LOS SALONES DE CLASE...
El aula de clase es un espacio de interrelación en la que estudiantes, maestros y maestras, conocimientos e ignorancias, saberes, poder, comunicación, afectos y desafectos, intencionalidades, emociones, tristezas y alegrías, amores y desamores, imaginarios y cultura; se ponen en escena en un ritual llamado escolarización, donde la enseñanza y el aprendizaje son dos acontecimientos palpables. Invocando nuevamente el lenguaje metafórico, el aula es un concierto en el cual músicos con diferentes ritmos, tonalidades, experiencias y notas musicales hacen sonar la cultura sincrónica y diacrónica de la humanidad. En esa lógica de razonamiento, el aula decodifica las partituras a partir de la práctica de la enseñanza y el aprendizaje, la reflexión, el pensamiento, el amor y la imaginación. Empero, la escuela ha puesto su propio ritmo, en muchos casos, siguiendo la configuración de quienes enarbolan la varita denominada política educativa.
El aula de clase es una parada para los maestros y maestras de lunes a
viernes, algunos desde la salida del sol hasta el cenit y otros desde el
meridiano hasta la salida de la luna. Es el lugar donde maestros y educandos
pasan alrededor de 9000 minutos mensuales dedicados al arte de enseñar, de
aprender y de dejar aprender. El aula es un recinto de investigación en el que
maestros y estudiantes se ocupan de la producción de conocimientos, de la
elucubración de pensamientos y del goce que oferta el arte, inmerso el de enseñar,
leer, escribir y en menor intensidad, instruir.
No obstante, el sentido del aula sea convocar a pensar, a veces se
convierte para algunos alumnos en un espantajo, no quieren ingresar a ella,
hacen paradas en el corredor, unas veces en el peregrinaje hacia la entrada,
otras, abandonando el salón para posar cual palomas, queriendo soltar vuelo al
occidente. Durante la parada en la calle, ahí junto a las escaleras, al
parqueadero y al patio, dilatan la llegada al salón de clase. En el discurso de
las pedagogías críticas, diríamos que declaran resistencias al rito escolar.
El aula de clase es un cuerpo que permite
consumar disímiles lecturas. Es la parada en la que los caminantes respiran
diferentes aromas, unas procedentes de los humores que expelen los 45 y más
cuerpos, otros originados en elementos materiales y artificiales. También se
respiran aires de esperanza, desesperanza y proyección social. El aula de clase
es la parada que facilita ver, mirar, ojear ontologías y hojear cuadernos, allí
90 ojos iluminan las cuatro paredes de ladrillo, el techo o los bordes del
patio.
En esa parada se saborean saberes, se
degustan afectos, se percibe lo ácido del deber, lo dulce del derecho y lo
agridulce de la responsabilidad de ser maestro-a y estudiante, pero también se
relame la comida chatarra que colma los bolsillos de los educandos, unas veces
como ración de refrigerio y otras como producto para la venta clandestina.
Literalmente diremos, rememorando a
Gentili (1997, p.26), que las papas fritas y el currículo se encuentran en el
aula, en el patio, en la cafetería y hasta en el baño.
El aula de clase es un sujeto vivo desde
donde están llamadas a emerger las políticas educativas para confrontar a un
mundo globalizado. También -sostiene Marco Raúl Mejía (1995, p.93)- es el
escenario donde el maestro o la maestra le pueden torcer el pescuezo a las intencionalidades de una política
neoconservadora que orbita alrededor del mercado, los estándares y las
competencias. El salón de clase es el espacio apto para que los pedagogos
críticos sean los parteros de la subjetividad
insurgente a la cual convoca Giroux (1996). Los educadores -anota este
investigador- “han de estar atentos a las necesidades de desarrollar una
pedagogía de la ubicación y de la lucha” (p.103).
El aula de clase es el firmamento que alberga
las sensibilidades de los actores sumergidos en ella. Es una cabina que
entrecruza tonalidades, coros, ritmos, unas cargadas de ternura, otras
saturadas de ira, malhumor e indiferencia. En el aula de clase tiene lugar
también el silencio, el autismo intelectual, la mudez, la conversación, el
diálogo y el debate. El aula de clase es un concierto de voces que se ponen
cita todos los días en el colegio. En términos de moda, el salón es una red de
interacciones culturales cuyos nudos y nodos son los mismos estudiantes.
El
aula de clase expone en símbolos el currículo de centro y de frontera. Al
hacer el vínculo entre la terminación del recreo y la reiniciación de las
clase, consigna el relato “mientras tanto, el salón descansa del bullicio y a
la vez espera vacío con las paredes sordas de tanto ruido; un remedo de
graffiti inscrito en pintura negra; unos pupitres repletos de letreros que los
maestros y maestras casi no decodificamos, por los hechizos que portan en el
sentido de la escritura, por los arcanos que los guarnecen; unos pupitres
anclados en rígidas filas de tiempo atrás denunciando rituales de la pedagogía
tradicional, aunque a veces se diga lo contrario; unas ventanas que no soportan
el peso intenso de las emergentes culturas de la infancia y la juventud y que
en sus vidrios dejan ver la oscuridad que separa el aula del contexto; un
tablero acrílico de fondo blanco testificante de la modernización de la
escuela, al menos en uno de los tantos medios tecnológicos” (p.10).
El firmamento también pone en evidencia la
situación de las estrellas y sus fulgores. En la caracterización física se
pudo precisar, que oficialmente un estudiante debe contar con 2.20 metros en el
salón, sin embargo, los salones en promedio tienen 1.2 metros por
estudiante, la sede A, cuenta con 1.2 metros por estudiante; la sede B, cuenta
con el porcentaje más alto 1.4
metros por estudiante; y la sede C, el porcentaje más
bajo con 1.02 metros
por estudiante, siendo el parámetro de un colegio de 940 o de 1410 estudiantes
2.20 metros para primaria o secundaria.
En
el año 2005, las maestras de matemáticas de la sede A, jornada de la mañana,
hicieron el ejercicio de relacionar las dimensiones de las aulas con el
guarismo de estudiantes; encontrando, por ejemplo, que el curso 601 cuenta con
un área de 43 metros
y a él asisten 44 escolares más los profesores, ecuación que indica menos de un
metro por persona. De ello, apuntala Triana (2005), “sabe la SED, la Personería y otras
entidades de la ciudad” (p.2).
Pero el informe se adentra en la
especificidad de saberes, para mostrar, que los salones de arte según parámetro
de la SED deben
ser de 2.2 metros
por estudiante, la realidad es que la sede A no tiene salón, la sede B tampoco
y en la sede C se ha destinado un salón común y corriente para ello con un
porcentaje de 1.02
metros y el promedio de la institución es de 0.34 metros.
Los laboratorios de Química y Biología no son
la excepción. En la sede de bachillerato el porcentaje es de 0.27metros; en la
sede B, es cero y en la sede C, es 0.26;
para un promedio institucional de 0.17; siendo el parámetro de 2.2, para un total de: 84 metros para biología,
84 para física y química y 84
metros para tecnología. Se agrava la situación al
observar que esas carrocerías fueron ensambladas para una época que no es la
actual, para unos pasajeros que no son los de hoy y con unos materiales que no
se corresponden con las exigencias de la ciencia y la tecnología
contemporáneas.
Quedó
faltando en la caracterización la medida de los salones comunales, aquellos espacios construidos por las
comunidades para actividades plurivalentes como: vivienda paliativa del vecino
desplazado o más desprotegido, velación de cadáveres, almacenamiento de
materiales, jardín infantil, reuniones comunitarias y por supuesto para acoger
a los niños de la escuela o del colegio, quienes por edificación de aulas, por
arreglo de las mismas o sencillamente por carencia de espacios locativos, han
tenido que valerse de esos medios para no interrumpir el proceso educativo.
Dicho de otra manera, el exiguo millón de pesos promedio destinados por el
Estado Colombiano a la educación pública y la progresividad no alcanzan para ofrecer salones dignos a los
escolares que transitan por la educación, sobre todo en los sectores más
vulnerables de la población. Esa cuantía deja mucho que pensar, al compararla
con los 8.000 dólares que en promedio asignan algunos colegios privados a niños
y niñas también colombianos.
LOS BAÑOS.
Otro dispositivo de interrelación del colegio
con el mundo interior y exterior, son los baños; sin ello la vida estaría
amenazada. Pero decir que los baños y todo lo que allí acontece es parte del
currículo suena rimbombante, sobre todo cuando el currículo se comprime a la
enseñanza y al aprendizaje en los salones de clase. No obstante, el baño es una
extensión del aula de clase. El baño
-retomando los íconos del informe de Caminos
seguros*- es una parada de las más codiciadas por el placer que produce a los
visitantes, y se vuelve problema cuando adolece de higiene y cuando está
cerrado, situación que no debería presentarse, toda vez que los cuerpos de los
1600 estudiantes están en constante metabolismo y actividad fisiológica.
Los cuerpos de las niñas, por ejemplo, experimentan,
por su edad, menstruaciones no reguladas, dado el proceso de madurez hormonal
principiado. En el caso de los niños, niñas y personal de la institución, por
las condiciones de baja temperatura y por las mismas características de la
alimentación, sufren trastornos orgánicos relacionados con la defección y
micción. El baño es un refugio de los estudiantes, que no sienten interés por
determinados temas, es el diván que permite el desencadenamiento de emociones
por la vía de la somatización. En el baño hacen presencia los componentes
axiológico y afectivo, transversales en el currículo.
Los baños son otro de los medios que
expresión las resistencias de los
alumnos hacia la oferta educativa. Son un lugar de encuentro, de fuga, de
disimulo y de acicalamiento. Son la zona de citación para programar diversas
actividades ajenas al currículo tradicional; en fin, los baños son un medio
para la conspiración, el desfogue y el placer. Los baños simbolizan la
homogeneidad social en que se ha querido encajar a los niños, niñas y jóvenes
desde el pensamiento de los adultos. Una manera de ilustrar el asunto, es
recordar la ubicación de los orinales de los niños y las tazas para las niñas,
en las vetustas escuelas públicas, comparándolas con los recientes colegios en
concesión.
La caracterización
mostró que en la sede A, el promedio es 12 metros, en la sede B y
en la sede C, 7 metros;
con un promedio institucional de 8.6 metros. Pero más
allá de los imaginarios que exteriorizan los educandos conexos con el manejo del
servicio, encontramos que son las personas del aseo quienes determinan en qué
momentos y quiénes pueden hacer uso del servicio, lo que pone en evidencia que
el currículum, según Magendzo(1996) “es el resultado de relaciones al interior
y entre campos complejos de fuerzas, que se establecen entre agentes en lucha
por una forma específica de poder” ( p.36). Mientras tanto, los maestros y
maestras, nos beneficiamos del algún retrete en la sala de profesores, unas
veces, otras en lugares aledaños a ella. Curiosamente, en la sede A está frente
a la tarima de la cuota inicial de cocina. Sobresalen en los estrechos cuartos
la falta de agua, la carencia de ventilación y la saturación de papel
periódico, materiales de clase, papel reciclable; pero por ninguna parte asoma
el papel higiénico, el jabón y la toalla, entre otros aditamentos de la higiene
corporal. Por supuesto que ni para unos ni para otros, existen regaderas ni
otros accesorios que si se usan en centros comerciales y en los hogares, por
ejemplo.
LA BIBLIOTECA
La biblioteca -escribe Kepa Osorio Iturbe (2002,
p.49)- “ha de ser el corazón de la
escuela, el eje sobre el cual gire el desarrollo del currículo, el motor del
cambio y la mejora, el primer lugar del
sistema educativo, más tarde y como consecuencia, del entramado social en todos
los aspectos culturales éticos y estéticos”. La biblioteca es tierra
fértil, de la que brota el bosque más exuberante, si la regamos los maestros,
padres, alumnos y bibliotecarios, dispuestos a cultivar el conocimiento y la
cultura. La biblioteca es un manantial eterno de información, de sugerencias,
de actividades socioculturales y festivas. La biblioteca debe ser una codiciada
fuente inagotable de herramientas para ampliar el conocimiento, y al mismo
tiempo, la cuna de la fantasía, el hogar de lo poético, el rincón de la palabra
serena, la amistad, la libertad y los sueños. Marco Raúl Mejía (1995, p.93), en
su libro Educación y escuela en el fin de
siglo encabeza su análisis, estableciendo que “el cambio más radical que
conlleva a la revolución científico-tecnológica es el predominio de la
información sobre la energía, en lo que autores comienzan a llamar tercera
dimensión de la materia”.
La biblioteca escolar cobija, por tanto,
espacios dedicados a las técnicas de estudio, del trabajo intelectual, de la
investigación documental y la interpretación del lenguaje: verbal, escrito,
audiovisual y de la palabra electrónica. En este peregrinar, -retomando la
analogía de Caminos Seguros- la
biblioteca debería ser una parada fascinante, atractiva y de mucha intensidad
emocional y cognitiva. En Nuevo Horizonte, la biblioteca es un espantajo, es un lugar, que pese a
contar con uno de los pocos espacios estéticos del plantel, casi siempre
espanta a los viajeros; es decir, a los
lectores, a aquellas gentes nómadas -como los denomina Michéle Petit
(2002)- que cazan furtivamente en los campos que
no han escrito (p.27).
Nuestra biblioteca no es un manantial de
información y de actividades culturales, prácticamente es una piedra en el
camino, que hace tropezar a los transeúntes, generándoles traspiés
intelectuales. La biblioteca no es cuna de la fantasía, ni hogar de lo poético,
tampoco es el rincón de la palabra serena, la amistad, la libertad y los
sueños, porque sus puertas durante largo rato permanecen cerradas literal y
metafóricamente, así estén abiertas, allí no hay convocatoria, no se destila el
apasionamiento por actividades de lectura, escritura, por el debate.
Coyunturalmente, se tienen actividades pero
organizadas desde afuera. Nuestra biblioteca no es siquiera un atajo -como ocurre en otros colegios-
donde purgan el castigo de la llegada tarde o del mal comportamiento, medida,
por supuesto absurda, pero esos son atajos
peligrosos en el abordaje del camino. Y no porque la biblioteca per se no
tenga que ofrecer, no, allí hay una roca
inagotable de energía epistemológica, histórica, filosófica, lingüística,
política, artística, curricular, tecnológica y social de saberes destinada a
los caminantes, a los viajeros de la lectura y a los cirujanos de la escritura.
Quienes han logrado bucear en ese mar, dan cuenta de sus fantasías, de sus
especies y del sosiego que producen las oleadas de saber.
La
subutilización de la biblioteca simboliza a Gmork, -personaje de la película Historia sin fin- el hombre bestia que
persigue a un guerrero infantil, que quiere salvar al reino de Fantasía, de una
peste que lo está acabando, llamada “la nada”. La Fantasía no tiene límite
y por ello Atreyu pregunta que por qué está muriendo. La respuesta de Gmork es
“porque los humanos están perdiendo sus esperanzas y olvidando sus sueños. Así
es como la nada se vuelve más fuerte. Y, ¿qué es la nada? -interpela el
indómito niño-. La nada no es más que el
vacío que queda, la desolación que destruye este mundo, y mi encomienda -asienta
Gmork- es ayudar a la nada, porque el humano sin esperanzas es fácil de controlar, y aquel que tenga el
control, tendrá el poder.
Podemos acabar este aparte recordando que un buen
número de investigadores sobre la educación y de las prácticas educativas en
Colombia, sostiene que la mala educación es uno de los principales factores de
discriminación social, de exclusión; pues refuerza las ventajas de los sectores
con mejores recursos económicos y culturales, y se debe ante todo a la
incapacidad de la escuela para enseñar a leer. La pedagogía de la ubicación
apunta -según Giroux (1996, p. 106))- a la necesidad de que los trabajadores de
la cultura “vuelvan a descubrir y construir nuevos espacios para afrontar la
pedagogía crítica como una relación de teoría y práctica”.
Retornando
a la fábula, la biblioteca es un bosque donde los animales también aprenden a correr, trepar, nadar y volar, pero se requiere de geógrafos como los que tuvo el Principito y de naves
como la B-615, para llegar a ella y poder mirar las
estrellas, esos astros cuya luminiscencia es la información o si se quiere
-acudiendo a Pierre Bourdieu (1993, p.76)- el capital cultural acumulado
por la humanidad en libros, periódicos, vídeos y demás lenguajes existentes.
CAFETERÍA, TIENDA Y REFRIGERIO.
La caracterización evidenció, que en lo que corresponde a este apetecido lugar, la sede A no cuenta con cafetería para estudiantes, salvo la venta de productos por una ventana. La sede B, temporalmente usa un salón para vender productos y en la sede C, el problema es aún mayor, porque no cuenta ni con patio de descanso, ni con cafetería. Volviendo a los parámetros estipulados por la SED, se debe contar con aula múltiple, baños, emisora y bienestar estudiantil para un total de 545 metros. La cafetería es un lugar en el que se surte a los educandos de bienes de consumo generalmente no balanceados. El lugar de recepción es un improvisado corredor en el cual los educandos que cuentan con algún dinero compran, no lo que quieren sino lo que les ofrecen. En este rito ocurren innumerables hechos, que van desde la solidaridad de determinados niños y niñas con sus compañeros, hasta la sustracción de los alimentos.
La dinámica que se vive en la cafetería y en
las tiendas escolares -hoy levantadas en la calle por vendedores ambulantes,
porque el refrigerio las desplazó, en el caso de la primaria y el preescolar- a
la hora del receso, evoca la teoría de Charles Darwin, respecto a la selección
natural, podríamos aseverar que hay darwinismo social: “el pez grande se come
al chico”, “el vivo vive del bobo.” Dicho
de otra manera, el más irrespetuoso vulnera la buena voluntad y la tolerancia
de los más calmados o “disciplinados”. La cafetería -volviendo a la comparación- pese a ser una parada por la naturaleza de su función social y económica, es un espantajo que genera temor, desconfianza
y poca motivación, dado que el alumno comprador, muchas veces “va por lana y sale trasquilado”.
Parodiando el sentido de los Derechos Humanos, podríamos hipotetizar, que el
Derecho a la
Seguridad Alimentaria, vindicado en el Plan de Desarrollo de
la ciudad con el eslogan Bogotá sin
Indiferencia, contra el hambre y la
exclusión, está pidiendo a gritos una salida digna, en cuanto a bienestar
estudiantil se refiere.
En lo atinente a los maestros y maestras,
vale decir que somos un poco más afortunados con relación a los escolares, en
cuanto a uso de un espacio mínimamente adecuado, en lo referente a tiempos, al
ingreso, al uso de mobiliario e incluso, en ocasiones, a poder comprar lo que
se quiere. No obstante, las condiciones no son las mejores para unos
profesionales que dedican su energía al trabajo intelectual, en un lugar con
bastantes interferencias energéticas, con una temperatura que desgasta calorías
y el brío del cuerpo. La cafetería, empero, es parada que convoca a unos maestros y maestras, espantajo para otros y otras y atajo
en cuanto, posibilita, por encima del olor a cebolla, manteca, a quemado y
guiso, a acudir allí a conversar, leer, escribir, organizar el trabajo
pedagógico y atender a visitantes.
De los actos acaecidos en este lugar, se
puede decir que tal como se viene legitimando, la cafetería no contribuye a la
formación moral, ética ni política deseada en el currículo tradicional, porque lo que viene haciendo carrera es la
desigualdad, a través del uso del poder y la comunicación verticales e
inequitativos, y a eso tenemos que ponerle mucho cuidado.
En una reciente investigación realizada por
Juan Casassus( 2002, p.135), prologada por Alain Tauraine, acerca del origen de
las desigualdades que se visibilizan en la escuela, sostiene que “gran parte de la desigualdad que se observa
en la escuela y a su salida se produce en ella misma y no es heredada de las
diferencias entre familias cuyos hijos van a la escuela”. La
prohibición a los educandos de ingresar a la cafetería, por razones valederas,
salvo algunas excepciones, pone en evidencia la no vivencia del Derecho a la Igualdad y a la Libertad, tan sólo por
enunciar un caso para la discusión. Buscar la ruta de la igualdad por la vía de
la educación como derechos conexos, centrando la atención en el Derecho a la Adaptabilidad de
la institución, a las condiciones de los educandos y no de ellos a ésta como
ocurre con el hacinamiento auspiciado por los estilos de construcción de las
plantas físicas, es una tarea para esta administración si quiere ser
consecuente con el restablecimiento de los derechos de los jóvenes, niños,
niñas, adultos, y con el reconocimiento de maestros y maestras como
intelectuales, pedagogos y sujetos de derechos. Está demostrado que el cerebro
se enciende con el desafío, pero se amilana con la amenaza.
Podemos concluir la sesión de El árbol que deja ver el bosque,
arriesgando tres ideas-fuerza: La primera, colegir que el recreo, el patio, los
salones de clase, los baños, la biblioteca y la cafetería entre otros áreas,
son escenarios en los cuales crece y se fortalece el currículo oculto, prácticamente
nublándole los ojos currículo oficial.
Leonardo Carrington(1995, p.13)) sentencia, que “el deber del ojo derecho es
sumergirse en el telescopio, mientras que el ojo izquierdo interroga al
microscopio”. En nuestro caso, el currículo explícito debería sumergirse en el currículo de frontera para examinarlo,
para inquirirlo y articularlo, pero ello no está sucediendo; de ahí, que el
microscopio no esté viendo lo que debe ver.
La segunda conclusión, puede desarrollarse
diciendo con el profesor Rafael Rodríguez( 1993, p. 13), que el problema en el
currículo oficial no son las autopistas; es decir, los fines y propósitos de la
educación, pues ellos están medianamente trazados, el quid del asunto está en
el diseño, en la carrocería y en el motor del auto, llegando a afectar a los
conductores del mismo. Puesto de otro modo, de muy poco sirve tener un menú
como ocurre en los restaurantes si a los comensales no les apetece y si los
espacios en que se ofrece no brindan las condiciones propicias para su consumo
y metabolización. El recreo, las clases, el patio, los salones, los baños, la
biblioteca, los laboratorios, la cafetería, los tiempos, los recursos y los
medios tecnológicos no son dispositivos garantes para la formación y
socialización de unos pasajeros posmodernos, como los describe Acnes Heller
(1998) y Finkielkraut.
La tercera idea, gira alrededor de la
necesidad de seguir construyendo currículos de base, pero articulando
componentes como los que se acaban de visibilizar y otros aún sin reconocer.
Los planes de estudio deben ocuparse de la superación de esas meriendas tan
pobres culturalmente y dedicarse, a las
que, según el profesor Orlando Mesa (1995, p. 7)), son las que explican por qué
nuestro país “es pobre culturalmente frente a otros países”. La articulación
coherente entre las autopistas, la pertinencia de las carrocerías a esos
asfaltos, la congruencia del motor y el combustible, la actualización del
conductor o la conductora y la satisfacción de las exigencias de los pasajeros,
son las voces que claman, porque el currículo sea cultura y no llanamente papas fritas. El fin está en los medios, como el árbol en la semilla -sostenía
Gandhi-. Por consiguiente, decía él: "se trata de buscar y poner en práctica medios que sean coherentes
con el fin perseguido".
Concluyamos transitoriamente este acápite,
reiterando que los caparazones donde tiene su seno el currículo de centro pertenecen a un momento histórico lejano, a los
principios y fines de la escolarización y a los deseos y potencialidades de los
pasajeros. El viajero principal, debe ser "incitado a participar y a definir las condiciones del propio
proceso de aprendizaje; la determinación de los fines; la elección de los
métodos y la evaluación de los resultados", escribe Xesus Jares (1999, p. 67).
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS (son las mismas de la anterior publicación, las coloco para facilitar la lectura de este y de los siguientes artículos relativos al currículo).
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