panorama de la educación pública citadina.

En la metáfora del concierto descuellan, entre otros músicos e interpretes: En una investigación realizada por 24 maestras y maestros del colegio Distrital Nuevo Horizonte[1] encontramos entre otros, los siguientes prototipos: los homo videns; los alumnos del chat, el internet, el mail y la Web; los menores trabajadores; los alumnos contraventores e infractores; los integrantes de las “tribus urbanas”; los consumidores de sustancias psicoactivas y los que se encuentran en riesgo de caer en ello; los niños, niñas y jóvenes con el virus del suicidio; los niños, niñas y jóvenes desplazados por el conflicto armado; los escolares con necesidades educativas especiales; las madres de la infancia; las niñas y niños que están estudiando obligados por sus padres; los que van por el refrigerio; los que atacan verbal y físicamente a los maestros y maestras.

También revuelan por el pentagrama los escolares que van a clase cuando quieren y pueden, las madres y padres estudiantes, losa que son pareja, los menores que trabajan delinquiendo, los alumnos y alumnas que asisten a la institución y en la otra jornada asumen el rol de la pandilla, los niños y niñas maltratadas y maltratados física, sicológica y sexualmente, los que empiezan a explicitar opciones sexuales no tradicionales, los niños y niñas con problemas de aprendizaje y en el aprendizaje, los niños, niñas y jóvenes que tienen bajo rendimiento académico, los llamados indisciplinados, los que padecen enfermedades físicas y mentales, los que tienen vocaciones escondidas y asumen actitudes engañosas para salirse con la suya, los que entran al colegio pero no asisten a las clases, y los otros 25 corresponden a la categoría de los “normales”, sumisos, deprimidos, cepilleros, nerdos, los que asisten a clase pero “le hacen conejo” a la misma. No obstante, la concepción de los alumnos de los nuevos colegios de Bogotá, registra otros prototipos.

Los nombres de Pila...


Una vez realizada esta tipologización, inconclusa por cierto, se pasa a materializar esos conceptos en el aula de clase con los beneficiarios del Derecho a la Educación. Allí, la heterogeneidad impide la educación masiva, pone en cuestión la pretendida homogenización adulada por el discurso de los estándares curriculares.

Dolores, por ejemplo, llama la atención ante el estropeo brutal de sus padres, causado porque la madre llegó de trabajar y no le tenía lista la comida, pero como la misma niña lo sostenía  llorando: “¿Cómo le hacía la comida profe si ella no me dejó con qué?. Justiniano aduce que no es ecuánime que lo envíen a Coordinación, pues la tarea no la hizo por falta de tiempo, su padre, quien no vive con él, le asigna la meta de recolectar 5.000 pesos en un semáforo o en algún improvisado parqueadero, llevarlos a la mamá y con eso hacer de comer.

Pasión explicita su desinterés, puesto que  está en embarazo y su proyecto de vida tiene como techo conseguir una compañía, lograr que le suministren alimentación si no para ella, para “ese nuevo ser que no tiene la culpa de nada”, abogando implícitamente por el respeto como mujer.
Dormitila llega a dormir sobre el pupitre, asiste obligada al colegio; no le gusta, dado que en la calle la pasa chévere pegándose sus elevaditas con las colillas de maracachafa que le pasan, asunto del cual su madre, cabeza de familia, no tiene mucho conocimiento y se resiste a creerlo, porque intuye que eso que le cuentan las vecinas sobre las andanzas de la niña es puro chisme. A Bolívar le encantan las maquinitas, él prefiere ahorrar las monedas para ir y jugarlas en la tienda, pero ha sido claro al manifestar que si el colegio tuviese un computador para cada estudiante o al menos para él sólo, el problema ya no sería para el acceso sino para sacarlo todos los días del aula, ya que así estudiaría con “barraquera.

Campos se muestra muy confundido, de una parte porque está recién llegado de Borbur, lugar que abandonó su familia por amenazas de grupos armados, ante lo cual se identifica como desplazado. De otra, al parecer lo más que lo afecta, porque en un Jean Day no supo danzar al estilo citadino trayéndole como consecuencia la discriminación, el estigma, la, burla y la exclusión. Placedes viene a clase cuando quiere; es decir, en los momentos en que no hay tareas, cuando hay Jean Day, el día en que los estudiantes salen más temprano o sencillamente, cuando no hay más que hacer.

Leopoldina no gusta del escribir, no copia con juicio aquello que se le dicta, aduciendo que eso es muy cansón para ella, que más bien después se adelanta, pero al indagar, las verdaderas causas están en la  no-práctica del arte de leer, confunde letras, no sabe usar las mayúsculas, su caligrafía deja mucho que desear y para completar trae cuaderno, pero el esfero se lo hurtan cada nada, a tal hecho que la mamá sentenció no comprarle ni uno más este año.

A Telésforo, haciendo eco de la raíz de su nombre, lo hechizan las películas, por él las clases deberían hacerse con un TV en salón, poco le agradan la lectura y la escritura; además, es muy disperso, no escucha la voz de la profe, aunque sí carga en la maleta un walk man que pone a funcionar en el momento menos esperado.

Marina, Francisco, Gildardo, Augusto y Nancy son muy bellas personas, no molestan para nada, si uno les dice que se paren ellos lo hacen, si la profe les pide un favor, ellos no se niegan; pero su rendimiento es cada vez más precario, por la semblanza de sus cuerpos, por la palidez de sus rostros y por el estéril garbo al moverse, dan cuenta de un estado de desnutrición agudo, empero hacen ingentes esfuerzos por nutrirse mentalmente, pero la debilidad física se los impide.               

Mardoqueo es un niño que no tiene amigos en el salón, porque para él todos son “nenas”. A Mardoqueo le gusta estar con los adultos, es decir, con jóvenes de la pandilla, con “hombrecitos” y no con chinitos que por cualquier cosa dan quejas. En esas aventuras, ya fue detenido por la policía, durmió un fin de semana en la 30 con 12, al decir de un tío “lo cogieron con las manos en la masa” tocándole como pariente, firmar una fianza en ausencia de sus  progenitores, para dejarlo en libertad. Dicen algunos, que en la jerga del Código del Menor se llama “menores infractores”. Pero en el salón también está Merardo, un estudiante con déficit cognitivo, es un chico que no rinde en las asignaturas igual que los demás, su ritmo evoca el elogio de la lentitud, pero a los profes les exige mucha cuerda para poderlo entender y sobre todo para lograr que los 49 restantes, no alteren la tranquilidad alcanzada, mientras se le indica el trabajo al niño integrado.   

Por su parte Casabuenas, Feliciano, Michel y Estela, Ofelia y Fortunato son un minúsculo grupo proveniente de la extinta familia nuclear, cuentan con unos padres que se preocupan por ellos, van al colegio, preguntan por sus estudios, les aportan lo necesario para hacer sus trabajos, siempre llegan bien bañados, con el uniforme pulcro, concurren a todas las clases, permanecen alborozados, se  sobreponen a las situaciones disímiles, cumplen con sus deberes, saludan y practican el buen humor. De ellos no hay quejas, visitan al coordinador pero en misión distinta a las sanciones, no gustan de las groserías, hacen más tareas de las indicadas, consultan en internet,  traen los trabajos en computador, sostienen cualquier discusión en clase. Con ellos el problema es de ritmo, unas veces se les ha colocado de monitores, pero ello no les gusta mucho por el desgaste que causa, otras veces hay que pasar por la pena de dejarlos un poco de lado, mientras los demás se adelantan.          

La actitud de Gloria es muy similar a la de los hermanos Wright, la pasa echando globos en las clases, debido a que su padre la ha abandonado, su madre es bebedora de trago, el padrastro ha intentado abusar sexualmente de ella, y las clases no la motivan, porque no le ayudan a resolver tan complejas ecuaciones. Pero Estrella no se queda atrás, sus compañeros lo llaman cariñosamente la astronauta, está de cuerpo presente en el salón, pero “vive en las nubes”, varias veces ha intentado suicidarse; a causa de no hallarle sabor a la vida y por la carga de problemas tan intensa, sin embargo, arguye que el colegio es un escape, precisamente porque en él puede desahogarse peleando, gritando, haciendo sufrir a los profes y compañeros, llamado la atención para que la consientan; en fin, haciéndole trampa a tan macabra idea que le  ronda en la cabeza. Soledad por su parte, permanece aislada, ausente de sugestivas conversaciones de sus compañeros, costumbre  que replica en la casa, lugar donde comparte la jornada contraria al estudio con un perro y en las noches, en medio del sueño, interactúa con su padre.   
           
Debería seguir enunciando la situación de cada estudiante del curso, para mostrar cómo los niños, niñas y jóvenes beneficiarios del Derecho a la Educación, están lejos de sentirse sujetos de la misma, porque las penurias del diario vivir los asfixia, les trastoca el pensamiento, les quebranta las emociones y los obliga a ser ellos mismos, a pesar de la escuela. Esos  niños y niñas encarnan las secuelas de la violencia, corroboran la  tesis del William Ospina (2001, p.6) al observar: “hoy los colombianos somos víctimas de los tres grandes males que echaron a perder a Macondo: la fiebre del insomnio, el huracán de las guerras, la hojarasca de la compañía bananera,”  huelga decir, la empresa cocalera.

Expuesto de otro modo, la peste del olvido, la locura de la venganza, la ignorancia de nosotros mismos  es lo que nos ha hecho incapaces de resistir a la dependencia, a la depredación y al saqueo; no obstante, me dispongo a terminar este relato, no sin antes reconocer, que en medio de fuertes oleadas de halitosis, provocadas por la subvaloración del cuerpo y la desnutrición, entre aires cortados por la flatulencia, que produce la malnutrición y el hambre, porque éstas también huelen, inmersos en el corazón de la inteligencia de niños, niñas y jóvenes, que pulula por doquier junto al trabajo diligente aunque desgastador y vilipendiado de maestros y maestras, bajo la presión del Estado neo-regulador y de sus políticas fiscalistas, con hechos más o hechos menos transcurre la vida en cualquier escuela o colegio público macondiano, sin que la sociedad sea sensible con ello. Esas personas que se ignoran, -asevera Borges (1972)- están salvando el mundo”. 

Pero el aula también confirma la invocación de santos, santas y de científicos como la de Piaget, pidiéndoles la iluminación acerca de la comprensión en estos estudiantes bogotanos a través de sus teorías del desarrollo intelectual, moral y biológico. El tiempo pasa, los pupilos no se detienen y la respuesta no llega tan rápida del cielo como es de esperarse. Pero, como dicen los abuelitos que acompañan a los escolares, “Dios no desampara a quien crió”. En esa angustiosa e inquebrantable búsqueda, concurren los vivos, los estudiosos del asunto, para decir, mire profe: La televisión desordena las secuencias del aprendizaje por edades y etapas. El problema de fondo –sigue hablando el filósofo-  es cómo insertar la escuela en un ecosistema comunicativo”  porque,“la escuela encarna y prolonga, como ninguna otra institución, el régimen de saber que instituyó la comunicación del texto impreso”( Barbero, 1996, 12)

La respuesta de Jesús Martín Barbero (1996) no me tranquiliza, al contrario me deja en vilo -expone la maestra-, entonces procedo a encomendarme a Kohlberg intentando comprender el asunto de la moral, y preciso que me encuentro con Carol Gilligan, para quien los estadios y los niveles preconvencional, convencional y postconvencional, ingeniados por este psicólogo fueron valiosos en su época, en su contexto y ahora no son más que un referente histórico, para este complejo mare mágnum escolar macondiano, que tiene más explicaciones por la teoría del Caos y la Complejidad, que por cualquier otro arista. Pero Barbero sigue desconcertando al profe al revelarle: lo verdaderamente revolucionario en la televisión es que ella permite a los más jóvenes estar presentes en las interacciones entre adultos. “Es como si la sociedad entera hubiera tomado la decisión de autorizar a los niños a asistir a las guerras, a los entierros, a los juegos de seducción, los interludios sexuales a las intrigas criminales” (p. 16). 

En todo caso, concluye la maestra, queda en evidencia que en el análisis de las políticas públicas educativas merecen especial interés los sujetos de la educación, es decir, los estudiantes, toda vez que ellos y ellas son el centro del proceso educativo, tal como lo sentenció el paidocentrismo. Queda también en el banquillo, la tesis de Katarina Tomasevski (2004, p.40), cuya trama central se inclina porque la institución es la que debe adaptarse a l niño y a la niña y no ellos y ellas a la institución. Igualmente, hay que plantear que la Bogotá sin indiferencia y la Bogotá Positiva… no pueden imaginarse la realización del Derecho a la Educación sin la protección de los Derechos Humanos, Profesionales, Sindicales  y Económicos de los Educadores.

Y cerramos la perorata hipotetizando, prosigue en el relato, que mientras no haya una política pública que dirija la enseñanza, el aprendizaje, el diseño de las aulas y los ambientes escolares, la cualificación y formación de los maestros, maestras y directivos docentes, la distribución de los tiempos y espacios, reduciendo el número de estudiantes por salón y aumentando las aulas, teniendo en cuenta las características sicológicas y socioculturales de los estudiantes que hoy asisten a la escuela, será muy difícil, casi inútil, insistir en una educación de calidad y en la vivencia de los derechos humanos; no obstante, estas condiciones adveras convocan a los maestros y maestras en su sabiduría a innovar, a experimentar, a ir más allá de la lúgubre expresión: uno hace lo que puede con estos niños.

En otras palabras, a ingeniar una nueva escuela, un colegio a imagen y semejanza de los niños, niñas y jóvenes, sobre la base del acumulado histórico. “Todavía nos queda un país de fondo por descubrir en medio del desastre, una Colombia secreta que ya no cabe en los moldes que nos habíamos forjado con nuestros desatinos históricos” asegura García Márquez (2002, p.2) en su carta: La patria amada aunque distante. Entre tanto, Simón Rodríguez levantaría su voz desde ultratumba para bosquejarnos la disyunción: O inventamos o erramos. Nuestro Nobel culminaría con broche de oro reconociendo, que “Colombia está aprendiendo a sobrevivir con una fe indestructible, cuyo mérito mayor es el de ser más fructífera cuanto más adversa” (p. 3).

Ser más fructíferos y fructíferas en cuanto más adversa sea la situación, en estos momentos de crisis, es el reto. Pero como lo explicita el extinto profesor Gutiérrez Girardot (1998, p.264), citando a José Luis Romero (1999, p. 125), las crisis no son la culminación de un proceso, como siempre se piensa, sino “los momentos, en que empieza a imponerse algo nuevo en la sociedad”. Ese algo nuevo, lo tenemos en las aulas de clase y lo que se ha descrito son apenas síntomas; la pregunta culminante sería: Y ¿si no somos los educadores quienes tomamos la delantera en su comprensión y transformación, entonces quién, y si no es ahora cuándo?

[1] Ver: GONZÁLEZ BLANCO, José Israel y otros (2009). Un Viaje por los Arquetipos. Un aporte interdisciplinario a las Ciencias Humanas. Bogotá DC, editorial Magisterio, pp 255- 263.

José Israel González B. Bogotá DC, julio de 2013

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